Donald Trump parece que no va a dejar ningún charco en el que saltar. Junto a su asesor y amigo, Elon Musk, está decidido a cambiar el aspecto del mundo occidental —con los no occidentales no se atreve y solo les impone tasas aduaneras— para acercarlo a su capitalismo neoprotestante. Desde X el empresario señala a aquellos gobiernos “progresistas” que están en problemas y se refuerza, mediante una manipulación del algoritmo, a aquellos que son, al menos hoy en día, amigos. ¿No han notado que les aparecen cada vez más temas en X de Javier Milei o Giorgia Meloni?

El siguiente paso es tocarle los cascabeles al mismísimo vicario de Cristo en la Tierra, el papa Francisco. Trump ya ha anunciado los próximos cambios en el gobierno, en distintas agencias del Estado y algunos de los embajadores políticos. Entre estos últimos, el próximo presidente estadounidense ha decidido situar como embajador de EEUU ante la Santa Sede a Briar Bruch. Católico muy conocido en su país de origen por ser el fundador de Catholic Vote, organización conservadora que propugna el viraje del sector católico hacia el trumpismo y el republicanismo.

Bruch también es un destacado activista contra el matrimonio (lógico) y las uniones de personas del mismo sexo; se posiciona contra las ayudas de los presbíteros católicos a los inmigrantes ilegales —llegando a denunciar que algunas asociaciones católicas están participando en esa inmigración con fondo públicos—; es decidido defensor del rito tridentino; y su máxima moral es la existencia de “valores no negociables”. Ha denunciado, algo que es de justicia, la investigación del FBI, mediante un supuesto abuso de poder, de aquellos grupos católicos que siguen el rito tridentino. Al pontífice romano le ha venido señalando por su posición globalista, sus quejas económicas y ha llegado a denunciar que el Vaticano es parte de un entramado para potenciar la inmigración ilegal.

La respuesta pontificia

Un verdadero torpedo que ha lanzado Trump a la línea de flotación del papa Francisco. Un tradicionalista al que tendrá que manejar monseñor Pietro Parolin con su habitual mano izquierda. No es, ni ha sido, ni será, la primera vez que un gobierno envía como embajador a alguien que puede ser incómodo a la “política vaticana”. Antiguamente, cuando la voz papal era verdaderamente una voz escuchada en todo el orbe, gobiernos claramente contrarios al catolicismo intentaban que no se notasen demasiado las diferencias (el ejemplo más claro era la URSS), hoy en día eso es algo que parece no tenerse en cuenta. Mucho menos cuando está Trump detrás, personaje al que no le importa pisar callos cuando sabe que el otro no tiene el suficiente poder de reacción.

El papa Francisco puede ser muchas cosas, muy modernito, o estar demasiado influenciado por el discurso globalista oficial, pero tonto no es. Como decía Benedicto XVI «aunque aparente no conocer o no saber es jesuita». En respuesta a ese nombramiento el pontífice ha cambiado al arzobispo de Washington. El cardenal Wilton Daniel Gregory, moderado, presentó su renuncia al cumplir su tiempo y ha sido nombrado el cardenal Robert Walter McElroy, que estaba en la diócesis de San Diego. McElroy es conocido por sus posiciones extremadamente aperturistas en lo referente a lo doctrinal, lo pastoral y lo social. O lo que es lo mismo, le ha devuelto el favor a Trump en el mismo corazón del poder político de EEUU.

Paradójicamente el embajador Bruch es presidente de la Seton Montessori School, un centro educativo adscrito a la teosofía, doctrina profundamente contraria a la doctrina católica. Si desean ahondar en lo que esto significa pueden leer el libro de Dominic Green, La revolución religiosa (Galaxia Gutenberg) y verán cómo se puede ser un tradicionalista ligado al lefebvrismo y dirigir una escuela donde el espiritismo y el orientalismo sobrevuelan. Lo de siempre en algunos radicales de todo pelaje, hipocresía y esto, que lo saben el el Vaticano, será seguramente utilizado en toda su amplitud.

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