En las últimas semanas se viene produciendo un debate, el cual va aumentando su intensidad con el avance del tiempo, tras las palabras de la escritora Ana Iris Simón en la presentación del proyecto gubernamental sobre la España periférica. En cuanto la escritora de Feria puso sobre la mesa ciertos puntos –de un debate que lleva años produciéndose en el resto de Europa-, salieron los defensores de la verdad y la pureza a calificarla de rojipardista o reaccionaria. Había cometido la imprudencia, sin duda temeraria para estos portadores de la única verdad, de hablar de familia, de comunidades, de trabajo y de lo paradójico que resulta importar mano de obra (barata) para repoblar España y pagar las pensiones. Nada nuevo en Francia o Italia cabe decir. Torticeramente la derecha española, en un abrazo del oso, se ha puesto a defenderla sin saber ni por dónde van los tiros, como se verá ahora.
De esta el primer portador de la verdad, el bourdieuiano maestro, arremetió contra la escritora como rojipardista, falangista y muchos males más por osar mencionar que la juventud actual tiene enormes dificultades para tener un trabajo digno, para formar una familia, que los valores de la España periférica están siendo menospreciados, que la llegada de numerosos inmigrantes puede provocar más problemas de lo que se cree si no hay unas políticas de integración claras y previas, o que hoy alquilar o poseer una casa en las zonas urbanas y semiperiféricas es un reto que ni la vuelta a Ítaca de Odiseo, que frente a la globalización hay que recuperar cierta soberanía, que frente al capitalismo en esta fase globalizada hay que, igual, parar y pensar. Todo esto, que está al pie de la calle en distintas formas de expresión, es un mensaje rojipardo, dice el maestro plumilla, similar al que un Alain de Benoist presentó en su libro de 1999 (Manifiesto por un renacimiento europeo junto a Charles Champetier). Y como el filósofo francés es el padre de la Nouvelle droite –lo pone en francés porque es más cuqui- todo el discurso de Simón carece de validez sin analizar lo que puede haber de veraz. Como buen manipulador que es, oculta que De Benoist es la Nueva derecha francesa desde ¡¡¡1982!!!, también esconde que ha tenido alguna bronca importante con el lepenismo por apropiarse de algunas de sus ideas ya que estaban tergiversando el fondo de las mismas. También oculta las alabanzas a Podemos (casi un capítulo) en su libro El momento populista o las críticas al sistema (económico y cultural) tanto en el libro citado como en Contra el liberalismo. Cierto que De Benoist tiende más a la derecha pero bebe de fuentes diversas –incluyendo el marxismo-, es un tipo peculiar, aunque inteligente, y también ha sido calificado como padre de la Nouvelle gauche, la nueva izquierda no caviar.
Un burdo intento de manipulación aprovechando que la mayoría de las personas ni han leído, ni conocen a De Benoist, para de esta forma colocar a la escritora en el camino de la cancelación. El problema para los manipuladores es que otras personas sí han leído al pensador francés y a otros como los izquierdistas Christophe Guilluy (a quien cierto escritor “copió” el argumento de la España vacía) o Jean-Claude Michéa, que vienen a decir lo mismo que De Benoist. ¿Son todos rojipardos? Según el maestrillo sí, según el resto de los mortales no. De ahí que haya recibido su ración de conocimientos por parte de Daniel Bernabé, Esteban Hernández, Víctor Lenore o Juan Soto Ivars. Lo curioso es que frente a estos escritores ha achantado la mui pero se ha lanzado contra Guillermo del Valle y el resto de personas de El jacobino. Algo sorprendente en tanto en cuanto son jacobinos, como bien indica su nombre, por lo que eso de rojipardos o nazbols (nazis bolcheviques) les queda un tanto lejos. En realidad, como demuestra en un segundo artículo pontificador, lo que parece no es que haya rojipardos, jacobinos, demócratas o neomarxistas en el debate, sino que le lleven la contraria a él. Justo en el momento en que, usando las palabras que toma prestadas de Pierre Bourdieu, ha acumulado un gran capital simbólico que le permite aparecer en tertulias y varios medios haciendo caja y administrando la verdad revelada. Hasta le parece falso el materialismo que muchos han señalado como mecanismo frente a los idealismos con tintes postmodernos que defiende.
