Si hay alguien que estará menos alegre, o directamente triste hoy, es Susana Díaz. Con el más que posible nombramiento de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno se le acaban las trampas, las tretas y las aspiraciones para suceder a Sánchez II. Tendrá que quedarse en Andalucía llorando como la Magdalena y encerrada en San Telmo tragando sapos y culebras. Al menos tiene a su inseparable banquero Antonio Pulido para que la lleve y la traiga a fiestas y saraos y así sentir que la más importante es ella. Pero lo que es de Despeñaperros para arriba tendrá que ir a saludar al presidente del Gobierno del PSOE. A ese a quien quería “muerto” y que intentó crucificar.
Y tendrá que tragar sapos y culebras porque el propio Sánchez, como bien aprobó su partido en el último congreso, va a defender la idea de una España federal y diversa, donde Andalucía tiene el mismo encaje pero las mismas obligaciones. Será más complicado que vaya haciendo la pedigüeña y la plañidera como viene haciendo con M. Rajoy. Porque Sánchez sí convocará la Conferencia de Presidentes Autonómicos para resolver el problema de la financiación autonómica, pero con todos los territorios en las mismas condiciones, no como a ella le gustaría, con una España dividida y así rascar más. Va a tener que ser corresponsable y solidaria, tendrá lo que se pueda y no lo que ella reclama que le paguen los demás territorios.
Pero el sufrimiento, realmente, es personal. El golpe en toda la boca para su ego es enorme. Queda retratada, junto a Lambán, Fernández y García-Page, por ser más españolista que Rivera y Rajoy juntos. Que ya es decir. Por utilizar la demagogia más que los populistas de izquierdas a los que tanto critica. Porque, con un gobierno socialdemócrata, se le van a ver más las costuras de una gestión mejorable en todos los aspectos, incluso en limpiar la administración paralela que tiene montada para seguir en el machito. Porque el PSOE va a ejecutar, en el breve tiempo que esté gobernando, el programa que aprobó la militancia, la misma que no la quiere a ella, y eso supone que parte en igualdad de condiciones en muchos terrenos. Y un gran hándicap, tener de socio de gobierno a quienes van a pelear frente a frente a Sánchez, el cuñadismo naranja. Que veremos si Ciudadanos sigue aguantando a Díaz o si ya empiezan los ataques al cuello que aventuró Albert Rivera.
Primero tiene que ganar las elecciones en Andalucía, que por mucho que vendan el oso antes de cazarlo, no se sabe si tendrá suficiente y con quién podrá pactar. Que igual al final le toca con Podemos e IU, esos seres malvados que radiografían en Canal Sur y demás medios apoyados por la Junta de Andalucía. Una decisión que ella tendría claro, siempre no a Podemos, y del brazo de Ciudadanos, salvo que éstos sean sus antagonistas y ahí quedaría sin argumentos. Y si gente con quien pactar. Al menos Sánchez, desde la discrepancia, se lleva decentemente con Iglesias. Sin embargo, Rodríguez y Díaz se odian… normal.
Susana Díaz deberá tragar sapos y culebras cuando vaya a La Moncloa, allí se encontrará a su gran rival en el PSOE siendo presidente del gobierno. Lo que ella lleva deseando desde hace años, aunque no haya hecho grandes méritos para ser la electa. La salva que tiene cierto sentido de partido y tragará saliva. Pero lo más grande sería que Sánchez la nombrase ministra de Relaciones Exteriores y la tuviese lejos viajando todo el día. Él se quitaría un problema, Andalucía igual ganaba una candidatura más de izquierdas y Díaz se vería con todos los mandamases y el papa Francisco de vez en cuando. Eso, su semana santa y su Rocío y la mujer más afortunada del mundo. Pero Sánchez no tiene esa guasa. Y a Díaz sólo la queda envolverse en la verdiblanca.