Desde tiempos de la Revolución Francesa, sino un poco antes, la «izquierda» siempre ha intentado ser una sustitución de lo divino. Desde el nominalismo hasta nuestros días ha existido un proceso de secularización frente a lo absoluto, el misterio, Dios si lo prefieren, mientras que se ha generado una divinización de distintos aspectos de ese proceso: la diosa razón de los revolucionarios; el positivismo comtiano como religión; el comunismo como escatología histórica; el liberalismo como progreso para la mejora universal; etcétera. En todos y cada uno de esos movimientos al final siempre aparece lo que se puede calificar de puritanismo, el cual no deja de ser un «haz lo que yo te diga y no hagas lo que yo hago».

Existe una tesis muy sugerente donde se expone que, en el avance hacia la postmodernidad, esa que se ha construido a martillazos, deconstruyendo y relativizando todo, se ha perdido la esperanza y se ha cambiado por la mera libertad del individualismo. Es sugerente porque los presupuestos ideológicos de todo tipo, si se fijan bien, tan sólo hablan de cuestiones técnicas, de grandes conceptos imposibles, de factualidad aquí y ahora o, en los casos más demagógicos, de un retorno a no se sabe bien qué edad dorada pura —normalmente los nacionalismos de todo tipo encajan aquí—. Lo que hoy se hace sirve para mañana y poco más. Se ha perdido toda trascendencia. Ya sea hacia lo histórico, lo utópico, lo religioso y con ello todo tipo de esperanza. Todo tipo de humanismo.

Cuando hoy se está en un mundo dividido entre los dos liberalismos, el más economicista y el más legalista —ambos complementarios—, y los diversos movimientos arcaizantes —nacionalismos, islamismos, etc.—, la realidad es que el ser humano no se encuentra en ningún lugar. Programa está escrito con mayúscula no por el programa estúpido, porque no se suele cumplir, de un simple partido político que no deja de ser un engañabobos, como esa posición ante el mundo que le rodea donde existe, más allá de lo utópico que suele haber, una definición de lo que es el ser humano, de lo que se espera a futuro y de los posibles caminos a transitar, estos últimos más determinados por las circunstancias históricas y regionales. Eso ya no existe en la izquierda actual y se ha olvidado en la derecha. Porque lo liberal fue izquierda en todo el siglo XIX y el comienzo del XX y tenía un Programa —el cual todavía se manifiesta en libros estúpidos como el de Daron Acemoğlu y James A. Robinson Por qué fracasan los países: los orígenes del poder, la riqueza y la pobreza, donde venden que debe haber democracia e instituciones democráticas (a lo estadounidense) para tener riqueza, algo que numerosos países del mundo muestran como falso—, la razón como guía de todo, la libertad individual, la ciencia como mecanismo para el bienestar, etc. Hoy les queda la libertad.

Partiendo del hecho de que lo que hoy se denomina izquierda no deja de ser el liberalismo más postmoderno —el deconstruido, postcolonial, de los derechos inventados, el populista laclauiano, el ecologista coñazo (que nada tiene que ver con el conservacionismo)…—, mientras que la derecha es el liberalismo más económico —incluyendo sus versiones más arrebatadas, populistas y supuestamente conservadoras—, la inexistencia de Programa sobre el que asentar una ética, lo de la estética lo llevan muy bien con eso del pijo-progresismo, les lleva a utilizar lo primero que tienen a mano, el puritanismo de corte liberal. Como ya saben el calvinismo ayudó a la propagación del capitalismo como sistema y su ideología propia, el liberalismo, no dejó de tener ese ramalazo puritano. El régimen del Terror jacobino era puritano. La moral europea liberal era puritana. El puritanismo contra los grupos de Hair Metal de los años 1980s fue lanzado por los «demócratas» y bien apoyado por los evangélicos.

Ahora son la libertad de opinión, y la consanguínea libertad de expresión, las que están en juego: todo aquello que se salga del sistema, debe ser establecido como herejía y por ende puede ser penalizado. Ya no se puede protestar, con insultos mucho menos, en el fútbol, no se pueden hacer tifos, no se pueden tomar unas copas antes de entrar —ellos sí se pueden poner de cocaína hasta las trancas, como bien refleja este estudio o lo que dijo Ramón Espinar—, no se puede fumar casi por la calle —impidiendo además la existencia de lugares exclusivos para fumadores—, no se pueden tener coches diésel… Se van prohibiendo actividades y acciones normales de la ciudadanía mediante aspectos morales puritanos. Sí, proponen numerosos estudios y demás, pero la raíz de la prohibición es moral, como sucede con los «supuestos» delitos de odio. Salvo que se sea de una supuesta minoría que, entonces, puede desfilar por las calles de Madrid con el cipote al aire o violar mujeres sin las mismas consecuencias.

Con el argumento de la libertad por bandera, pues ya no queda esperanza, todos hablan de hacer y hacer pero siempre acaban con la estaca puritana por detrás. El libre albedrío, que no deja de ser una libertad razonada, ya no existe. Cuando gobierna la izquierda se implantan leyes puritanas, se crea el caldo de cultivo moral, y cuando llega la derecha no toca nada —ni esos que van mostrando pelo en el pecho—. Porque al fin y al cabo son hijos del mismo padre y el parricidio no está bien visto. El «otro mundo es posible» que nos venden no deja de ser un mundo capitalista. El retorno a las virtudes no deja de ser otro mundo capitalista de corte calvinista. Si la izquierda, y el conservadurismo verdadero, no apuesta por un Programa de esperanza ya no es útil a la sociedad. Lo será al Capital.

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