Estos días de confinamiento están sirviendo para que las personas del común tomen conciencia de cuestiones antes banalizadas u ocultas por el espectáculo político. Se daba por hecho que el capitalismo era el mejor sistema económico, el que lo aguantaba todo y ahora se observa que ni para dotar de mascarillas a la población sirve. A ello súmenle que todos los capitalistas y los anarcoliberales han acudido en masa, dándose codazos por ver quién llegaba el primero, a solicitar al Estado que le solvente sus problemas y salve sus cuentas de resultados. En resumidas cuentas a que salven a la clase dominante detentadora de los medios de producción, especialmente financieros. Nada nuevo porque, más allá de penetrar en el Estado para utilizarlo en su propio beneficio (aparatos represores, ideológicos…), siempre que ha habido problemas con las crisis permanentes del capitalismo han sido los Estados los que han sacado el cuello por los empresarios.
También se ha dado cuenta la población de la clase de tertulianos y tertulias que existen en España. Se ha pasado de verlas por curiosidad, para rellenar el tiempo, a prestarles cierta atención debido a la crisis del coronavirus. En ese preciso momento el espanto ha hecho presa del espectador o del oyente y ha logrado comprender el porqué de todo lo que le rodea. Tertulias y tertulianos que no informan de lo que sucede sino que se separan de la realidad para aparentar, para ponerse unas máscaras y realizar una función teatral donde el argumento carece de todo interés. Lo importante es el relato del momento, del segundo, de la posición que se dice ocupar (más a la izquierda o más a la derecha) en ese teatro que está siendo arrollado por una realidad que no pregunta por personajes tan estériles e vacíos. Da igual que se mire al tertuliano supuestamente de izquierda o al de derechas, la vacuidad es completa. Y como esas tertulias no son más que mecanismos de adoctrinamiento, funciones de la política espectáculo ¿por qué han de seguir apareciendo en los distintos medios al no ser de primera necesidad?
Desde el Gobierno se ha dicho que han de acudir a trabajar quienes cumplan una función de primera necesidad y ninguno de los tertulianos, todólogos o doxósofos que aparecen continuamente aportan algo que cubra las necesidades mínimas. No sirven ni para el espectáculo de entretenimiento sino solamente para enfrentar a las personas unas contra otras, lanzar mezquindades o aparentar que se sabe algo, se tiene la mejor información cuando no es cierto. ¿Ayudan la tertulia de Carlos Herrera, la de Ana Rosa Quintana, la de Susanna Griso, la de Antonio Ferreras y demás de cadenas menores a procurar información veraz a las personas que están en confinamiento? Si alguien piensa que Eduardo Inda tiene el saber es posible que se equivoque. Si alguien cree que Jorge Bustos va a proveer de una información vital igual debería revisar su concepción del personaje. Si entienden que Antonio Maestre, con un discurso muy doxófico (doxósofos es aquel que piensa que es sabio pero no se mueve de la opinión general ni un milímetro), es un intelectual que sabe mucho, no le han leído lo suficiente. Y qué decir de personajes como María Claver, Arcadi Espada y demás personajes que aparecen siempre en las tertulias.
Porque son siempre los mismos ya que existe una especie de clan, de casta de la todología (hablan de todo con una superioridad que hubiese avergonzado al mismo Sócrates), hasta con representantes, para siempre ser las mismas personas recorriendo todas las tertulias. De vez en cuando aparece alguien que tiene algún saber real pero se le impide hablar no vaya a ser que destape las carencias de los demás. No se disfruta en España de intelectuales mediáticos tipo Peter Sloterdijk o Bernard-Henri Levy, aquí a lo más que se llega es a sacar a Juan Manuel de Prada, que como es tradicionalista aparece como bicho raro. Realmente columnistas que si leen no analizan, o analizan sin leer, sin tener marcos de referencia. Personajes que están en esas tertulias para que usted no se separe ni un milímetro de los intereses de quienes les pagan. Incluso algunos se venden como proletarios para aparentar. Hace unos días, una de estas todólogas se atrevió incluso a reconocer el desastre que era lo que estaban haciendo en estos tiempos del coronavirus. Lucía Méndez, que dice saber de todo, hizo un ejercicio de penitencia que le durará hasta la próxima tertulia en que la contraten.
Cuando esto acabe, que acabará, los periodistas seguiremos sin hacer autocrítica de nuestro papel en la expansión del miedo. Y de cómo empeorar una sociedad ya seriamente averiada en sus atavismos emocionales digitales.
— Lucía Méndez Prada (@LuciaMendezEM) March 10, 2020
No son necesarias para proveer información fundamental a las personas por lo que carece de sentido que estén a todas horas y alargando sus horarios. La casquería, el ejemplo estúpido y extraño elevado a la categoría de generalidad, los tertulianos que saben de economía, de epidemias, de derecho o del color de las tinajas de Alcorcón, son elementos que sobran. Ese gusto por el muerto, por el afectado, por el violador antes que por la violada ya era sumamente asqueroso antes, pero en aquellos tiempos se veía como opción, no buscando información realmente interesante y fundamental como ahora. Y luego las batallas partidistas de los “sabios” que acuden al llamamiento de las tertulias del mediodía o la noche. Un puro entretenimiento, una actuación que mezcla agitprop con análisis que no servirían ni para el acceso a la universidad de los que se sientan en esas mesas o sofás. Deberían eliminarse, al menos, durante el tiempo que dure el confinamiento porque, de ser visionadas con cierta asiduidad, no sería extraño que las masas saliesen a las calles a cometer locuras. Desde derribar al gobierno, hasta acabar con la oposición en un pilón.