Felipe González afirmó en una ocasión que los viejos políticos eran como los jarrones chinos, muy valiosos pero que no se sabe donde colocarlos. Eso es lo que está ocurriendo con los viejos socialistas que han creado un frente contrario al pacto con Unidas Podemos, en el que no están dudando en utilizar un discurso que, no sólo hace daño a Pedro Sánchez, sino que está alentando a los ultras de Vox.
Todos estos viejos «socialistas» deberían recordar cómo llegaron a hacerse con el poder en el PSOE en el Congreso de Toulouse (1972). En aquellos años había una lucha interna entre los jóvenes del interior (Felipe González, Nicolás Redondo, Alfonso Guerra, Pablo Castellano) y los veteranos del exilio liderados por Rodolfo Llopis. Fueron los jóvenes los que tuvieron el respaldo de la Internacional Socialista, además del apoyo fundamental de los socialistas guipuzcoanos, porque su proyecto se adaptaba más a la realidad de los españoles en contra del que tenían los históricos del exilio que era menos realista por el desconocimiento de lo que se estaba viviendo en los últimos años del franquismo.
La historia es cíclica, el «eterno retorno» de Heráclito, y ahora son aquellos dirigentes que se hicieron con el poder del PSOE en Toulouse y en Suresnes los que olvidan las verdaderas necesidades de la ciudadanía al oponerse frontalmente al pacto firmado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias (con alguno de sus herederos que siguen en activo convertido en portavoz de la irracionalidad). El problema, a diferencia de aquellos años, es que estos viejos «socialistas» no sólo están haciendo daño al PSOE, sino que están alentando a la extrema derecha.
El último ejemplo lo tenemos en Alfonso Guerra —quién le ha visto y quién le ve— al afirmar que la Ley de Violencia de Género se aprobó porque el Tribunal Constitucional cayó en las supuestas presiones de la sociedad. ¿Ha acusado al Constitucional de prevaricar? ¿Está diciendo Guerra que una ley cuyo objetivo es defender la vida de las mujeres era ilegal? ¿Por qué Guerra no hace el mismo discurso con la Reforma Laboral de Rajoy que tanto ha favorecido a las élites y que sí vulnera claramente varios artículos de la Constitución? La Ley de Violencia de Género es fundamental y, con un Constitucional con mayoría conservadora, las palabras de Alfonso Guerra no tienen ningún sentido. Además, han encendido a los ultras negacionistas de la violencia machista, un hecho imperdonable en alguien que representó lo que representó.
Lo que Alfonso Guerra ha afirmado sobre el proceso legislativo de la Ley contra la Violencia de Género no es más que la implementación del discurso negacionista de Vox. Sin embargo, lo afirmado por Guerra es mentira porque él sabe y es consciente de que, como también dijo el Tribunal Constitucional, no era aplicar distinta pena para el mismo delito, sino añadir una serie de agravantes, como sucede en muchísimos delitos no relativos a la violencia machista. Guerra ha lanzado un torpedo a la línea de flotación de la izquierda y el feminismo, y, lo que es más grave aún, ha dado más argumentos al discurso machista de Vox y de todos los grupos ultra católicos que están atacando la legislación. Por otro lado, la referencia a la presión recibida como algo negativo es un ejemplo de estulticia democrática puesto que cualquier político que se declare demócrata debe asumir asume esa presión de la sociedad civil.
La derechización de Alfonso Guerra no se cura con dos chascarrillos en un mitin que hacen reír a los allí presentes. Sentirse un «padre de la patria» le ha hecho pensar que todo lo que diga será aceptado por todos.
Para muchos socialistas es una decepción la derechización de Alfonso Guerra y, tras escuchar cómo ha afirmado que piensa que la Ley de Violencia de Género es injusta con el hombre (lo mismo que afirma Vox), se ha llegado a la repulsa por las alabanzas que está recibiendo de las huestes de Santiago Abascal.
Todos estos viejos «socialistas», en su ansia de hacerle daño a Pedro Sánchez y en su odio hacia Podemos, están demostrando que su cercanía a las élites durante sus años en el poder les ha convertido en las herramientas útiles para que la clase dominante siga ejerciendo de Jefe de Estado en la sombra que lleva a la clase política a actuar en base a sus intereses en vez de a los de la ciudadanía. Esto último debería ser prioritario para alguien que se autodenomina «socialista».
Cuando se aprobó la Reforma Laboral de Mariano Rajoy algunos de estos viejos dirigentes afirmaron que era una medida dura pero necesaria porque era lo que Estado necesitaba. Felipe González, incluso, llegó a afirmar con orgullo que él había sido el primero en proponer que los empleos de 8 horas se dividieran en 2 contratos de 4 horas. El sevillano no olvidará jamás la huelga de 1988 donde la clase trabajadora frenó sus planes de precarización del empleo.
La incoherencia ideológica de todos estos viejos dirigentes del PSOE supone, además, que las huestes del establishment se sientan amparados por una especie de coartada que no es más que las palabras vacías de un falso progresismo que sólo se sustentan por la personalidad de quien las pronuncia.
Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Nicolás Redondo Terreros o José Luis Corcuera son algunos de estos dirigentes que definitivamente han abandonado el socialismo para convertirse en los secuaces útiles para el sostenimiento de la injusticia y la ignominia. Sus palabras en contra de Pedro Sánchez no son más que el reflejo de la corrupción ideológica en la que han caído por defender a quienes, en teoría, deberían defender. Llevan tanto tiempo con su carnet de militante del PSOE guardado en la cartera que la frase de Pablo Iglesias Posse que está impreso en esos carnets se ha borrado, no sólo físicamente, sino también en sus almas. El fundador del PSOE dijo que «Sois socialistas no para amar en silencio vuestras ideas ni para recrearos con su grandeza y con el espíritu de justicia que las anima, sino para llevarlas a todas partes». Las palabras de Felipe y de Alfonso son todo lo contrario a este pensamiento de Pablo Iglesias Posse.
Los discursos de estos viejos «socialistas» no son el único problema que tiene Pedro Sánchez. En su propio gobierno también tiene «agentes doble» que sirven de freno a la revolución social que necesita este país. La presencia en ministerios clave como Economía o Justicia de dos personas que, por sus relaciones personales y profesionales, defienden más a las élites que al pueblo y son el dique de contención para las reformas que son fundamentales para que la ciudadanía recupere lo que la clase dominante les arrebató durante la crisis.
Ha llegado el momento de la conciencia social colectiva, es el momento solo de creer y actuar como mujer y como hombre individualmente con su moral y con el único objetivo de la igualdad real.
Es cierto que las dictaduras están instaladas por igual en la derecha que en izquierda. Entonces, ¿por qué deberíamos ahora creer en ningún «padre de la patria», en la justicia controlada por las élites, en tantas y tantas mentiras? ¿Un líder es un vendedor de mensajes cargados de mentiras y corrupción?