Las sociedades siempre han sido bosques. Las culturas han sido bosques. Hoy se busca salvar árboles antes que al bosque porque así se dictamina biopolíticamente. El bosque como metáfora ya fue utilizado por Jean Jacques Rousseau a modo de explicar lo que era el estado de naturaleza, ese lugar donde cada ser humano vivía alegremente teniendo todo a su mano y reproduciéndose por puro azar y placer. Una metáfora contra-hobbesiana que encajaba con su idea de que el ser humano es bueno por naturaleza y que es la sociedad la que lo corrompe. Una teología política donde existe un paraíso que ha sido mancillado por el pecado y que debería retornar al final de los tiempos.
El conservadurismo intentó salvar el bosque, al menos el “buen” conservadurismo, entendiendo que había árboles que perecían con el paso del tiempo y había otros que nacían dentro de ese entorno natural. El liberalismo no creía en el bosque sino en la unión de diversos jardines, bien acotados y vallados. El socialismo quería montar otro bosque que tuviese alguna reminiscencia de aquel bosque originario del que nada se sabía pero del que se intuían sus virtudes. El comunismo no quería bosque, quería un jardín comunal. Los reaccionarios querían volver al jardín del Edén.
Todas estas ideas fueron entremezclándose y algunas desapareciendo porque lo agrícola no deslumbraba, no generaba beneficios. Al final el cuidador nihilista, ese que no quiere ni bosque, ni nada, fue ganando adeptos entre los que parecían los vencedores de las disputas territoriales y provocó que algunos tomaran prestadas algunas ideas nihilistas para su propio desarrollo. El neoliberalismo no solo quiso acotar diversos terrenos sino que arramplaron con los bosques que podían. Los comunistas y muchos socialistas deconstruyeron el bosque y lo dejaron como mera performance o instalación; se supone que existe un bosque pero no es más que ilusiones de árboles y plantas sueltas.
El conservadurismo actual actúa para salvar este o aquel álamo, este o aquel alerce, este o aquel pino, pero ha perdido de vista el bosque. Ha estado tan metido dentro, ha perdido de tal forma la perspectiva que ya no cree en el bosque sino en partes del bosque. No hay un bien común del bosque sino que, influido por el liberalismo, entiende que el sumatorio de árboles ya es suficiente para conformar el bosque. Si le suman alguna alimaña mucho mejor. Los otros conservadores, los socialdemócratas, defienden el bosque, saben que existe un bosque, pero no hacen más que dar sierras y hachas a los que quieren acabar con él. Incluso entre los cristianos, esencialmente los católicos, se defienden árboles, animales y plantas, pero sin entender que lo importante es el bosque.
De lo que se trata es de salvar el bosque. Con sus malas hierbas, sus árboles jóvenes, sus elementos híbridos y sus grandes e históricos álamos y robles. El bosque no solo es tradición, es un reto a futuro, es bien común, es saber que siempre hay un nuevo renacer, que aquello que germina es tan nuevo como producto de algo que antecedió a ese nuevo olmo o esos helechos. Siempre puede haber una diáspora, puede haber algún fuero purificador, pero el bosque siempre está ahí en su diversidad y unidad. No es un jardín, ni se sabe cómo acabará siendo, pero cada uno tiene su sitio en él, su libertad, pero también su ecosistema. Ahora solo hay árboles sueltos, demasiados bonsáis, plantas de interior, perros pijos y cada vez menos bosques y animales salvajes. El bosque protege, la planta en su maceta puede alegrar la vista pero es efímera, nihilista, sin raíces. Hoy quieren plantas y perros pijos.