Cada vez que el presidente de Castilla-La Mancha hace uso de la palabra para defender el orden constitucional vigente, incluyendo a la monarquía, se alzan las voces que intentan acallarle no sólo desde posiciones casi inexistentes en su región, sino desde su propio partido. Si sale en un video piden directamente que se le queme en la plaza pública con capirote en la cabeza. En el seno del propio PSOE le juzgan y condenan y piden de todas las formas posibles su expulsión del partido. Algo que contradice lo que era el pablismo, la tradición del partido y la propia historia del partido más antiguo de España. Bien por desconocimiento, bien por cuitas personales, se acaba intentando que no hable y si lo hace que lo haga fuera de las fronteras del partido, con él al exterior se entiende.

Emiliano García Page no sólo tiene el derecho sino la fuerza de la tradición socialista detrás para hablar como lo hace. Tiene el sentido democrático que parece haberse extinguido en el PSOE. Tanto como para hacer de los años del felipismo, con Alfonso Guerra como controlador, la panacea democrática. A Felipe González se le dijo, a la cara y en los medios, que nanay la OTAN, que nanay la reconversión industrial, que se apoyaba la huelga general, que el GAL era una vergüenza, que sus propuestas económicas estaban más a la derecha que las del papa Juan Pablo II. Evidentemente hubo alguna que otra purga, alguna que otra separación de los cargos, pero existía el debate cuando menos. Y para qué hablar de los años anteriores a 1979. Peleas dialécticas entre B