Tomás de Aquino, santo y doctor de la iglesia católica, vuelve al primer plano para señalar a los todólogos de la caverna como verdaderos ignorantes en lo que a cuestiones divinas y humanas se refiere. Que una persona fallecida en 1274, por tanto en plena Edad Media, deba ser recuperada para desmontar las barrabasadas que algunos se atreven a escribir en columnas de periódicos, más o menos consagrados, por muy de derechas que sean esos periódicos, dice muy poco del avance de una sociedad y del estancamiento en la cueva del escribiente. Así sucede con el caso de Salvador Sostres, personaje que parece hacer gracia entre las huestes cavernícolas pero cuyos escritos, en realidad, no son más que una afrenta a la razón, a la verdad y, en este caso, a la teología más básica. Lo que debe hacer un “intelectual” en principio es usar el intelecto gracias a unos conocimientos teóricos, materiales y/o prácticos, no soltar la primera memez que se le ocurra. Bien es cierto que la sociedad del espectáculo promociona a toda esta caterva de personajes pero de ahí a consentir en bien de la sociedad que expandan su pensamiento mágico hay un trecho que no se puede permitir.
No es que Sostres sea de derechas, hay intelectuales de derechas muy capacitados; no es que defienda la ideología dominante –incluyendo el patriarcado, pues más de una vez ha dado muestras de un machismo medieval como poco-, pues esa ideología la defienden el 90% de los todólogos, doxósofos e intelectuales que aparecen en los medios de comunicación –incluidos los que se dan golpes de pecho revolucionarios-; no es que su catolicismo, si es que lo profesa, le lleve a anteponer a dios por delante de los hombres para todo –aunque su ética es verdaderamente poco cristiana según se ve en sus escritos-; es que llega a poner a dios (el dios católico se supone) como único capaz de juzgar a un rey. Tal estupidez es difícil de encontrar en teólogos medievales o en pontífices, de hecho cabe recordar que Gelasio I, mediante su teoría de las dos espadas, dejaba bien claro que siendo todos hijos e hijas de dios, cada cual en su lugar sin olvidar que si el rey tiene espada, el papa también. Cicerón le daría golpes con un ladrillo pues luchó siempre contra la divinización imperial.
Recuperando a Tomás de Aquino, éste escribió en De regno (en español La monarquía y también conocido como De regimine principum) lo siguiente sobre la monarquía: “Las abejas tienen una reina y en todo el universo se da un único Dios, creador y señor de todas las cosas. Y esto es lo razonable. Toda multitud se deriva de uno. Por ello si el arte imita a la naturaleza, y la obra de arte es tanto mejor cuanto más se asemeja a lo que hay en ella, necesariamente en la sociedad humana lo mejor será lo que sea dirigido por uno”. No que el poder de ese uno derive de dios como don, tal y como ha escrito Sostres, sino que es mejor que gobierno uno antes que unos cuantos o todos. Dicho esto, bien es cierto que, siguiendo a Aristóteles, pide que ese uno esté controlado por fórmulas mixtas de gobierno (monarca, aristócratas y personas de los burgos). La misión del monarca, sigue contando, es alcanzar la paz en la unidad del reino mediante, y esto es importante, el desprecio de la gloria, la posesión de un alma virtuosa y un constante trabajo por la justicia. En sus palabras “debe poseer la mansedumbre, la clemencia en el juicio y el celo por la justicia”.
¿Qué nos cuenta Sostres sobre la monarquía? “Los reyes como los papas, no tiene que ver con los hombres sino con Dios. Es estúpido juzgar a los monarcas con criterios terrenales y, además, no sirve de nada. La monarquía es un don, una encarnación divina; ni es democrática, ni está sujeta a las leyes que los hombres nos hemos dado […] Un rey no nos representa a nosotros sino a Dios”. El doctor de la iglesia, que algo más de cuestiones divinas sabrá que el cavernícola de ABC, jamás vio en la monarquía un don sino una función política, no en vano el aquitano era racionalista, que ejercía el poder mediante una regulación que se habían dado las personas. Obtenía la majestas en tanto en cuanto actuase bajo los principios anteriormente señalados. Pero si pecaba, si atentaba contra las “leyes de hombres”… se podía actuar contra él. Como es propio de la sociedad el darse un rey, deberían ser el resto de responsables políticos los que pidiesen al monarca acabar con el latrocinio, el robo, la bellaquería o el incumplimiento de los principios de gobierno. Si esto no sirviese, habría que rezar para que dios le hiciese entrar en razón. Si no lo hiciese, entonces, en ese caso, se le podría deponer por la fuerza hasta el extremo de quitarle la vida. Un tiranicidio que, como en Fuenteovejuna, sería cometido por la sociedad al ser garante de la potestas. Tomás de Aquino, siendo clérigo, doctor y santo, le dice a Sostres que no, que los monarcas se deben al pueblo que es el que tiene, en última instancia, el poder.
