«Europa puede aguantar unos cuantos meses de Elon Musk si los EEUU han sido capaces de aguantar diez años de Greta Thunberg» expresó el vicepresidente estadounidense JD Vance respecto a lo que conlleva la libertad de expresión. En su mezcla de distintas ideas en Munich —que algunos han calificado de discurso histórico (sic)—, quiso hacer un aparte respecto a la importancia de la libertad de expresión y la no injerencia de las elites europeas en las redes sociales.
Ayer ya se contó en estas páginas el camino hacia la decrepitud en los valores de Europa y lo poco que le gustaría a EEUU si las elites europeas decidiesen (algo dudoso) retomar el camino de la autenticidad europea. Hoy es preciso analizar ese enorme concepto que vienen manteniendo desde su propia fundación como país formado por trece ex-colonias británicas, el free speech o libertad de expresión. En realidad un “invento moderno” porque antes siempre han existido cortapisas a esa libertad de expresión.
A Sócrates se le acusó de atentar contra los dioses de la ciudad aunque realmente lo que molestaba era que alteraba el ánimo de los jóvenes con nuevas ideas. Cicuta y a otra cosa. Porque en esa supuesta gran democracia, la ateniense, había libertad para expresarse en la Asamblea… con el riesgo de que por mentir, engañar o molestar a otro sin pruebas te acabase costando la vida. Otro que acabó siendo condenado por hablar libremente, aunque estaba destinado a ello, fue Jesús de Nazaret. Criticar a gobernantes, más si eran reyes, era sinónimo de encarcelamiento o muerte hasta hace bien poco. El pobre Nicolás de Maquiavelo hubo de exiliarse por ser sincero y fue calificado como el pensador más malvado de la historia por El príncipe. Por no hablar de las diversas herejías, de todo tipo de religiones, que han sufrido pena de silencio y/o muerte.
La libertad de expresión es occidental, europea, y tomará un gran impulso con la Ilustración y todo lo que vendría después. Hoy en día cualquier intento de cancelar, impedir o limitar la libertad de expresión es considerado casi un crimen contra la humanidad. De hecho, se señala a aquellos países donde ésta no se permite, da igual Rusia, que Arabia Saudí o China, aunque luego no se haga nada, como territorios nada democráticos y fuera de los valores occidentales —como si les importase no tener valores occidentales—. Lo que ocurre es que la libertad de expresión no es un concepto solitario, que camine por la calle como ese pistolero sin nombre en busca de negocio, sino que lleva aparejados otros conceptos que son los que permiten a esa libertad ser lo que es.
Libertad, tolerancia y límites
No puede haber libertad de expresión sin tolerancia. La máxima de John Stuart Mill «Si toda la humanidad fuese de una misma opinión, y solo una persona albergara una opinión contraria, la humanidad no tendría más derecho a silenciar a esa persona del que esta, si ostentase el poder, tendría de silenciar a toda la humanidad» (Sobre la libertad. p. 37 de la obra publicada por Página Indómita), sigue teniendo plena vigencia. El respeto para todas las opiniones debe ser máxima, entre otras cosas porque podría ser que esa persona estuviese más cerca de la verdad que los demás. De ahí que el pensador inglés, en principio, protegiese la expresión con la tolerancia. Y se dice en principio porque sí creía que toda libertad tiene algunos límites: hacer daño a los demás. Ese hacer daño a los demás podría ser mediante mentiras o injurias. Tolerancia sí, pero hasta ciertos límites.
A la libertad de expresión, por tanto, también le acompaña lo honorable. Esto es, la intención de no mentir o insultar sino defender aquellas posiciones que se creen mejores, más verdaderas o más correctas. Es el honor de cada persona el que está en juega cada vez que se ejerce la libertad de expresión. Algo muy contrario a la inversión de la carga de la prueba que se practica en estos tiempos donde el mancillado todavía tiene que demostrar su inocencia mientras que el mancillador no ofrece prueba alguna. Entre otras cosas porque se apoyan en la supuesta policía de la moral. Así hablaba a mediados del siglo XIX Mill: «Entre las propensiones humanas más universales, se halla la de extender los límites de eso que podríamos llamar policía moral hasta el punto de que esta invade la más incuestionable y legítima libertad del individuo» (p. 134). De esta forma se pervierte la libertad de expresión.
