Pese a que a algunos reaccionarios les gustaría que la respuesta fuese afirmativa con contundencia, la realidad es que el hermetismo con el que se trata la salud del pontífice romano no permite más que cierto nivel de especulación. Alguna filtración y hechos concretos permiten intuir que, si bien puede que la muerte no esté a la vuelta de la esquina, es posible que esté rondando las instalaciones de santa Marta, donde habita Francisco I.
Hechos
Hasta el momento Francisco ha sufrido diversos percances de salud desde que fue aupado a la cátedra de san Pedro. La última ha sido una hernia abdominal que se complicó en junio del corriente. También se ha conocido que padecía una diverticulosis en el colon de la que también fue operado en 2021. Y a ello hay que añadirle una infección respiratoria este mismo año que le dejó para el arrastre. A ello hay que añadir sus problemas de rodilla y algunos más que se sospecha no han sido comunicados. Desde luego nada que ver con el parkinson de Juan Pablo II, ni con la pérdida de la visión de un ojo y algunas otras complicaciones de Benedicto XVI.
Todo se lleva con enorme secretismo para evitar las suspicacias y los chismes que tanto molestan al pontífice. Pero son numerosas las filtraciones vaticanas que hablan de un empeoramiento de la salud del pontífice durante los últimos años. Ha dicho el propio papa que ya ha entregado una carta de renuncia al secretario de Estado del Vaticano por si quedase completamente incapacitado por alguna enfermedad —los anti-Francisco desearían incapacitarle por lo que dice, pero eso no es tema sanitario, al menos del lado pontificio—. Por lo tanto, el propio Francisco es consciente de que su salud es bastante precaria y no solo por carecer de parte de un pulmón desde su juventud.
Las intuiciones
El último altercado sanitario del pontífice se ha producido en la reunión, que tuvo lugar ayer, con la Conferencia de Rabinos Europeos. No se sabe si ha sido antes o después de reunirse con el presidente de Cataluña, Aragonés, por lo que no cabe achacarle al catalán haberle dejado mal cuerpo. Sus palabras han sido «no estoy bien de salud y por eso prefiero no leer el discurso, sino dárselo y que se lo lleven». En alguna ocasión, por motivo de la rodilla, se ha ausentado de algún acto, pero hasta el momento no había dejado de ofrecer unas palabras por enfermedad. Una enfermedad que no ha sido revelada.
La semana pasada, otra intuición, el papa Francisco pidió la intercesión por el papa en las oraciones del mes de noviembre. Recalcó que por el Papa en general, no por él, haciendo como que lo egocéntrico no estaba presente en sus palabras, pero siendo el único papa vivo (salvo que considere papa también al del Palmar de Troya) parece que alguna preocupación por su salud existía, como ha demostrado el suceso de ayer.
Las prisas en la celebración del Sínodo de la sinodalidad; las reformas (desmentidas) sobre la nueva elección del siguiente pontífice; algunas prisas en los nombramientos de cardenales (con derecho a voto y elección en el futuro cónclave) y obispos, mientras que para otras se eterniza la situación por no encontrar candidatos de su gusto; la próxima y plausible reforma del Código Canónico; así como las relaciones con Opus Dei y Comunión y Liberación (por citar las dos más mediáticas), dan a entender que quiere dejar cerrado su pontificado cuanto antes. Los críticos afirman que lo que quiere es dejar cerrado su sustituto (un Francisco II) pero eso es cosa del Espíritu Santo y de los juegos de poder que se pudiesen dar en el cónclave.
Todo ello hace pensar que no teniendo claro que vaya a ser ya, mañana, antes de Navidad, a la vuelta de la esquina, en un corto plazo de tiempo (en la Iglesia los tiempos son distintos) tiene claro que pasará a mejor vida. Por edad es obvio que cualquier cosa puede mandarle con el creador, pero hay algo más, algo que no están contando y que puede ser más evidente para quienes conocen la situación de salud del pontífice. Las señales así lo indican, al menos.