El debate europeo.
Todo este galimatías de dimes y diretes lo pueden encontrar en los medios de comunicación y las redes sociales, pero no es más que la parte espectáculo del debate de fondo. Por eso cabe preguntarse ¿se profundiza en el problema realmente existente o se sale por la tangente? Más bien parece que lo segundo. Cualquier análisis materialista acaba conteniendo cierto idealismo, así como todo análisis idealista/subjetivista contiene cierto contenido material. El problema es ¿quién se beneficia, a quién perjudica, qué aportan las distintas soluciones a los problemas de las personas? Ahí es donde en Francia (principalmente) e Italia se ha instalado el debate, no en inexistentes alertas antifascistas que acaban estampándose frente a la realidad (como se ha visto en las últimas elecciones madrileñas) o en subjetividades y colectividades que nadie entiende pero que sí tienen un claro objetivo favorable al sistema capitalista. Cerrar los ojos a la última transformación del capitalismo, no sólo materiales sino también culturales, es jugar en favor del propio sistema. Y ahí los maestrillos y demás “intelectuales orgánicos” juegan a favor de corriente.
El liberalismo, como ideología dominante del capitalismo, nos advierten que está dividido en dos: económico y político/cultural. Una división que, pese a quien le pese (los maestrillos o los libertarios), es imposible pues la segunda parte es pura consecuencia de la lógica del mercado. No existen en armonía sino mediante una interconexión cuasi perfecta (siempre caben distensiones dialécticas). Esto ¿qué supone? Que mientras que el capitalismo avanza para hacerse dominador global como Forma-Capital, el liberalismo político-cultural va adaptando la ideología dominante a las necesidades de aquél transformando cuerpos y mentes. Por ejemplo, el capitalismo se enfrenta a cualquier concepto de frontera (tanto física como subjetiva) de ahí que el liberalismo político-cultural actúe dejando sin realidad, sin sentido y sin carga simbólica las fronteras de los países, pasando por encima de las culturas nacionales, atomizando la sociedad (más bien una no sociedad como conglomerado de individuos sin más), generando subjetividades nuevas y fragmentarias que se adaptan perfectamente a la necesidad de consumo ilimitado, expulsando al crítico o fomentando la generación de ejércitos de reserva del capital en los núcleos resistentes.
Un modelo como el Estado de bienestar es una traba para unas élites que llevan años escindiéndose de la mayoría de la población (¿Han leído las nuevas ciudades que plantean los muy ricos separadas del resto?). Como son una traba todas las ligazones familiares o comunitarias que pueden actuar como freno a las intenciones imperiales del capital como forma social. Mientras el capitalismo aspira a una acumulación ilimitada basada en las plusvalías derivadas de un consumo desaforado, incluso sustituyendo al ser humano como núcleo del sistema (así avanza el transhumanismo), el liberalismo político-cultural va limando cualquier tipo de vínculo social no aceptado por el sistema. Hablar hoy de las clases populares, de la precariedad, del valor del trabajo, de los valores comunitarios y demás temas que generan solidaridades sociales es reaccionario, un atraso al progreso o un intento dictatorial, según lo digan liberales de derechas o de izquierdas. El lenguaje políticamente correcto, las subjetividades del deseo, el ecologismo para pobres, el buenismo, la cultura de la cancelación, el emprendimiento, la sociedad del cansancio, etc., son todos mecanismos ideológicos utilizados para dominar a las clases populares. Luego llega Francis Fukuyama (teólogo del sistema) y se sorprende que ciertas identidades (históricas se podría añadir) se rebelen contra el sistema. Así parece que en España es fundamental, en estos tiempos, una ley trans mientras el índice de pobreza crece. Normal que haya revueltas cuando las cosas del comer, lo material, quedan por debajo de los deseos inoculados por los aparatos ideológicos. Normal que hay cabreo cuando nos venden batallas imaginadas sobre libertad o fascismo y la juventud (junto a las personas en paro con 50 años o más) no encuentran acomodo en el sistema.
