Ha coincidido en el tiempo esta reflexión que lleva madurando unas semanas con la magnífica noticia de la condena de La Manada a quince años de prisión y la consideración de agresión sexual del delito. La judicatura del Tribunal Supremo ha actuado conforme a derecho ante las peticiones de la Fiscalía y las pruebas aportadas. Sin embargo, la mayor victoria se ha producido en el ámbito social. Las mujeres han luchado y peleado como nunca porque calase en la conciencia de todas las personas la ignominia que se estaba cometiendo. El derecho tiene partes de subjetividad que son a las que se acogen algunos jueces para dictar sentencias que sin ese impulso social podrían llegar a ser más cotidianas. Como ha denunciado Natalio Blanco en el caso de uno de los jueces de la Audiencia de Navarra, según la posición ideológica del individuo se producen unas u otras sentencias. De ahí que la importancia de la presión del colectivo feminista, no contra los jueces, sino para que en la sociedad se impregnen los valores de la igualdad entre mujeres y hombres resulta crucial.
La lucha del colectivo feminista, empero, no es tan sencilla como parece. El feminismo es el único sujeto colectivo actual con capacidad para transformar la sociedad, el sujeto revolucionario de nuestros tiempos ya que la clase trabajadora parece estar abandonada a su suerte. Y esa capacidad revolucionaria de transformación sistémica ha sido bien observada por la derecha (da igual conservadores, tradicionalistas, ultracatólicos o neoliberales) y de ahí que se lancen a atacarla o a disgregarla para asimilarla de muy distintas maneras. El feminismo ha conseguido lo que en tiempos consiguió la clase trabajadora, conformar un sujeto de transformación que pone en peligro el sistema en su totalidad. Las grandes autoras feministas lo tienen claro (como Alicia Miyares), no sólo es una lucha en lo moral, en lo legislativo sino en la profundidad de la base misma del sistema capitalista. En el fondo del feminismo late un anticapitalismo al estar relacionado el sistema con la estructura patriarcal de dominación. Y como la clase dominante reacciona y lucha, nada mejor que utilizar a las diversas fracciones de la derecha para acabar con el feminismo.
La división del trabajo contra el feminismo se divide en diversas estrategias y en diversos frentes. Debilitar al feminismo por todos los frentes posibles. El más impactante, por ser el más frontal, puede ser la tan manida utilización de la “ideología de género” como un factor negativo. Es curioso que los ultracatólicos y conservadores se hagan “marxistas” en este aspecto al considerar la ideología como falsa conciencia o como una cuestión negativa. Se apropian de los mecanismos de análisis de la izquierda para lanzarse contra la propia izquierda, algo que ya denunciaron en su momento Althusser y Therborn. Cualquier propuesta de avance en la causa feminista es respondida con un ataque de la carcunda que clama ante el cielo, nunca mejor escrito, por ese intento de imposición ideológica. ¡Como si el sistema que defienden no fuese ideológico en sí! Y no es algo que, por ejemplo en España, se relacione sólo con Vox, en el PP llevan muchísimos años hablando de ideología de género en sus análisis. El miedo al “hombre nuevo” que acaba por atacar a la “mujer nueva”. Negatividad contra un movimiento colectivo que va ganando fuerza (se ha visto en las últimas manifestaciones feministas a lo largo y ancho del mundo) pero no es la única forma de destrucción del movimiento. Es la más basta y evidente dentro de una lógica que intenta que se acepten posiciones menos burdas, que parecen menos patriarcales pero que lo son en el fondo.
El “feminismo liberal” (o el feminismo de derechas) es una más de las argucias y, tal vez, la más sofisticada de la que dispone la clase dominante para disolver al colectivo feminista. Es un intento de meter una cuña a una lucha de décadas para poner la duda, para quebrar la sororidad, para dejar sin fuerza transformadora al feminismo. El feminismo liberal no es más que la individualización de la mujer en su lucha, esto es, la pretensión de eliminar la comunión existente entre las mujeres como colectivo. Es un no-feminismo en sí que habla de la mujer en términos individuales y de una falsa soberanía de la persona. Es aplicar las recetas liberales del individuo a la mujer para hacerla dudar, para que pierda la sororidad. El feminismo liberal, al contrario que el feminismo, habla de la “libertad” de la mujer para prostituirse o ser una fábrica de bebés para quienes puedan comprarlos. La mujer es soberana para ser puta y vientre de alquiler, negando que no lo es, cuando es conocido que es esclava de la estructura patriarcal y/o económica que le obliga a aquello. Lo curioso es que hay muchas mujeres que se dicen de izquierdas en las que va calando este mensaje producto de la ideología de la clase dominante.
