Envalentonados por la victoria del PP en Madrid o por miedo a no se sabe bien qué, toda la prensa española se ha posicionado contra Pedro Sánchez. ¿Toda? Sí, toda. No hay un solo medio de comunicación que no le esté pasando facturas de algún tipo al presidente del gobierno o esté alimentando a nuevos contrincantes al servicio de la “agenda Soros”. No hace tanto se escribía aquí sobre lo beneficioso, en número de lectores, que comienza a ser escribir a favor de obra, esto es, en contra de Sánchez y las pérdidas que se producían por hacerle la pelota de forma inmisericorde sin ningún atisbo de crítica a las cosas que se están haciendo mal. Porque sí, se están haciendo cosas mal pero no del calado para que toda la prensa se ponga en su contra como lo está haciendo.
En realidad las críticas, argumentadas, fundamentadas y que aportan algo más allá del desguace del personaje, siempre son bienvenidas. De hecho son consustanciales al espíritu democrático, al conflicto perenne e inmanente al proceso democrático. Situar a cualquier dirigente como mero representante, evitando cualquier crítica y entregándose a la tecnocracia que acaba constituyendo una oligarquía contra el pueblo, no supone asentar la democracia, ni conferir al “ciudadano” su verdadero ser. En ese aspecto, Sánchez o cualquier otro dirigente político es criticable, como lo es su acción de gobierno, pero lo que ahora está sucediendo es algo bien distinto que atenta contra los principios democráticos. La prensa, después de año y medio de gobierno, ya ha dictado que la legislatura ha acabado, que Sánchez debe convocar elecciones y que las plagas de Egipto se han trasladado a España. Eso no es una crítica, eso es autoinvestirse del poder de decidir sobre y contra la soberanía nacional.
Que unas elecciones territoriales sean el argumento para dictaminar que el tiempo de la legislatura ha llegado a su fin, dicen poco de quienes se acogen a ese argumentario. Que lo diga un inepto y mitomaníaco como Pablo Casado, en su desesperación para que no le quiten el puesto, puede ser visto como parte del espectáculo. Luego la prensa le puede dar veracidad a sus palabras o no –que en términos generales no lo hacen-. Pero que medios de comunicación, de los que se dicen serios y no son amarillismo, utilicen los artículos de análisis o de noticias –por no hablar de las locuras y berreas intelectuales que se leen en los de opinión- para hablar sin tapujos de la necesidad para la salvación de España de elecciones generales inmediatas, atenta contra su función social y contra los principios democrático que dicen defender. Desde Jesús Cacho hasta Antonio Caño, pasando por los sospechosos habituales, todos señalan al mismo personaje. Debe ser que tras la salida del mesías de la política ya no tienen con quien meterse.
En El país reculan de vez en cuando, por aquello de no perder todos los lectores, y dan tribuna al camarlengo monclovita, Iván Redondo, para la presentación del programa España 2050. Que es como el Programa 2000 del PSOE controlado por Alfonso Guerra pero dirigido por él que parece que es mejor. Está bien lo de colgarse medallas, pero señalar que jamás en España desde los tiempos de Adolfo Suárez se ha hecho algo parecido es no conocer la historia del propio país que se quiere transformar. Lo curioso es que en su artículo señala que hay que conocer la historia para aprender, pero se ve que no, que no lo ha hecho. Un programa que es criticable, precisamente, por su carácter tecnócrata y su desprecio a las personas que pueden tener ciertos conocimientos y capacidades de los partidos políticos –que parece que para estas personas en los partidos sólo hay pagacuotas y distribuye-memes-, pero esto no viene al caso salvo por las críticas furibundas que ya está teniendo el programa sin haber sido presentado. Y no por la fórmula elegida para desarrollarlo (oligarquía tecnocrática) sino por el contenido que nadie conoce. En eso están todos los medios en estos momentos.
Y por la izquierda, especialmente en la cadena amiga del grupo Planeta, ya están intentando colocar al nuevo mesías de la izquierda, Íñigo Errejón. Y para ello no sólo critican a la parte morada del gobierno, sino al propio Sánchez y los esbirros monclovitas. Lo de los esbirros es una invención de algún medio sobre la intención de los ivanes (Redondo y García Yustos –más conocido como el llamadas eróticas-) de favorecer mediante “las terminales mediáticas del sanchismo” al errejonismo. Debe ser que lo hacen para imitar a lo sucedido en Madrid y eso demostraría que muy listos no son… Volviendo al aliento al errejonismo desde los medios de izquierdas, ahí tienen al propio Juan Luis Cebrián previniendo al presidente Sánchez sobre el peligro del “partido verde” que le puede acabar devorando. Ha visto que Die Grünen vencen en Alemania y ha pensado que en España pasará lo mismo, por eso Sánchez tiene que hacer lo que le digan desde estos medios de comunicación.
No se trata de defender desde la obcecación, el dogmatismo o la cerrazón de un sugus al presidente del gobierno, pero cualquier crítica para ser válida, cuando menos, ha de situarse dentro de un contexto. Y en toda Europa existe un contexto particular que se olvida y no se critica y en España hay un contexto particular que se obvia día tras día. Pareciera que el coronavirus hubiese desaparecido de un día para otro y que los datos económicos fuesen terroríficos –que no lo son de momento-. Eso sí, no hace falta ir pisando callos todos los días (autopistas de pago, elevación impuestos, autónomos…) para retractarse al día siguiente –esta parte de la comunicación ¿quién la lleva?-. Ninguna crítica se sitúa en su contexto por lo que es pura opinión. Y como, desde los tiempos helénicos se sabe, la opinión es la más baja de las formas de conocimiento. La doxa es la piltrafa del pensamiento y no sirve más que para encizañar. Ni Sánchez es un santo, ni es un demonio. Hay que valorarle por lo que hace o lo que deja de hacer, pero pasar por encima de la soberanía popular para satisfacer los deseos de una parte de la oligarquía dirigente es algo muy poco democrático… más bien lo contrario.