Quien se sale de los marcos ideológicos del sistema es calificado de rojipardo o totalitario. En realidad nadie se atrevería a comenzar un proceso revolucionario en estos días –entre otras cosas porque cualquier posible sujeto revolucionario es criminalizado o difuminado- por lo que, más allá de rebelarse como pediría Albert Camus, sólo queda agarrarse a las certezas que ha mostrado la historia como agarraderos. Que los países se vayan transformando en cinco o seis núcleos urbanos importantes y capitalistas y el resto periferia rechazable o marginal acaba generando desprecio al sistema en general. Cualquiera con un mínimo conocimiento de la dialéctica lo puede ver. Cualquiera que se pasee por la calle, tenga hijos o nietas jóvenes, lo vive. El progreso ilimitado al que se acogen todos tiene límites y un componente antihumanista. Al final las personas se dan cuenta que son prescindibles para el progreso general y, como es lógico, se aferran vitalmente a lo que puede hacer daño al liberalismo en sus dos ramas. ¿Supone esto una vuelta al tradicionalismo? No. Salvo Juan Manuel de Prada –que ha advertido ingeniosamente a Ana Iris Simón del intento de abrazo del oso de la derecha- que aspira a un catolicismo como imperium, nadie quiere volver al pasado, entre otras cosas porque es imposible. Y eso que el liberalismo ha recuperado el romanticismo decimonónico de los deseos y las pasiones como motor de la historia.
Gritos en el vacío.
El grito de desesperación que se oye en toda Europa, y que hunde a la socialdemocracia y demás izquierdas principalmente en un buen número de países, no pide volver a un pasado romantizado (lo que no impide señalar que en muchos casos hay hijos que viven peor que sus padres) sino un respeto a su forma de vida; un respeto a sus valores; un respeto a los principios democráticos donde el pueblo es verdaderamente soberano; un respeto a avanzar por el camino que se entienda como el mejor y no el señalado por expertos y tecnócratas; ciertas seguridades vitales, algo que maestrillos y demás intelectualidad entiende como malo. En la derecha actúan, como se ha dicho, como posibles aliados de ese tipo de quejas, aunque la realidad es que son los mayores destructores de ese pensamiento popular y de esa forma de vida (que sí es romantizada por la carcunda); en la izquierda se los señala como atrasados, repelentes, reaccionarios, esencialistas, como antiprogresistas completando el todo ideológico liberal. (¿No han visto cómo se critica que un socialdemócrata se muestre como un fiel católico o que sea de capillitas y romerías?) Ahí está el debate en numerosos países europeos, en enfrentarse al capitalismo como forma social y al liberalismo como ideología dominante con las armas que se tienen. Lo curioso es que Karl Marx o William Morris percibían el futuro “reino de la libertad” como comunal y no productivista, justo lo contrario de lo que defienden hoy los muy mucho marxistas. Comunas donde el vínculo humano no estaría mediado más que por lo que cada grupo generase como forma propia.
Este es, de forma muy resumida, el debate que ha puesto sobre la mesa la escritora Simón –que es de suponer que conocía perfectamente-; es parte del debate que sostienen desde El jacobino; es el debate de los fusaristas rojipardos; es el debate que cada persona de la periferia libra en su interior; pero no es el debate de las élites convertidas a la ideología dominante. Como pueden ver en la cita que encabeza el artículo, la izquierda sí se ha planteado el problema de la inmigración tanto en su aspecto material (paro/ejército de reserva) como en su aspecto cultural (integración). Que en París haya barrios donde la ley que impera es la Sharia es algo para tener en cuenta y buscar soluciones. Sin necesidad de criminalizar pero actuando. Ocurre que las personas acaban viendo mal que un presidente del gobierno felicite el Yom Kippur o el Ramadán y no haga lo propio con las festividades de origen católico propias de los países europeos.
Así, mientras el liberalismo de derechas vende una no-sociedad, atomizada, egoísta y cuya única finalidad es el beneficio económico; el liberalismo de izquierdas vende una sociedad generista, decolonial, infantilizada y feminista pero sin serlo mucho. Eso sí, ambos liberalismos dicen e imponen lo que se debe hacer porque es mejor para todos no sólo en temas políticos, sino morales. Como un agente kantiano, se han encerrado en su mismidad y han generado la ley moral perfecta para aplicar al pueblo. Como se advirtió, el error es pensar que existen dos liberalismos (se llamen como se llamen) pues es sólo uno. La izquierda ha sido colonizada hasta los tuétanos dándose la paradoja, por ejemplo en España, de defender esencias nacionalistas a un nivel mientras se niegan a otros.