Ana Botín como feminista o las mujeres del PP que son puestas a dedo, elegidas por ellos no hay que olvidarlo (ojo que en los partidos de izquierdas también hay mucho de eso), no es más que otra estrategia de la clase dominante para deslegitimar al movimiento feminista. Haciendo ver que el feminismo sólo es de izquierdas (que lo es en gran parte), presentan a estas mujeres como triunfadoras de la vida cuando no dejan de ser unas epicleras como ha explicado perfectamente Amelia Valcárcel. Mujeres que están guardando el poder a los hombres que realmente son los que dominan. O en tiempos de la política espectáculo meras fantasmagorías que impiden ver la realidad de la posesión del poder. La clase dominante no duda en utilizarlas, como hace la derecha con profusión, para que las mujeres desistan en su empeño de formar un sujeto colectivo y su lucha sea individual y pro-capitalista. No quieren un sujeto colectivo y la mejor forma de destruirlo es mostrar historias de éxito que son paradójicas por el hecho de ser raras. Por eso apoyan la nueva historiografía feminista que trae a la luz a mujeres de la historia que fueron silenciadas, lo que no está mal que se haga (sin llegar al ridículo de cuestionar la filosofía de Hegel por machista, por ejemplo). Pero en esa participación de las mujeres de la clase dominante hay mucho de destrucción del colectivo. Normal que el movimiento feminista dijese a las mujeres de la derecha española que se fuesen a su casa, estaban allí a destruir no a construir.
Y, por último, está la acción comunicativa del establishment que es tan importante como las otras dos tácticas. Para esta táctica, además, tienen la colaboración gratuita de todos esos individuos o activistas postmodernos que se dicen de izquierdas pero que, al final, no son más que los sostenedores del propio sistema. El mundo queer que intenta penetrar en el fondo del feminismo poniendo en cuestión la propia significación histórica de la mujer hace mucho en favor de la clase dominante. Ese negar la identidad como mujer oprimida para repensarla desde las aportaciones individuales, que no dejan de estar marcadas por la ideología dominante, o las especulaciones de la primera persona que hace gracia, muy típico de la postmodernidad, es potenciado por el propio sistema para dañar la fuerza colectiva. Las postmodernas que apoyan la prostitución o los vientres de alquiler por ser una forma de autoidentificación o autoexpresión o autoleches, pero que están bien relacionadas con el lobby gay (al que se califica de gaycapitalismo), no dejan de ser esa otra cuña. El colectivo feminista no hace de la identidad en sí, aunque todo pueden ser identidades, su caballo de lucha sino que es una parte de la lucha contra unas estructuras de dominación. No es el puritanismo postmoderno de los ofendiditos, ni los cambios del lenguaje estrambóticos, sino una lucha contra la dominación que es doble, de género y de clase. Es normal ver en los medios de comunicación todas las cosas estrambóticas de este movimiento, más las performances (por aquello de la acción performativa que diría Butler) sin sentido y que acaban haciendo más daño al colectivo que un favor (tipo Rita Maestre enseñando sujetador en un recinto religioso, la procesión del coño y demás chuscadas).
La clase dominante sabe que el feminismo ha constituido el nuevo sujeto revolucionario y por ello ha respondido desde todos los rincones que le permite su dominio de los aparatos ideológicos. Desde lo conservador se intenta impedir que muchas mujeres pierdan ese pensamiento tradicional de sumisión al hombre. Desde lo liberal intentan destruir lo colectivo introduciendo el elemento individualista y así impedir la sororidad. Y desde la izquierda, además de influir en lo individualista identitario y estrambótico, se ponen los mimbres para deslegitimar el feminismo. Se han conseguido muchas cosas con la lucha tal y como se ha venido desarrollando desde hace décadas pero ya ha llegado el momento feminista de dar un paso más en las sociedades occidentales, el que produzca la verdadera transformación y por eso tienen miedo en la clase dominante. Si a la sororidad se pudiese añadir la solidaridad de clase el acontecimiento revolucionario/transformador estaría muy cerca. Por eso se impide que las mujeres añadan a su conciencia de mujer la conciencia de clase. Por eso se lanza muchas veces al trabajador hombre contra la mujer. La lucha de clases de siempre a la que han añadido la lucha contra el feminismo, porque saben que la revolución será feminista o no será.