Ha coincidido en el tiempo esta reflexión que lleva madurando unas semanas con la magnífica noticia de la condena de La Manada a quince años de prisión y la consideración de agresión sexual del delito. La judicatura del Tribunal Supremo ha actuado conforme a derecho ante las peticiones de la Fiscalía y las pruebas aportadas. Sin embargo, la mayor victoria se ha producido en el ámbito social. Las mujeres han luchado y peleado como nunca porque calase en la conciencia de todas las personas la ignominia que se estaba cometiendo. El derecho tiene partes de subjetividad que son a las que se acogen algunos jueces para dictar sentencias que sin ese impulso social podrían llegar a ser más cotidianas. Como ha denunciado Natalio Blanco en el caso de uno de los jueces de la Audiencia de Navarra, según la posición ideológica del individuo se producen unas u otras sentencias. De ahí que la importancia de la presión del colectivo feminista, no contra los jueces, sino para que en la sociedad se impregnen los valores de la igualdad entre mujeres y hombres resulta crucial.

La lucha del colectivo feminista, empero, no es tan sencilla como parece. El feminismo es el único sujeto colectivo actual con capacidad para transformar la sociedad, el sujeto revolucionario de nuestros tiempos ya que la clase trabajadora parece estar abandonada a su suerte. Y esa capacidad revolucionaria de transformación sistémica ha sido bien observada por la derecha (da igual conservadores, tradicionalistas, ultracatólicos o neoliberales) y de ahí que se lancen a atacarla o a disgregarla para asimilarla de muy distintas maneras. El feminismo