El paro patronal del sector del taxi va más allá de una lucha entre el transporte de viajeros tradicional con las multinacionales que, a través de vacíos legales, están compartiendo la función del transporte de viajeros, pero no el espíritu de servicio público que representa el taxi.
Este tipo de servicios no son algo nuevo. Ya en la Edad Media existía un gremio que alquilaba carretas y animales para el transporte de personas. Sin embargo, fue en el siglo XVII cuando nacieron los taxis en ciudades como París o Londres con coches de camino, colleras, estribos, rúas, varas, vigas o peseteros.
El taxi va más allá del mero transporte porque es un servicio público que las instituciones tienen la obligación de defender y de mantener. Sin embargo, las multinacionales han encontrado un nicho de negocio gracias a los vacíos legales que existían en la regulación del transporte de viajeros y, sobre todo, a la confusión de algunos defensores del libre mercado que no comprenden lo que realmente representa este sector.
El paro patronal de los taxistas no tiene ningún tipo de reivindicación económica o de condiciones laborales, sino de regulación del transporte de viajeros para que, en primer lugar, se respeten las reglas y no se permita que las multinacionales invadan las competencias del taxi ya que, como se puede comprobar quien sea usuario de las VTC, no existe ningún tipo de diferencia entre el modo de gestionar el transporte de los ciudadanos salvo el modo de captación a través de las aplicaciones móviles; en segundo término, las multinacionales y las grandes fortunas que están detrás de las VTC ven a las personas que contratan sus viajes a través de las apps como simples clientes que usan y pagan, es decir, sin ningún tipo espíritu de servicio a la comunidad. Es el mercado, amigos…, como dijo Rodrigo Rato.
Como ya afirmó Diario16 en el artículo de José Antequera, el taxi es mucho más que un coche y un conductor: «al taxista hay que respetarlo porque es la primera víctima de la carretera, el esclavo de la noche que tiene que exprimir el reloj a tope para poder sobrevivir, la presa fácil del primer yonqui enloquecido que pasaba por allí para ponerle un cuchillo en el cuello, llevarlo a un descampado o poblado chabolista, con alevosía y nocturnidad, y robarle la miseria de la madrugada. El taxista es el guardián ojeroso de la ciudad que llega donde no llegan la policía ni los bomberos, la matrona improvisada que asiste a la parturienta anticipada, el médico de primeros auxilios que socorre al enfermo cuando no está la ambulancia, el testigo súbito del delito y el que traslada a la mujer maltratada a comisaría cuando su marido pretende acabar con ella. El taxista es mucho más que un simple conductor, es un servicio público, la primera cara que ve el guiri cuando aterriza en España, el primer comentarista de las noticias del día, el que da conversación al cliente estresado y hasta un consejo útil, proverbio o refrán para sobrevivir en la jungla de asfalto. El taxista es un filósofo de la vida (los hay mejores y peores, como todo), una especie en vías de extinción por culpa de eso que llamamos progreso y un ser humano que lucha por salir adelante en las tripas de hormigón de nuestras grandes ciudades». El taxi es la «tienda de al lado de casa». Siempre está ahí, a la hora que sea y para lo que sea, para lo bueno y para lo malo.
Aún recuerdo emocionado cómo en el 11M fueron los primeros que apagaron sus pilotos verdes para llevar a los heridos a los hospitales porque las ambulancias estaban saturadas sin cobrar un duro; cómo pusieron sus coches a disposición de los familiares para recorrer todos los hospitales en busca del marido, de la esposa, de los hijos, de la madre, del padre, del amigo para, si no estaban en las listas, acompañarlos en el triste viaje a Ifema. Un taxista me contó unos días después que había llevado a la misma familia desde las once de la mañana hasta las siete de la tarde. No le importó el tiempo, no le importó comerse un bocadillo frío en el parking del Doce de Octubre. Sabía que tenía que estar con esa familia y cuando a las seis y media les confirmaron que el familiar estaba vivo en La Paz, el padre se acercó a él, le dio un abrazo y él se abrazó a ellos llorando como si el herido fuese de los suyos. Esto es el taxi.
Evidentemente, el sector tiene que pensarse en adaptarse a las nuevas necesidades de la ciudadanía y no quedarse en los procesos del pasado. Hay cosas que mejorar, evidentemente, y los servicios que ofrecen las VTC les pueden servir de modelo para adaptarlas.
Pero esto no lo pueden hacer solos dado que dependen de las administraciones públicas y tienen que ser éstas las que les proporcionen las herramientas, las regulaciones y los recursos para que el taxi no se convierta en un sector engullido por el paso de los tiempos, en una especie de cabina telefónica, en una nostálgica reliquia de un pasado cercano.
No se trata de impedir la convivencia entre las VTC y el sector del taxi, sino que éste mantiene vivo el servicio público cercano, el que no hace distingos, el que representa la igualdad de los ciudadanos que establece la Constitución. Hay mucha gente que no contrata los servicios de las multinacionales porque no tienen acceso, por las razones que sean, al manejo de esas aplicaciones. Sin embargo, todos nos podemos colocar en una acera o hacer una llamada de teléfono, a la hora que sea, para llamar a un taxi que siempre nos llevará a nuestro destino.