En los años 1990s ya advertía Phillippe Muray que se estaba imponiendo el Imperio del bien (editorial Nuevo Inicio). Una forma política y social donde el Estado jugaba el papel de garante de lo políticamente correcto, del buenismo o como lo quieran llamar. Para evitar la tentación de que el mal aparezca frente a los ojos de las personas, nada mejor que el bien imite al mal, que se piense con corrección pero con virulencia, eufemizar todo el lenguaje (incluso deconstruirlo) y hacer de la delación una acción correcta. Que no haya libertad para los amigos de la libertad.
El buenismo del siglo pasado acaba transformado en lo woke, lo queer y cierto liberalismo cultural que, haciéndose pasar por ofendido, acaba imponiendo también su imperio del bien. Ahora todo aquello que no sea postcolonialista, posthumano o post-cualquier-idiotez que se le ocurra a cualquier profesor anglosajón debe ser condenado. La socialdemocracia, condenada. El liberalismo clásico, condenado. El materialismo, condenado. El cristianismo, condenado. Permiten una diferencia como batalla cultural entre quienes dicen que los colectivos identitarios deben ser protegidos los que ante cualquier acción respecto al bien común hablan de colectivización. El núcleo del sistema, permanece inalterable y generando nichos de mercado ab libitum.
En España durante la dictadura franquista algunos libros debían ser vendidos bajo cuerdo, por debajo del mostrador, cambiando la portada. El Capital de Marx, por ejemplo, no, pero textos de otros autores de todo pelaje, sí. No se está lejos de esa situación en la España actual. Las editoriales lanzan, además de miles de libros de autoayuda (no vaya a ser que socialicen las personas, como denunciaba Muray) y emotivistas, escritores queer. Su calidad es ínfima pero hay que ir metiendo poco a poco esa ideología para configurar al ser humano del presente y del futuro. También lanzan, porque el dinero es el dinero, libros críticos contra todas las bufonadas de los pensadores anglosajones pero ¿lo seguirán haciendo?
Hace un año, y no hace mucho en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, hubo una campaña tremenda para que no se comprase (incluso algunos que otros se movieron para que no se editase) el libro de José Errasti y Marino Pérez Álvarez, Nadie nace en un cuerpo equivocado (Deusto). En la facultad citada se empapelaron sus paredes con las hojas del libro, mientras las hordas imperialistas (del bien) pedían que ese tipo de libros no estuviesen en la biblioteca. Universitarios más cerriles que la Inquisición. También se viene promoviendo que no se compre el libro de la feminista histórica Alicia Miyares, Delirio y misoginia trans. También hay peticiones para que no se compren y se retiren los libros de feministas que se oponen al delirio queer fomentado por el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos.
No sólo se han contentado con campañas contra los libros sino que se están vetando y cancelando las charlas de estos escritores y del movimiento feminista. En Granada se han boicoteado diversas charlas, unas en la Universidad, otras en Centros Culturales, por ejemplo. Cualquiera que cuestione, científicamente incluso, el orden establecido por el Imperio del bien (en alianza con el neoliberalismo, cabe recordar) es perseguido, acosado, delatado y multado. Porque ese Imperio del bien trasladado a la legislación estatal ha creado una serie de delitos inventados para poder multar y juzgar a todos aquellos que no se “avengan a razones”.
Volviendo a los tiempos de la dictadura franquista, numerosos grupos de opositores al régimen (de todos los colores) podían contar con algunas partes de la Iglesia católica y realizar asambleas o reuniones clandestinas en parroquias. Hoy, cuando la propia Iglesia está siendo atacada (lo fácil es meterse con la Iglesia para aparentar, y sólo aparentar, cierta irreverencia social), al final la parroquia será el resguardo para las personas que no quieren ser colectivizadas por la ingeniería social queer/buenista (en esto tienen razón bastante liberales, aunque su ingeniería social parece que no la cuentan). Volver a los tiempos oscuros donde no existía libertad de expresión, ni de reunión, ni de pensamiento. De hecho quieren penetrar hasta en la Iglesia con argumentos tales que “Dios es queer y conseguirá salvará a los queer, porque las etiquetas limitan el alma”, Michela Murgia dixit.
Los libros se venderán bajo cuerda, las reuniones se harán de forma clandestina, cualquiera que presente argumentos científicos perderá el trabajo, quienes se atrevan a señalar el proceso (con un alto componente transhumanista que se esconde) que se vive serán multados y apresados, los que intenten enfrentar la paranoia queer perderán a sus hijos arrebatados por hordas de personas con problemas psicológicos graves (no los transexuales) y unos gobiernos encantados porque las industrias financiarán todo. Lo que pasó con el libro de Constazana Miriano (Cásate y sé sumisa, Nuevo Inicio), al que atacaron desde todos los medios de comunicación, incluyendo los de derechas, va a ser poco.