Pelea contra la ideología dominante.
Es un debate que está ahí, presente en buena parte de Europa, un debate popular que pregunta ¿qué queremos ser? ¿A dónde queremos ir? ¿Cuáles son los mecanismos para pasar a un mejor estado como sociedades? Es un debate que la ideología dominante rechaza, como demuestran las bravatas de maestrillos con librillo. Pero no deja de ser un debate que parte de la izquierda está afrontando y donde las respuestas de defensa son las que son. Acoger la espontaneidad de las clases populares y periféricas para conformar una base social que pueda ser motor de una lucha contra la perversión capitalista. También se están intentando aprovechar las fuerzas de ultraderecha, sí, pero el problema no son las personas a las que se criminaliza, se persigue y se expulsa, sino de saber situarse en el punto correcto de análisis y solución. Hasta un pensador socialdemócrata como Pierre Rosanvallon ha pedido fijarse más en esas clases populares que se sienten separadas. Mientras la izquierda “institucional” avanza por los caminos de la diversidad dejando la vía libre al capitalismo y los monstruos.
El ecologismo ha sido adoptado por las clases dominantes (nuevas energías, nuevos productos de consumo…) y se adapta, el feminismo real está siendo acatado para destruirlo por toda la intelligentzia de la postmodernidad. Dos de los vectores de lucha contra el liberalismo y la forma-Capital no suponen motores de cambio (aunque tengan su importancia), entonces ¿dónde resistir? ¿Dónde retomar la lucha? ¿Qué sujeto puede ser cuando menos reformista? Parece que hay que buscarlo en las periferias del sistema. Sin embargo, lo que no es lógico es hurtar el debate real que se produce, ni ocultar lo que ocurre en la realidad periférica (también lo urbano tiene su periferia), ni a dónde lleva el progreso del capitalismo. Hay que enfrentarlo. Que se catalogue como reaccionario defender poder crear una familia (del tipo que sea menos comprando los bebés), poder tener un techo digno y que no consuma la mayoría de los recursos, y defender un trabajo no precario y mínimamente estable que permita vivir, dice más de quien califica eso de tradicionalista que de quien lo defiende. Sin una base material sólida no hay igualdad, ni libertad, ni leches. Y quien piense que el discurso se reduce a familia, casa y trabajo es que no ha entendido nada.
Tener una familia supone servicios públicos buenos y extendidos. Tener una casa supone dejar de ser un nómada de la precariedad y la inseguridad. Tener un trabajo digno y suficiente (ya que los liberales de derechas estiman que cualquier trabajo es bueno) supone tener libertad para ser lo que se quiera ser amparando la dignidad de cada persona. Si la socialización comienza por la familia, continua en la comunidad de residencia y acaba perfilándose bajo los aparatos ideológicos, eliminar las dos primeras fases es poner al sistema como único mecanismo socializador. Y eso, sea mediante el Estado u otros mecanismos, es un proyecto totalitario. Cuando se reclama democracia frente a representación lo que se pide es poder frenar esa totalizarización que se está imponiendo. Diversos en lo que genere el consumo, homogéneos y callados en lo demás. Y da igual que lo propongan unos u otros, el final del camino es el mismo. Evidentemente, siempre es más suave y más condescendiente un gobierno de la izquierda liberal que uno de la derecha (ahí tienen a Vox que te engaña con supuestos valores para llegar al mismo lugar que el PP). Una vez se ha perdido el sentido anticapitalista, con más o menos tardanza se acaba asumiendo la ideología dominante. No es volver a los héroes, a la toquilla, ni cuestiones por el estilo que sí echan de menos algunos escritores, pero tampoco machacar lo que se va transformando para llegar a la pura homogeneización. Ante esto se vienen levantando muchas personas, sean jacobinas, tradicionalistas o neomarxistas, pueden no tener toda la razón pero la historia nunca es como se ha imaginado, sino como ha resultado.
Si aceptar este debate, entender que hay otras prioridades que no las de la política espectáculo y estar con la España periférica es ser rojipardo, muchos dirán ¡Viva el rojipardismo!