Día 3 de junio de 2017. La reunión en la que se decide iniciar el Proyecto Hipócrates por el que se certifica la resolución del Popular ha finalizado. Todo está preparado para que el día 6 de junio se comunique la inviabilidad de la entidad y el día siete se celebre la subasta para vender el banco a cualquiera de las cinco principales entidades financieras españolas a las que, al día siguiente, se les remite una carta para comunicarles la situación y la apertura del proceso.
A las 12.08 Emilio Saracho recibió un correo electrónico de un cliente y accionista del Popular en el que, desde su buena intención y con toda la preocupación del mundo, le ofrece ayuda a través de sugerencias de implementación de estrategias para “dar salida a la situación”. Evidentemente, esta persona no conocía que el Popular ya estaba sentenciado y que Saracho era conocedor de ello.
En concreto, este cliente y accionista le dice lo siguiente a Saracho:
En el correo se puede comprobar cómo el cliente y accionista le plantea dos opciones que podrían ser adecuadas o no, pero demuestra tener proactividad dando alternativas a lo que desde fuera se podía estar apreciando que estaba ocurriendo. Sin embargo, hay una de ellas que hubiera sido suficiente como para frenar la crisis en el mercado: la entrega de los activos inmobiliarios dudosos a la Sareb. Lo que el cliente/accionista no sabía era que desde finales del mes de mayo el Santander ya estaba negociando la venta de esos activos con los fondos buitre LoneStar y BlackStone.
Hasta aquí todo parece normal: un cliente preocupado se pone en contacto con el presidente del Popular. Lo que no es tan normal es la respuesta que da Saracho a Joaquín Hervada, secretario del Consejo de Administración: “¿Qué hago con los espontáneos para, al menos, no azotarles con el látigo de la indiferencia?”. ¿Azotarles con el látigo? Esto es una mofa y una falta de respeto. Una persona coherente y con sentido de responsabilidad lee el mensaje y se calla, no entra en valoraciones, tal y como se hace en muchas empresas del mundo. Y, mucho menos, se mofa.
¿Este es el respeto que tenía Saracho de los clientes y los accionistas del Popular? Evidentemente, sus palabras, su incontinencia verbal, su lenguaje tabernario, le definen a la perfección. El ex presidente del Popular que llevó a la sexta entidad financiera de España a la resolución y a sus accionistas a la más absoluta ruina no pensó en ningún momento en ellos sino en el final que había sido acordado ese mismo día a primera hora de la mañana.