Lledoners, domingo, 30 de septiembre de 2018. 10.00 de la mañana. Un silencio ensordecedor. La prisión en medio de un valle. Nada. No se oye prácticamente nada salvo algún que otro coche que llega.
El tiempo se detiene. Y entro. Extrañamente tranquila. Sabiendo que en una hora tendría frente a mí una realidad monstruosa. Abrazo a Susana que queda fuera, emocionada, con lágrimas en los ojos.
En la sala de espera para las visitas me siento junto con otras personas que acuden, de manera habitual, a visitar a sus familiares. Me quedo mirando todo lo que ocurre a mi alrededor.
Frente a mí, una inscripción en la pared: “Les penes privatives de llibertat i les mesures de seguretat restaran orientates vers la reeducació i la reinserció social…” Art. 25.2
Ya lo sabía. En las clases de Derecho Penitenciario y en las de la Parte Especial de Derecho penal nos lo hicieron aprender de forma imborrable. Y me replanteo una y otra vez su significado. Yo acudo a visitar a alguien a quien se quiere “reeducar y reinsertar” y no encaja.
10.45 y nos llaman a la puerta M18. Nos convocan, uno a uno, por el nombre de nuestro preso. Puerta tras puerta de seguridad. Y el distintivo de la Generalitat por todas partes. “Es todavía más perverso encerrarlos aquí; pues sienten cada día que están secuestrados en su propia casa con las leyes y medidas de quienes están plantando cara democrática y políticamente” me digo mientras, DNI en mano vamos en fila caminando por pasillos y pasarelas.
Atravesamos un patio. Vacío de presos. Lleno de luz y silencio. Que se rompe con el sonido de la puerta al cerrase en tu espalda. Cada puerta que se cierra te quita el aire. Y parece que no vas a llegar nunca.
Y llegas. Una sala llena de peceras. De microsalas acristaladas y numeradas. Y dentro, partidas en dos estancias por un cristal.
Me llevan al locutorio 29 y mientras camino por los pasillos transparentes voy viendo cómo los demás visitantes van pasando y se van sentando. Veo mi número y me empiezo a sentir inquieta. Entro y veo cómo van apareciendo, en fila, todos los presos. Cada uno acude a su habitáculo y van sentándose frente a sus visitas. Por fin veo a Jordi Turull.
Lleva una camiseta de algodón oscura. Está bastante más delgado. Y tiene un aspecto mucho más juvenil que en la imagen que yo guardaba en mi mente. Entra en la salita radiando energía. Y nos saludamos con una sonrisa. Se apresura, aún de pie, al cristal que nos separa. Y planta sus manos abiertas sobre él.
Un reflejo instintivo me lleva a hacer inmediatamente lo mismo. Y poner las mías frente a las suyas. Es lo más parecido a un abrazo que puedo darle. Y aprieto el cristal con mucha fuerza, supongo que pensando que así traspasará de alguna manera el cariño que quiero darle. Y es cuando te das cuenta de que está ahí, al otro lado. Preso. Encerrado.
Coge el teléfono que me permite escucharle. La luz verde del interfono que hay en mi lado avisa de que podemos oírnos. Y comenzamos a charlar.
Comenzamos por lo más reciente. Lo sucedido ayer en las calles de Barcelona y el recuerdo de lo que estos días se conmemora. Hace un año, el 1 de octubre fue la jornada en la que más visible estuvo Turull. Su mensaje aquel día, junto a Raül Romeva, fue el de explicar el funcionamiento del censo universal invitando a la participación en los lugares más tranquilos. Convencido de que ese día sería una jornada histórica por lo que representaba expresar una opinión demandada por el pueblo que le había votado.
Será más tarde cuando hablemos de los padres y las madres de los presos. De los que pocas veces se nombran o se ven. Y por los que Jordi sufre especialmente. Y no es el único, pues todos ellos, todos los presos, tienen padres y madres que en la mayoría de los casos están mayores. La salud no les permite largos desplazamientos ni emociones fuertes. Y como en su día pude ver en los ojos de la madre y del padre de Cuixart, Turull intuye en los de su madre una sensación especial: la pena más profunda mezclada con el orgullo por saber que sus hijos están ahí por defender sinceramente unas ideas, de manera pacífica y sin hacer daño a nadie.
