Si existe un conflicto bélico complicado en este mundo (algunos añadirían, de mierda) es el que lleva décadas produciéndose entre Israel y Palestina. Se ha intentado de todas las maneras acabar con él mediante mecanismos pacíficos de diálogo y de nada ha servido. O han asesinado a palestinos los propios palestinos, o han asesinado a israelíes los propios israelíes cuando algunos confiaron en la paz. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Salvo que todo el mundo mirase para otro lado y las potencias nucleares generasen allí una nueva fosa de las Marianas, algo que no dejaría de ser una salvajada, no se atisba una solución dentro de unos cauces racionales y, por así decir, permanentes. Al menos, quien esto escribe, se muestra incapaz por completo.
Y todo lo anterior porque todos tienen razón y todos no la tienen. Sin duda existen argumentos que esgrimen desde Israel totalmente comprensibles, sin necesidad de recurrir a la Shoa. Como existen desde el lado Palestino. Nadie puede negar que Israel ha estado moviendo sus fronteras expulsando de sus casas a palestinos, pero tampoco se puede negar que el lebensraum israelí está más que justificado, sus vecinos quieren aniquilarles. Pierden la razón ambas posturas en el momento en que tan solo hacen del uso de la fuerza y lo más bajo del ser humano (según Alejandro Rodríguez de la Peña porque somos así por naturaleza —lo elabora un poco más en sus libros, así que léanlos—) su arma principal. Dirán ustedes que en ambos casos está la religión por detrás. Sí, pero también hay cuestiones antropológicas, históricas y sociológicas que se excluyen del análisis simplista que en muchas ocasiones se hace.
Cuando sale Pedro Sánchez pidiendo que se reconozca el Estado palestino —demanda de décadas de la ONU y otros acuerdos bilaterales— olvida que los palestinos, mediante el asesinato de dirigentes propios, rechazaron esa posibilidad. Cuando José María Aznar y sus corifeos afirma que defender a Israel es apoyar a la única democracia (liberal) de la zona expresa un argumento en cierto punto ético que olvida lo que una democracia no debería hacer, aun estando bajo un conflicto bélico. Cuando habla Sira Rego con el lema “desde el río hasta el mar” habla una mininistra trasnochada y que no ha tenido la suficiente valentía para estar allí y luchar por lo suyo y los derechos de las mujeres. Cuando Isabel Díaz Ayuso expresa su apoyo incondicional a Israel está a la espera de que los lobbies judíos pongan lo que tienen que poner en su canasta de huevos, porque ella, lo que se dice ella, tendría hasta problemas de contar la historia del conflicto.
Los que hablan de antisemitismo de la izquierda tienen menos luces que un farol sin mecha o bombilla, si acaso puede haber antisionismo, que es algo completamente diferente. Los que hablan de nazismo de las derechas contra los musulmanes, es un argumento que no merece ni comentarse, aunque se esté masacrando a muchas personas en Gaza. Se puede estar en contra de las matanzas de Israel y no ser propalestino. Se pueden defender los derechos humanos contra cualquiera de los dos contendientes. Es un conflicto tan complicado y enrevesado, en buena parte por la clase política de cada ente, que apoyar a uno u otro solo puede ser por interés personal o por ignorancia.
Cualquiera que se sitúe con claridad en alguno de los dos bandos contendientes está pisoteando alguna parte de la ética que luego exige a sus conciudadanos. Y da igual que sea el ministro Pablo Bustinduy y los que acampan en la Universidad Complutense —que vaya infelices al copiar lo que hacen los yanquis con el odio que les tienen—, como los medios e intelectuales que hacen la vista gorda con Israel. Tampoco la embajada israelí en España es muy hábil porque cada vez que habla genera dos propalestinos más. Se puede conceptualizar si lo que están haciendo es un genociodio o no, pero no se puede esconder la masacre constante. Como no se puede negar la actuación de Hamás aniquilando a 1.200 personas que estaban disfrutando de su día.
Paradójicamente cualquier europeo se siente más cerca de los valores que ofrece, en parte, el Estado de Israel. Con los de Hamás no. Y no cuela que en Gaza se permite la existencia de cristianos porque no es más que una treta. En otros lugares se les persigue. Como son perseguidos los cristianos en muchos lugares de Israel por parte de los judíos, aunque esto los cristianos, apostólicos y romanos de los medios y la política lo callen. No todo es blanco o negro en este conflicto y por ello lo único razonable sería obligar a las partes a dialogar. No lo harán como ha sucedido en el pasado. Por lo tanto, cualquier manifestación o intento de boicotear a unos, especialmente a unos, u otros es postureo.
En esto solo queda estar junto al romano pontífice y pedir por la paz. Porque estar con unos o con otros no es posible. Ambos tienen razones a su favor, pero también demasiados crímenes a sus espaldas. Y no, no existe posición ética que defienda a cualquiera de las dos partes.