Si el nivel cultural de un pueblo se mide por cómo sus ciudadanos y gobernantes cuidan y respetan su patrimonio histórico-artístico España tiene un serio problema. Nuestro país es el tercero, detrás de Italia y China, con más tesoros arqueológicos -45 lugares han sido declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco-, y sin embargo los actos vandálicos se repiten cada año sin que nadie sepa cómo atajarlos. Grafitis, pintadas, rayajos, rotura de sillares y piedra antigua, destrozos en cuadros y esculturas… La mente del gamberro es promiscua en imaginación cuando se trata de destrozar una obra de arte irrepetible. El último caso, de los más sangrantes que se han registrado en los últimos años en España, ha sido el de la escultura de la fachada románica de la Catedral de Santiago de Compostela (siglo XII), a la que un desalmado se le ocurrió maquillarle la cara como un cantante más del grupo Kiss. El autor se expone a una sanción por infracción grave de entre 6.000 y 150.000 euros, pero no parece que vaya a ser fácil localizar al autor del atentado y llevarlo ante el juez.
Si el nivel cultural de un pueblo se mide por cómo cuida sus obras de arte, España tiene un serio problema
Actos de terrorismo cultural como el de la portada de Santiago se suceden a diario en todo el país. Y no solo destrozos, también expolios y robos en yacimientos arqueológicos que ocasionan un daño irreparable a la riqueza del patrimonio nacional. El mercado negro que prolifera en torno a las obras de arte en España genera miles de millones de euros cada año, pero quizá lo que más preocupe a las autoridades y expertos sea la falta de conciencia cultural de buena parte de la ciudadanía que no sabe respetar su patrimonio histórico-artístico. A fin de cuentas estamos hablando de un problema de educación y de cultura de un pueblo, algo en lo que seguimos estando a la cola de Europa, si nos atenemos a las ratios de fracaso escolar. Un pueblo culto es un pueblo que sabe respetar sus obras de arte y aunque en los últimos años España ha mejorado mucho en el aspecto de la preservación de su riqueza cultural aún estamos lejos de otros países como Francia, Alemania o Estados Unidos. “Debemos felicitarnos, aunque quede tanto por hacer, de que los años de democracia hayan traído, en este aspecto, un cambio total en la tendencia respecto a lo que había sido habitual en el periodo anterior”, asegura en un reciente ensayo el doctor Joaquín Prats, de la Universidad de Barcelona.
En los últimos años las fuerzas de seguridad del Estado han creado unidades especializadas en la protección del patrimonio cultural pero la vigilancia no es suficiente y se siguen cometiendo tropelías casi a diario. El pasado año las pinturas rupestres de la Cueva de los Escolares, en Santa Elena (Jaén), sufrían serios desperfectos, abriendo el debate sobre la desprotección que sufren algunos de los monumentos más importantes de nuestro país. Andalucía, con más de 3.000 yacimientos arqueológicos catalogados, es una de las comunidades que más padecen esta lacra.
En Valencia, una de las ciudades con mayor riqueza patrimonial de España, sus monumentos y obras de arte soportan el azote constante de los salvajes que no tienen otra cosa mejor que hacer que soltar un chorreón de espray o aplicar la navaja contra la sufrida piedra milenaria. Las Torres de Quart y de Serranos, la Lonja, la Basílica de la Virgen, la Catedral de Valencia, la iglesia de Santa Catalina, les covetes de los Santos Juanes, los puentes históricos del antiguo cauce del río Turia y los pretiles, las Atarazanas, la muralla árabe… Hasta 30 lugares de máximo interés cultural han sufrido ataques de mayor o menor gravedad a lo largo de 2017. Ningún monumento ha quedado a salvo de los gamberros valencianos, que siguen haciendo de las suyas con total impunidad, ya que atrapar a un terrorista cultural resulta “complicado”, según fuentes policiales consultadas por este diario.
No demasiado lejos de la capital del Turia, en la localidad alicantina de Guardamar, su ciudad amurallada viene sufriendo una serie de actos vandálicos que están afectando seriamente a sus sillares y cubrimientos de placas de piedra. La Policía investiga quién es capaz de arrancar de cuajo bloques de piedra de varios torreones solo para dejarlos abandonados en los alrededores. Fuentes municipales aseguran que se trata de acciones vandálicas de personas “que actúan únicamente con el objetivo de romper por romper. No tiene otro sentido y no son conscientes del daño que ocasionan al lugar arqueológico declarado, entre otras figuras de protección, como Bien de Interés Cultural (BIC)”.
El problema de los actos vandálicos contra bienes de interés cultural alcanza tintes de auténtica epidemia, tal es así que el grupo de ciudades españolas declaradas patrimonio de la Humanidad ha emprendido recientemente una campaña contra el vandalismo en sus entornos históricos bajo el lema “Cuando dañas el patrimonio dañas a todos”. Entre otras medidas, se han editado 40.000 carteles en espacios públicos, centros escolares y establecimientos hosteleros con la intención de concienciar al ciudadano de la importancia de cuidar la riqueza cultural.
Pero el deterioro de nuestras joyas artísticas no solo es un problema de los desalmados siempre empeñados en destruir obras de arte. España es ese país que permite que lugares emblemáticos como el Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias, en Madrid, se esté cayendo a trozos por falta de inversión pública. Otra joya medieval (siglo XII) que amenaza ruina ante la desidia de las autoridades. Y en Castilla La Mancha varios monumentos como los castillos de Galve de Sorbe y Riba de Santiuste, la iglesia de Villaescusa de Palositos o el templo gótico de San Francisco en Atienza siguen en el olvido y sin restaurar.
José Cabrera, el popular médico forense, destaca como factor importante de la degradación de nuestras piezas históricas la escasa educación patrimonial de la que España ha adolecido en el pasado y “la poca autoestima que como colectivo hemos tenido a lo largo de la Historia, la poca cultura y delicadeza histórica de las generaciones pasadas y la ausencia total de finura a la hora de acometer las reformas en monumentos o instituciones históricas. ¡Somos así!”