Y charlamos de la causa judicial. Esos miles de folios que todos estudian. Un galimatías de datos, de opiniones absolutamente sesgadas y de afirmaciones tan graves por parte del juez instructor que generan estupor. El dolor de Turull no es sólo por lo que aparece (un relato absolutamente increíble para quienes vivieron los hechos) sino por lo que no aparece: el dossier se compone, entre otras “pruebas” de noticias de medios de comunicación, pero también de tweets escritos por los hoy presos al compartirlas, obviando aquellos que mostraban claramente una apuesta por la democracia y la participación pacífica.
Turull estuvo solamente tres meses como consejero. Y a pesar de ello, en los documentos de instrucción, se le trata de ubicarle como tal en momentos anteriores a su mandato. Hay muchas cosas que son sencillamente, equivocadas. Que no permiten interpretación alguna.
Saltamos rápido de un tema a otro. Nos centramos en los puntos importantes. Tenemos cuarenta minutos para hablar.
A Jordi le preocupa, sobre todo, la preparación de su defensa y la de los demás presos políticos. Y es consciente de las circunstancias que pueden darse, esto es: tener que pasar dos o tres meses en alguna prisión madrileña acudiendo a declarar en unas condiciones que sabe que no garantizan poder defenderse con toda la energía que merece. Y entonces me cuenta el plan que les espera si no les dejan en libertad: levantarse a las 6 de la mañana, someterse al registro, ponerles las esposas, montarse en el furgón donde se sientan en la parte de atrás y no ven absolutamente nada. No saben dónde van. Ninguna referencia salvo algunos baches que les pueden ir dando pistas del camino. Y me cuenta que dos de ellos siempre se marean, empalidecen y pasan un auténtico mal rato hasta que la furgoneta para. Y llegan a la Audiencia Nacional, y cambia su custodia de la Guardia Civil a la Policía Nacional. Les ponen las esposas con las manos en la espalda. Y les quitan las gafas, los cordones de los zapatos, el reloj; para dejarles en una sala esperando sin saber cuánto tiempo transcurre. Y vuelven a salir. Suben de nuevo a la furgoneta. Y los llevan al Tribunal Supremo. Dos vuelven a marearse y a respirar hondo. Llegan y vuelven a esperar. Y declararan ante el juez. Después, todo el camino igual, pero de vuelta a prisión.
Evidentemente no es la mejor manera de prepararse un juicio; ni una declaración que pueda resultar hecha en condiciones deseables por nadie. Y puede que esto suceda, de manera muy frecuente, durante dos o tres meses en Madrid. “¿Cómo voy a hablar con mi abogado de camino a declarar si no tienes tiempo de hacerlo? ¿Alguien piensa que después de este desgaste se puede afrontar un juicio de vital importancia para una persona?”
No son las únicas preguntas que Turull se hace. “¿Por qué fueron retiradas las euroordenes en todos los países donde se habían solicitado? ¿No merece esto una explicación para quienes nos hemos inmersos en esta causa?” Y es entonces cuando le observo y me doy cuenta de que la contundencia de sus palabras no da lugar a dudas de la fortaleza que están acumulando. Se están preparando para un juicio: estudian los más de siete mil folios; los leen despacio; los estudian. Y hacen ejercicio para aguantar físicamente el desgaste que todo esto produce.
Y hablamos de todos los demás presos políticos. De su fuerza, de su entereza, de sus tareas allí. De la convivencia con otros presos. De las sensaciones y experiencias vividas en la celda.
Son todos “vecinos”. Y siempre recordarán los momentos en que compartían un espacio tan reducido y desnudo de intimidad. Lo que más le incomodaba a Turull era la continua sensación de poder estar molestando a su compañero Rull. Jordi necesita asistencia respiratoria para dormir y el ruido podía molestar a su compañero; las primeras noches siempre quedarán marcadas.
Y en la celda es donde leyó el libro que sus hijas han escrito. Donde descubrió cosas que no imaginaba. Y recuerda aquella tarde en su casa el día antes de dar su discurso de investidura para ser investido President.
