Cada vez que el presidente de Castilla-La Mancha hace uso de la palabra para defender el orden constitucional vigente, incluyendo a la monarquía, se alzan las voces que intentan acallarle no sólo desde posiciones casi inexistentes en su región, sino desde su propio partido. Si sale en un video piden directamente que se le queme en la plaza pública con capirote en la cabeza. En el seno del propio PSOE le juzgan y condenan y piden de todas las formas posibles su expulsión del partido. Algo que contradice lo que era el pablismo, la tradición del partido y la propia historia del partido más antiguo de España. Bien por desconocimiento, bien por cuitas personales, se acaba intentando que no hable y si lo hace que lo haga fuera de las fronteras del partido, con él al exterior se entiende.
Emiliano García Page no sólo tiene el derecho sino la fuerza de la tradición socialista detrás para hablar como lo hace. Tiene el sentido democrático que parece haberse extinguido en el PSOE. Tanto como para hacer de los años del felipismo, con Alfonso Guerra como controlador, la panacea democrática. A Felipe González se le dijo, a la cara y en los medios, que nanay la OTAN, que nanay la reconversión industrial, que se apoyaba la huelga general, que el GAL era una vergüenza, que sus propuestas económicas estaban más a la derecha que las del papa Juan Pablo II. Evidentemente hubo alguna que otra purga, alguna que otra separación de los cargos, pero existía el debate cuando menos. Y para qué hablar de los años anteriores a 1979. Peleas dialécticas entre Besteiro, Prieto, Araquistaín, De los Ríos, Largo Caballero, tercerinternacionalistas, socialdemócratas, etcétera. Si algo ha caracterizado al PSOE, además de su carácter ácrata o porculero, era el debate en plena libertad.
Esa tradición parece haberse esfumado (así lo cuenta el escritor Daniel Múgica) a la vez que se ha instaurado un ordeno, pienso y mando donde no caben ni matices diferenciales. Ya piensan otros por todos. Agrupaciones cerradas o sin actividad –no sólo por el Covid-19-, aclamación constante en los órganos de dirección, comités que sirven para aplaudir antes que debatir y silenzio stampa. Defender el posicionamiento de García-Page, aun cuando se discrepe con él en lo que pueda decir, es un acto democrático y de lucha por el debate. En el momento en que haya un debate serio, con fundamento, sin memes y se tome una decisión se puede pedir a la militancia cierre de filas, pero si no se deja hablar y al que discrepa, acertada o erradamente, se le condena igual es otra cosa y no un partido socialista.
¿Están de acuerdo con estas palabras del presidente manchego: “el debate no es entre monarquía y república, el debate de verdad es entre los que estamos por el pacto constitucional, por la estabilidad, por la lealtad con lo que decidió el pueblo español por la normalidad democrática o por los que cifran sus expectativas políticas en poner todo patas arriba”? Todos los que quieren que la república se implante ya ¿han visto la relación de fuerzas? ¿Han pensado que llegaría una república burguesa similar o peor a lo que existe en la actualidad? ¿Han calculado que más de 40% de los votantes del PSOE no apoyarían la república? Que está muy bien hacer el activista en redes y defender principios democráticos pero si se carece de análisis concreto todo lo demás es idealismo. Es pensar que se tiene la verdad absoluta y que esa se debe imponer a los demás porque sí. Así muchas personas que puedan disentir de la línea oficial, sin tener abiertos los canales partidistas, con un reglamento hecho para acabar con cualquier discrepancia, acaban callando. Incluyendo los que tienen algo de poder institucional o partidista. Bien por pusilanimidad, bien por carecer de opinión, bien por “no me voy a meter en esa batalla que bastante tengo con lo mío”, todos suelen callar. Por eso cuando sólo hay uno que habla choca, aunque haya muchas personas que piensen igual o parecido.
La máxima más acertada sobre la libertad de expresión, o sobre la libertad en general, la produjo John Stuart Mill: “Si toda la humanidad menos una persona, fuese de la misma opinión y una sola persona fuese de la opinión contraria, la humanidad tendría justificación en silenciar a esa persona, así la sola persona, si tuviera el poder podría justificar a la humanidad” (Sobre la libertad). Intentar callar, por las buenas o las malas, a García Page no supone un avance en favor del progreso o del socialismo, sino un baldón porque socava el mínimo de libertad que debe existir, más en un partido político en el que se autocatalogan de socialistas. Se puede discrepar de su postura pero no impedir que la tenga y la exprese. Ni sobre él, ni sobre nadie evidentemente. Porque en los últimos tiempos se señala a Madina, a Carmona, a Díaz, a cualquiera que discrepe de los deseos de la dirección. Dentro de un partido que en cien de sus 140 años se ha situado en el posibilismo monarquía-república, que haya alguien que defiende el orden constitucional incluyendo la monarquía es hasta normal.