Lo que no ha querido, porque no le cabía en el tiempo del discurso Vance, exponer es cómo se conforman las opiniones y la cultura de cada cual para poder expresarse libremente. ¿Somos completamente libres en nuestra capacidad de raciocinio o existen apósitos externos al ser? Lo que era en cierto sentido una intuición en el siglo XIX, fue un hecho palpable en el siglo XX. La existencia de un ser humano completamente puro es puro idealismo. Un porcentaje pequeño de toda la población igual tiene la posibilidad de quitarse de encima esas adherencias que provienen bien del Estado, bien del mercado, bien del entorno más cercano o comunidad.
La construcción social de la realidad
La gran máquina de generación de mentalidades ha sido el Estado moderno. Como bien analizó Louis Althusser, existían una serie de aparatos del Estado que estaban precisamente dispuestos para influir en el pensamiento, la moral y el comportamiento de los seres humanos. A ellos había que sumar otros aparatos, que en su momento estaban “en” el Estado, que eran ofrecidos por el mercado y que tenían como misión afirmar lo de los otros aparatos o discrepar. Cuando hoy se pelean hunos y hotros por los temarios de la ESO o el bachiller no es por una búsqueda de la perfección educativa sino por inocular sus propias miserias ideológicas. Superar todo esto no es tan sencillo como haber ido a la Universidad, la construcción social de la realidad es un proceso más largo y continuado y rebelarse contra él no es sencillo. A más universitarios no hay una sociedad más libre, igual incluso lo es menos.
Hoy en día, buen parte de la construcción social de la realidad se produce en las redes sociales. Ahí es donde Vance quiere que se abra la mano completamente, dejando todo a unas simples notas de la comunidad como corrección. El problema es que EEUU no es el mejor ejemplo de permitir, incluso dentro de sus fronteras, la libertad de expresión. Mientras los comunistas eran encarcelados los nazis y el Ku Klux Klan campaban a sus anchas. Eso no es ser tolerante, ni ser el máximo defensor de la libertad de expresión. Mill dudaba si intervenir o no cuando alguien se hiciese daño a sí mismo, pero no tenía la menor duda cuando era contra el bien general de todos. Esto es lo que la Unión Europea ha creído hacer al obligar a repetir las elecciones en Rumanía por unos mensajes de Tik-Tok. Por interferencias de un tercer país. Mal hecho con total probabilidad. Y en España sabemos lo que es que interfieran terceros, cuartos y quintos países en la política nacional.
El poder de las redes no se asienta en su capacidad de construir algo mejor sino todo lo contrario. Da igual la red que sea, en todas ellas hay distorsiones de la realidad, gente inventando historias, persecuciones, insultos y acosos… nada que ver con la libertad de expresión. Entre otras cosas por el anonimato que se permite, algo que no es honorable en sí y que permite la generación de granjas de bots o de comandos al servicio de unos fines particulares. ¿Se debe permitir todo eso? Esto requiere un debate profundo que no puede ser resuelto con un «¡No hay que tener miedo!», porque los matices son amplios. Cierto es que en EEUU y la UE el lobyyismo está permitido y están acostumbrados a hablar por terceros, pero aún así es cuando menos algo a debatir con la suficiente seriedad que no tiene la clase dirigente actual.
Volviendo al principio, decía Vance que no pasaba nada por aguantar a Musk ya que ellos habían aguantado a la niña pelma. Pues no es lo mismo. Thunberg no ha tenido la capacidad de gastar 50.000 millones de dólares para comprar una red social (¡gracias a dios!). No es lo mismo ir al colegio que dictaminar qué se estudia en el colegio. No es lo mismo comprar un periódico que tener la capacidad de dictaminar qué se publica en ese medio. No es lo mismo dar el coñazo que ser quien elija qué coñazo se puede dar. No es lo mismo escribir un mensaje en X que ser quien decida qué mensajes sí y qué mensajes no tienen más repercusión. Ahí no hay un dilema sobre la libertad de expresión, de la que Musk es acreedor, sino de la utilización de elementos de poder para influir o no en las capacidades de discernimiento de los demás. Así que el señor Vance haría mejor en no tratar de colarnos por la puerta de atrás algo que no es. Libertad para expresarse con honor, que no quiere decir con tibieza, sin faltar a la verdad, siendo tolerante con las minorías e intolerante con los intolerantes, sí. Colarnos a Musk como si fuese Mill, no, por favor, que hemos estudiado algo.