Si no le sirve a Sostres la prédica del aquitano, se puede recurrir a un español –aunque siendo jesuita igual le chirríen los dientes- como Juan de Mariana. Tampoco entiende el poder monárquico como don divino, sino que adelantándose a Thomas Hobbes, supone que los hombres estaban acechados constantemente por los peligros de los más fuertes, por lo que decidieron darse un derecho, una ley para evitar los peligros. De ese acuerdo surgió la sociedad y la potestad real. Todo esto lo explica en su obra De rege et regis insitutione, así como acabar con el monarca si se corrompe o lo que es lo mismo, no respeta las leyes civiles y las divinas. Se acabó eso de que el rey no está sometido a las leyes, ahora, dice Mariana: Princeps non est legibus solutus -el rey está obligado a guardar la ley al igual que el resto de los gobernados-. Si no obra de acuerdo con las leyes el soberano (que no es el rey) “no sólo tiene facultad para llamar a derecho al rey, sino también para despojarle de la corona si se niega a corregir sus faltas”. Tras cometer las faltas, dice el jesuita, habría que decirle al monarca que depusiese su actitud, que volviese a portarse de forma adecuada y de acuerdo a la ley. Si esto no funcionase y llevase a la patria hacia el derrumbe “si no hubiera otro modo posible de salvar la patria, matar al príncipe como enemigo público, con la autoridad legítima del derecho de defensa”.
¿Dónde está dios en todo esto Sostres? Igual tiene en mente lo que dijo Luis XIV, “el rey sol” y antepasado del Borbón huido, cuando afirmó: “Les rois sont seigneurs absolus et ont naturellement la disposition pleine et libre de tous les biens, tant séculiers que de ecclésiastiques” (Los reyes son señores absolutos y, naturalmente, disponen de la disposición total y gratuita de todos los bienes, tanto seculares como eclesiásticos). Pero esto no es derecho divino, ni un don, esto es absolutismo e ir contra la sociedad. Normal que los franceses acabasen separando el cuerpo de la cabeza de su borbonada y que alguien como Etienne de la Boëtie (Discurso de la servidumbre voluntaria) afirmase que no hay obligación alguna de aguantar a un tirano. Realmente Sostres, ignorando el papel que jugaron los servicios de inteligencia estadounidenses y los dineros inyectados para que España fuese una democracia, ha escrito una lamida de sable a Juan Carlos de Borbón en virtud de un pasado que es pura ensoñación y mitificación. Si ha incumplido las leyes de la sociedad debe pagar y como se guardó un as en la manga como buen tahúr con chaleco floreado vía inviolabilidad –como puede ver Sostres ni el monarca cree en los dones-, al final el soberano ha provocado que tenga que salir por patas. Por el camino deja espectáculos bochornosos como el que representa el todólogo del ABC hablando de divinidades y castigos divinos. Hasta ha tenido su momento taumatúrgico al afirmar que sin la borbonada no habría democracia en España. La hubiese habido sí o sí, pues el contexto económico, con las fuentes energéticas cortadas, sin créditos exteriores y sin mercado por el boicot de las democracias occidentales, hubiese llevado a una democracia burguesa o una república de los soviets. Todo ello con el Borbón en un cajón de pino. Ni hubo magia del Borbón –mucha más tuvo la izquierda aguatando lo que aguantó, poniendo muertos como siempre-, ni dios ha querido a España nunca (que parece que no ha leído a Jardiel Poncela). Se puede defender al Borbón pero no hace falta decir idioteces, contrarias a la doctrina de la iglesia para más inri, que quien chochea es Anson y la conspiración de Hugo Chávez –que parece el Cid ganando batallas después de muerto-.