El año pasado no se conocía casi nada respecto al coronavirus, aunque ya se tenían datos que indicaban el peligro. El Gobierno, recién proclamado, se guardó su minuto de oro con la celebración del 8-M, sin importar en realidad las demandas de las feministas o la peligrosidad del evento. También es cierto que desde la derecha se acudió, no en masa, al encuentro internacional de liberales libertarios que se celebró esos mismos días en Madrid. Así como todas las competiciones deportivas habituales con miles de personas en estadios y pabellones. Era un sí pero no.
Las cosas son bien distintas este año. Ahora se conoce el coronavirus, lo vil que se muestra mutando y contagiando, las consecuencias de infectarse en diversos grados y la esperanza de que las vacunas y los medicamentos que llegarán en breve acaben por derrotar al virus que ha cancelado la vida del mundo. Ahora sí se sabe y por cuestiones médicas no es prudente celebrar la manifestación del 8-M, ni encuentros paralelos (salvo los digitales), ni nada por el estilo salvo… salvo que se eliminen todas las restricciones que se han impuesto a empresas e individuos en toda España.
Empieza a estar la población española bastante cansada de la clase política (da igual el color) por actuar según les place y tomando decisiones de restricción de la libertad según les viene en gana. Todo ello bajo el supuesto paraguas de lo sanitario. Comerciantes cerrando sus negocios porque no acude nadie o están clausurados por las autoridades del lugar (hablar de competentes es suponer demasiado). Tiendas de ropa que sacan sus productos casi en saldo porque las personas han dejado de consumir puesto que ni salen para lucir la ropa, el peinado o los zapatos; o porque tienen miedo de contagiarse a la vista de las informaciones que ofrece la clase política y reproducen los medios de comunicación. Cada cual según quien le “manda” es verdad, pero ejerciendo de altavoces del poder político. ¿Alguien puede explicar por qué en Granada tienen que cerrar los comercios a las seis de la tarde mientras los trabajos siguen llenos de gente?
Curiosamente aparecen datos que confirman y derrotan los datos de unas y otras comunidades. Las que cierran bares tienen aumentos de infectados. Las que no cierran también. Las que establecen limitaciones fronterizas ven crecer los contagios y los que no también. Lo mismo ocurre con las bajadas de contagios. Ahora, cuando ha pasado casi un año empiezan, a la vista de ese tipo de datos, las Comunidades a reconocer que la mayoría de los contagios se producen en centros de trabajo y de allí se expanden por colegios y hogares. Todo esto es algo que la mayoría de las personas van conociendo y va provocando el aumento de su enfado. Normal porque hay muchísimas personas que lo están pasando mal de verdad con la pandemia.
Teniendo ese panorama presente ¿por qué han de permitir, aunque al aire libre sea menos contagioso, que se celebre el 8-M y no que las personas puedan acudir a los estadios de fútbol? El derecho a manifestarse no es superior al sanitario que impide la libertad de muchas personas para hacer una vida normal. Que sea un espectáculo de la clase política no le concede más derechos que el poder abrir la tienda el tiempo que ha sido uso, costumbre y norma. Si un padre o madre no puede visitar a su hijo o hija porque viven en comunidades distintas tampoco pueden las feministas hacer sus manifestaciones. O lo que es lo mismo, si están recortadas las libertades por una cuestión sanitaria, lo están para todos. Incluso para la clase política.
Con todo esto qué se quiere decir, que si se aprueban las manifestaciones del 8-M como derecho reconocido a la libertad de manifestación y expresión, más en un año donde el mundo queer intenta mandar a las mujeres a la Edad Media, el resto de restricciones deben ser eliminadas ipso facto. Porque una cuestión sea social o política no prevalece sobre los derechos individuales del ser humano. Están en igual gradación de derechos y por tanto habría que eliminar cualquier restricción. Eso o aguantar que las personas que hasta el momento han aguantado estoicamente se lancen a hacer lo que les dé la gana o a pegar políticos hastiados del cachondeo que empieza a ser todo esto. Las cosas del teatrillo político se permiten, las del mundo particular se persiguen como si hubiese una realidad paralela. Una realidad que existe en las mentes de unas elites que se han separado totalmente de sus conciudadanos.