Es inevitable que le pregunte si Riera le ha ido a visitar, si le ha escrito. Me contesta que son muchos miembros de la CUP quienes le escriben. Le vuelvo a preguntar. La respuesta es negativa. Y me pregunto en voz alta qué habría pasado si aquel día hubiera sido elegido President. Si el Estado español hubiese sido capaz de hacer lo mismo: de meterle en prisión a pesar de su elección.
Y no fue fácil dar un paso adelante. Sus planes, años atrás, eran otros: terminar su etapa política y volver junto a su familia, a la que quería cuidar.
Hablamos de sus hijas. Y de Blanca. De la entereza y ejemplo que suponen para todos. De cómo las queremos aquí fuera. De la importante labor que están haciendo. Y me emociono al ver en sus ojos el brillo cada vez más vidrioso, sobre todo cuando me habla de sus padres.
Jamás se planteó el exilio precisamente por todos ellos. Y porque, además, no quiere perder la oportunidad de acudir ante el juez tantas veces como sea necesario para declarar y explicar todo aquello que necesita ser dicho.
Y charlamos sobre la necesaria humanización de los presos políticos. De la importancia que tiene garantizar que no quedarán silenciados. No son una simple herramienta dentro del proceso. Quieren expresarse sobre la actualidad y sobre el futuro político de Catalunya.
Turull, concretamente, lanza uno urgente y rotundo: unidad. Y me explica que es algo que desde dentro de la prisión se tiene muy claro: todos ellos están allí por facilitar la expresión de un pueblo. Toda Cataluña fue interpelada a expresar su opinión; y la enorme tarea de hacerlo posible vino del pueblo. Barrios de vecinos que se unieron, sin importarles a qué partido pertenecía la preferencia de cada cual. Jovenes, mayores y más mayores que se abrazaron fuerte y se protegieron ante una brutal represión policial y consiguieron desde entonces ser uno: pueblo soberano.
La siguiente parada es la República efectiva. Tanto los soberanistas como sus líderes secuestrados mantienen firmes sus promesas. Desde Lledoners nadie da un paso atrás. Nadie se arrepiente de nada.
Quedan ya pocos minutos para marchar. Y el Consejero me habla de las propuestas que tiene para cambiar el funcionamiento de la Administración. Y me cuenta que es imposible a día de hoy funcionar con normas hechas para una realidad del siglo XVIII. Que el planteamiento ha de cambiar: ha de dejar de ser una administración que se blinda para protegerse, para ser una Administración plenamente al servicio de los ciudadanos. Y me habla del silencio administrativo, como un sencillo ejemplo de una concepción que no se adapta a las posibilidades que hoy existen, y que demuestra la poca consideración que la Administración tiene respecto al ciudadano.
La idea que Jordi Turull tiene sobre la Republica catalana es construir una nueva estructura que se fundamente en la justicia social, en desarrollar las libertades y los derechos civiles, y en definitiva: en construir una sociedad más sostenible y eficaz para todos. Y sonríe mientras me lo explica. Sus palabras son serenas, pero contundentes.
Suena la alarma que anuncia que restan cinco minutos para acabar. Me entra la prisa, es inevitable acelerarse. Prometo volver. Y mientras comentamos ideas de cara a próximas elecciones, mientras Jordi me comenta la importancia de presentar candidaturas unitarias, dejo de escuchar su voz. Se apaga la luz verde y solamente puedo ver cómo mueve sus labios y gesticula.
Tantas cosas pendientes.
Y nos ponemos de pie. Manos sobre el cristal. Y aprieto más fuerte que antes. No puedo evitar llorar. Y salgo de allí con un peso en el pecho que no me permite respirar.
Uno de los familiares se acerca a mi. Y me dice al salir que la Republica Catalana es imparable. Es un familiar de otro recluso, de un chaval que lleva ya un año. “Es una vergüenza que el señor que has venido a ver esté aquí. Seguid luchando para construir una sociedad más justa. Sigamos entre todos. Cada uno con lo que podamos hacer. Pero no paremos esto.” Esta familia nunca fue “indepe” pero allí han conocido a los familiares de los presos políticos, a los que vamos a visitarles. Y hablando con ellos han descubierto que esto va de democracia.