Tras su huida veraniega en la que no ha dado señales de vida, Albert Rivera ha vuelto a hablar sobre los problemas de España y también los de Ciudadanos. En una entrevista con El Mundo, el líder de la formación ha definido su proyecto como un partido liberal del que se siente “orgulloso” y que concibe como “el mejor preparado en estos tiempos”, ya que, a su juicio, “el liberalismo es el mejor antídoto contra nacionalismos y populismos”.
“El liberalismo es la ideología de la globalización. La gran división ideológica del siglo XXI se fija entre favorables o contrarios a la globalización. El debate en Europa no es si eres más o menos socialista o conservador, sino si eres proteccionista o si crees en la globalización, en el libre comercio”. Hasta ahí, Rivera parece tener claro lo que es ser un liberal a la europea centrado, moderno y civilizado. Sin embargo, cuando el entrevistador le pregunta sobre si seguirá pactando con Vox y si formaría una coalición a tres junto a PP y el partido de Santiago Abascal para gobernar España, el presidente de Cs no se moja, da largas, esquiva la cuestión, se pone de perfil y prefiere pasar palabra. “Es más funcional hacer gobiernos de coalición a dos, que ya es difícil, que una amalgama de tres o más”, se limita a decir Rivera en un claro ejercicio de escapismo político.
El problema es que cada vez parece más claro que el líder de Ciudadanos tiene dos caras: ese supuesto rostro liberal y amable que quiere vendernos públicamente y otro mucho más adusto, oscuro, feo, el del político autoritario que no le hace ascos a la foto de Colón, al abrazo con los falangistas, al pacto con la ultraderecha española. Todos en Europa –desde periódicos influyentes como The Guardian hasta sus compañeros de filas en el Parlamento europeo− le han dicho ya por activa y por pasiva que esa ambigüedad en realidad es una peligrosa contradicción y le aconsejan que corrija ese tic neofalangista que le sale a todo español de derechas porque lo lleva interiorizado dentro de sí mismo. Rivera quiere pasar por un renovador, un moderno, un europeo pacífico y atemperado que pretende superar la dialéctica de “rojos y azules” para centrarse en los problemas reales de los ciudadanos, pero a la hora de la verdad es un patriota tradicionalista que va pactando en secreto por los hoteles de Madrid con los nostálgicos de Franco, con los africanistas montaraces, con los fanáticos del brazo en alto que sueñan con la vuelta al pasado, al blanco y negro y al 36. A Rivera se le llena la boca de críticas e insultos hacia los golpistas catalanes (que no han matado a nadie) pero se abraza a aquellos que justifican otro tipo de golpismo mucho más violento: el que nos llevó a la guerra civil y a un millón de muertos.
La prueba de que Rivera no va a cambiar es que no descarta que su partido vote leyes junto a la formación que dirige Abascal, ya que entiende que “legislar es ponerse de acuerdo”. Lástima que siempre termine poniéndose de acuerdo con los mismos, con los que no debe, con los del brazo en alto y El novio de la muerte. Al presidente de Cs solo le nace un reproche contra Vox: cuando dice que hay cosas que propone el partido verde en materia moral y de libertades que le parecen “pasos atrás”, en clara alusión a las políticas machistas, homófobas y racistas que pretende implantar la ultraderecha en España. Pero no deja de ser un bonito eufemismo llamar “pasos atrás” a lo que simple y llanamente es una vuelta, con todas las de la ley, a las cavernas, al patriarcado y a la mujer de su casa sumisa con su marido.
Eso sí, cuando a Rivera se le pregunta sobre las salidas de Roldán y De la Torre de Cs por graves discrepancias con la dirección del partido no las entiende como una “cuestión de lealtades personales” sino de “lealtad a un proyecto”, ya que el programa “sigue siendo el mismo”. Una pirueta dialéctica imposible, ya que los que se han ido lo han hecho desencantados con el timo de Rivera. Un hombre que es muy demócrata en campaña electoral, de puertas para afuera, pero que cuando llega el momento de la verdad se va de francachelas con lo peor de nuestra historia.