Desde la antigüedad los pensadores, los hombres de gobierno (hombres porque a las mujeres no se las permitía gobernar) y hasta los teólogos más iracundos siempre tuvieron claro que el primer principio de cualquier república –desde la más sencilla ciudad-Estado hasta el Imperio que ustedes prefieran- es lograr el bien común. Pueden decir, y no faltarán a la verdad, que el bien común es muy diverso según las épocas, los políticos y la ideología de que se trate. Cierto pero, siempre hay un pero, dentro de ese bien común diverso siempre hay una primera obligación a partir de la cual desarrollar los aspectos diversos: la seguridad. Sin seguridad, que incluye la salud de las personas, no hay Estado, no hay posibilidad alguna de buscar el fin más deseado de ese bien común, no hay personas a las que gobernar o con las que confraternizar socialmente.
A Baruch Spinoza, por ejemplo, le preocupaba la fortificación de las ciudades-Estado y tener buenos embajadores para la existencia de paz. De ahí se podría generar la riqueza de la nación. Sin esa seguridad no cabía esperar generar riqueza alguna. Y sin personas saludables, como entendía Johann Friedrich Struensee en Dinamarca, no podía haber fortificaciones, economía sana y libertad. Hoy en día la dirigencia política no habla de seguridad (salvo la extrema derecha de forma racista, es decir, seguridad contra el Otro, sea quien sea), no habla del cuidado de las personas en sí, no se preocupan por los fundamentos primeros de la palabra más gastada de todas las utilizadas, la libertad. Se asiste a un espectáculo constante de insultos, de medias mentiras, de “y tú más”, de ocultamiento de datos o informes, un espectáculo infernal que sirve para distraer a los espectadores con fórmulas agonísticas, pero que esconde que lo primero, el primer principio para la dirigencia no es la seguridad sino la economía. Hablan y hablan de medidas fito-sanitarias pero las decisiones que se toman acaban siendo siempre en favor de lo económico.
La semana que llega a su final ha asistido al espectáculo del neofranquismo en el Congreso. Un espectáculo que han aprovechado el resto de grupos parlamentarios, salvo el PNV, para insistir en su propio papel dentro de la función. El que era estulto, ahora es elevado a los altares de la derecha por un discursito muy de partido. Pablo Casado ganó su derecho a ser actor principal en la opereta que se representa. Discursos vacíos, huecos, efectistas y con mucho lugar común para ganar la cuota de protagonismo. Mientras tanto centenares de personas muriendo y miles enfermando sin que se tomen medidas, todo lo ajustadas a derecho que deseen, efectivas en pos del bien común. Isabel Death Ayuso ajusta los horarios de cierre de las actividades lúdicas y alimenticias (las laborales ni tocarlas) para no tener que ayudar a esas empresas y darles margen de maniobra… O lo que es lo mismo para que restaurantes y tabernas de tapas cuadren resultados y los borjamaris tengan donde salir.
El presidente del Gobierno, tras su discurso vaticanista, sigue haciendo vida política normal en la Unión Europea con cosas de cultura, de ecología y demás preocupaciones no esenciales para el bien común. No pasa nada, ya tiene las redes del PSOE para extender los lugares comunes de lo políticas efectistas que se van a aplicar… sin dotación económica en presupuesto alguno. Por lo que es como declarar la socialización del Universo sabiendo que casi nadie va a poder salir de la Tierra. Hay que concederle que está en busca de los millones de la UE que salvarán su gobierno, más el aumento de impuestos más reaccionario (porque aumentan los impuestos que pagan por igual ricos y pobres) de los últimos tiempos, porque en realidad no tiene la valentía de decir que no hay dinero en la hucha de Hacienda. Que se lanzaron a salvar empresas sin pensar si había dinero o no. Un dirigente que sea valiente le diría al pueblo la situación que hay. Pero como el camarlengo monclovita es de estimular los sentimientos antes de buscar el bien común, se acaba por no reconocer la realidad y escaparse por los cerros de Úbeda. Al fin y al cabo el espectáculo de la política lo permite.
Los demás, a sus batallas estériles contra ficciones o personajes ocultos que en realidad no son más que sombras o fantasmas personales. Si se fijan bien, da igual el partido al que pertenezcan, casi ningún dirigente político ha tomado decisiones efectivas que salven a la población. Ni a la economía porque a la pequeña burguesía de autónomos y pequeños y medianos empresarios los están dejando tirados desde las instituciones que tienen la posibilidad de ayudarles. Millones para Florentino Pérez, los que quieran. Para Juan el taxista rural, ni uno. Da igual que sea Death Ayuso o Juan Manuel Moreno Bonilla o Javier Lambán, las decisiones sólo llegan cuando la realidad les ha atropellado. Y son decisiones que no atajan las actividades de las personas realmente, sino que sirven para fingir que se hace algo. ¿Tiene algún sentido perimetrar poblaciones si se puede ir a trabajar todos los días en un metro atiborrado? ¿Tiene sentido cerrar la universidad impulsando que esas personas acaben en los bares porque éstos no se han cerrado ya que no tienen intención de ayudarles? ¿Tiene sentido estar peleando entre distintas instituciones estatales cuando se engaña con los datos? ¿Tiene sentido poder ejercer la soberanía y no hacerlo?
Si los pensadores que han antecedido a las generaciones actuales viesen lo que está sucediendo se alarmarían y con razón. Para ser libres hay que tener seguridad/salud. Sin salud no hay economía y por tanto no hay riqueza y por tanto no hay Estado y por tanto no hay servicios públicos y por tanto se llega a la distopía o al totalitarismo. Decían los pensadores que la democracia tenía como antítesis la anarquía. Y efectivamente sin seguridad y salud el resto de supuestos vitales para el bien común desaparecen y llega lo anárquico. Y ¿cómo pensaron que se resolvía la anarquía? Sin la libertad de la mayoría. Cuando desde la derecha dicen que las medidas de restricción del movimiento de las personas coartan la libertad de las mismas están escondiendo en realidad que para ellas y ellos el único bien común es que la economía de la clase dominante siga funcionando. Les da igual vivir en la anarquía del más fuerte (que ya se sabe en esta época quienes son), saben que a las malas se puede recurrir al autoritarismo (donde seguirían ocupando lugares políticos, claro). La diferencia es que hoy en día no hace falta dar un golpe de Estado para lo dictatorial, con aumentar las dosis de espectáculo (la época dorada de los sofistas), con alimentar los egos de los fieles y con controlar los medios de comunicación está todo hecho. Por algo los sabios de la historia eran sabios, se las sabían todas.
Dia lúcido del autor, imparcial y directo a la realidad. Estos art. limpios de fanatismo ideológico o de hooligan, son los que hacen que cada día acuda a este blog y vuelva al siguiente, aunque temeroso de salir refutando.