Volvió la rebeldía frente a lo establecido. Volvió la verdad de lo que supone el sistema actual. Volvió la energía para denunciar lo que muchos y muchas callan en el Parlamento. Volvió defender a la clase trabajadora. Volvió defender a sectores como el taxi que están siendo pisoteados por multinacionales. Volvió el patriotismo de un plato lleno. Volvió la rabia por las injusticias. Volvió el miedo de los poderosos. Volvió el intento de una democracia que sea digna de tal nombre. Volvió el llamar a las cosas por su nombre. Volvió preocuparse por los intereses de la mayoría y no la minoría. Volvió la patria plurinacional. Volvió la política que no quiere, ni debe seguir el espectáculo como mecanismo aturdidor de mentes.
Y mientras todas estas cosas volvían, también lo hacía la persona que, a ojos de algún que otro millón de personas, mejor simboliza todo lo anterior. Volvió Pablo Iglesias, con más serenidad, pero con la misma rebeldía de siempre y las mismas ganas para poner los puntos sobre la íes. Cuando una organización o movimiento, pese a las críticas que puedan haberse hecho, tiene esa vinculación con un dirigente, que es así como se producen los liderazgos (no sólo por sentarse en un sitio de poder), la vuelta de sus compromisos personales supone un plus más a todas esas reivindicaciones. Unas reivindicaciones que se han seguido haciendo por unas y otros pero, seamos sinceros, sin esa misma fuerza. Ayer se pudo comprobar.
A destacar en el discurso de Iglesias que supo autoinculparse de lo mal que habían gestionados las disensiones internas, algo por otro lado normal en un partido político, y esa imagen de “lucha por los sillones” y no por lo que realmente se debería luchar. Fue condescendiente con la traición de Íñigo Errejón, por no querer hacer más sangre, pero sí que quiso ser claro con el apoyo que manifestarían las personas que ahora se arropan bajo la figura de la alcaldesa madrileña Manuela Carmena. Que digan si van a votar a Podemos en las generales como mecanismo para descubrir si la “salida” no ha sido una jugada del establishment para cavar con Podemos. Porque acabar con la formación morada, esté quien esté al frente como recordó Iglesias, es algo que se está intentando desde todos los medios de comunicación y el poder empresarial. Y el movimiento errejonista no es más que otra estrategia que quiere desnudar el candidato de Unidas Podemos Izquierda Unida.
Esos empresarios que (muy bien Iglesias desvelando las relaciones sociales que penetran las estructuras del Estado) acaban mandando más que un diputado no en las cosas de su empresa, que sería lo normal, sino en las cosas de todas y todos. Acaban prostituyendo la democracia, no extraña que Jacques Rancière diga que no es política sino policía lo que hay hoy en nuestros sistemas. Ha sido claro el dirigente de Podemos afirmando que hacen lo que pueden con la fuerza que tienen, que la correlación de fuerzas hoy en día no les posibilita más que arrancar al PSOE un salario mínimo de 900 euros, pero que eso, con “no ser suficiente”, sólo se consigue desde la lucha en el Parlamento de personas con conciencia. “¿Creéis que un gobierno de PSOE y Ciudadanos hubiese subido el SMI?” ha preguntado, conociendo la respuesta, Iglesias. Ha desvelado que en el establishment están decididos a que haya un gobierno PSOE-Cs, pero que de no producirse, aceptarían al trifachito que ya viene de casa con la lección aprendida: ofrecer lo que quieran a todos esos apellidos ilustres que son los que mandan de verdad en España.
Que se cumpla la Constitución y que el diálogo sirva para este nuevo momento “constituyente”, aunque cabría mejor llamarle restituyente, porque en Podemos quieren una España unida pero respetuosa de la esa diversidad que hace de éste uno de los pueblos más maravillosos del mundo. Incisivo en la defensa de la clase trabajadora (¡por fin!), del sector del taxi, de los pequeños empresarios, de los autónomos y de todas aquellas personas que amen la libertad y la democracia. Un movimiento que restituya a los que pagan impuestos, que no son los ricos de verdad, la democracia. Un recorrido por los empeños y deseos de la clase trabajadora, donde las mujeres tienen un papel decisivo, que se rebele cuando las personas no tienen para comer, para pagar la luz o el agua, para tener una vivienda digna. Un programa hecho para la dignidad de las personas con una banca pública y una energía pública. Un programa donde la Justicia Social, esa que nos recuerdan está en la Constitución tan manoseada por la derecha trifálica pero que nadie cumple, sea el eje vertebrador.
Y, ¿por qué no?, el momento utópico al recordar que otra forma de gobernar, otra forma de vivir, otro sistema es posible. En resumidas cuentas no sólo volvió Iglesias, sino que volvió la rebeldía de la izquierda, la fraternidad y las personas que hablan claro. Y volvió con un punto de pragmatismo porque no sólo hay que avanzar más sino proteger lo ya conseguido frente al trifachito y el poder del establishment. Volvió el Podemos que infunde miedo en los poderosos. El Podemos, más la adición de la IU de Alberto Garzón, a quien reconoció el esfuerzo por cumplir con la palabra dada, que piensa y representa a los suyos, a la clase trabajadora, a los desheredados, al pueblo que sufre las banderas de la derecha, españolistas o catalanista. Volvió Podemos y volvió Iglesias, veremos si vuelven los votos porque el poder de los medios se va a desplegar completamente porque eso no ocurra. Iglesias sabe que les van a atizar todos los días desde trincheras que parecen amigas incluso.
Post Scriptum. Mientras preparábamos la maquetación de este artículo, hemos podido escuchar en la letanía a la prensa cavernaria en cierto programa sabatino lanzando improperios contra el dirigente morado. Nada nuevo bajo el sol de las excrecencias del periodismo pantunflo y en una cadena que va de “progre” pero no es más que la cara amable de la política espectáculo en favor de los poderosos. Pero confirma que la vuelta de Iglesias parece que está sentando muy mal a algunos estómagos agradecidos.