Cuando se acierta se debe exponer de la misma forma en que se ha venido expresando la cantidad de errores que viene cometiendo Alberto Garzón desde que es coordinador general de Izquierda Unida. La nueva ley contra el juego que ayer se aprobó en el Consejo de ministros es un acierto completo. Un decreto-ley que deberá pasar el trámite de la convalidación parlamentaria y que podría sufrir algún cambio por mor del cambalache político propio de cuando se carece de mayoría parlamentaria. Aun así la ley que presenta el ministro de IU es una buena noticia porque incide en una enfermedad social que viene causando graves perjuicios personales y económicos. Además de la adicción se suma el problema familiar y personal que genera la locura de las numerosas webs de apuestas on-line y las casas de apuestas que están plagando los barrios.
No es que Garzón haya tenido unos buenos meses desde que accedió al ministerio. De hecho viene anunciando esta ley cada vez que le entrevistan, cada vez que le dejan hablar en rueda de prensa y cada vez que no tiene nada que decir en redes sociales. Una ley necesaria que será, a buen seguro, lo único que deje en su paso ministerial y que ha sido posible aplicar pues el lobby del juego propiamente español no tiene la fuerza suficiente y, por qué no decirlo, se quita algo de competencia. Una ley que ataca las prácticas sociales que son perniciosas y evita la publicidad, especialmente deportiva, que es fuente de atracción para los más jóvenes, el grupo más perjudicado aunque no el único. Ahora falta que las casas de apuestas vayan despareciendo de enfrente los colegios o instituciones educativas aunque no es posible acabar con esta lacra social de un supuesto dinero fácil que acaba convirtiéndose en un desastre humano.
La “ley Garzón del juego”, ya que el resto de legislación que tiene en mente igual no llega a buen puerto, quedará ahí y siempre podrá ponerse la medalla de su puesta en marcha. A partir de ahora, salvo alguna crisis de consumo sobre la que tenga competencias (no son muchas), podrá Garzón ponerse a repensar tranquilamente lo que desee. Podrá prepararse unas oposiciones o hacerse fotos y subirlas a las redes sociales. Incluso podrá tomar algunos datos de algún estudio antiguo para escribir un nuevo libro en el que contará obviedades ya sabidas pero que le servirán para ganarse unos eurillos en una de las empresas potentes del sector (Grupo Planeta). Su nombre está en todas las quinielas para abandonar el cargo ministerial por la imposición de la Unión Europea para reducir el número de ministerios y porque Enrique Santiago lleva haciéndole la cama demasiado tiempo para no acabar en una poltrona él mismo. De momento parece que han acordado que siga Garzón de coordinador general de IU durante el proceso de absorción que hará Podemos. De momento, claro.
Como se ha afirmado al comienzo hay que remarcar que por una vez ha hecho las cosas bien y eso hay que reconocérselo. En el resto de situaciones será Pedro Sánchez quien decida si sus otras ocurrencias pasan el filtro del Consejo o si directamente le dejan para inauguraciones y conferencias, algo que era la intención de no sólo del presidente sino del vicepresidente segundo. Yolanda Díaz, su otra compañera del PCE, ya se ha sabido mover mejor y se acerca a poder fichar por el PSOE a no más tardar. Como en su momento Diego López Garrido, ha encontrado su lugar al sol que más calienta. Garzón de tanto repensar se ha olvidado de actuar en su propio favor -hasta sus más leales, como Sira Rego, le han abandonado- y de su gente. De ser despojado de un ministerio, eso sí, siempre podrá pedir a Sánchez que le nombre embajador en el Vaticano, algo que le llenaría profundamente.