Desde que se hizo cargo de la dirección del PP contra Soraya Sáenz de Santamaría –contra porque tenían más rabia a la “chiquitilla” que ganas de apoyarle- viene demostrando ser una persona carente de personalidad. No un tipo pusilánime al estilo del escribiente Bartleby de Herman Melville pues tiene más cara que espalda, sino a ese tipo de persona con cierto trastorno psicológico que intenta superar su mediocridad (intelectual, personal, social, etc.) mediante la adopción de distintas máscaras y queriendo ser el graciosete del grupo en el que se encuentre en ese momento.
Pablo Casado es un ser sin personalidad propia. Buena o mala, mejor o peor, pero propia. Lo viene demostrando con la cantidad de disfraces que utiliza y que han servido para catalogarle como el Mortadelo de la política española. Ese intento de mimetizarse con profesiones, industrias o nevadas no es, como intentar vender desde la comunicación política de su partido, un mecanismo simbólico de representación de todos los españoles sino el intento de superar su mediocridad en el aspecto más importante de la dirección política: tener claras las ideas en concordancia con una personalidad formada. Un día se levanta conservador, otro día liberal, el siguiente socialdemócrata y si le dejan al otro se levantará monarca de España. ¿Qué quiere decir esto? Que hoy se apunta a lo que haya dicho Merkel, mañana Macron, al otro Rosanvallon y al final acaba mimetizado con Marhuenda.
Parece haber elegido la senda de Albert Rivera y su populismo del sistema y todos saben ya cómo acabó aquello, con el ex-dirigente naranja pidiendo paguita al PP de Madrid. El problema es que además se vanagloria de carecer de personalidad. Así en una entrevista se ha atrevido a afirmar que él es “la media entre Feijóo y Ayuso”. Tiene tan poca personalidad que tiene que elegir entre dos baronías peperas para autoubicarse. El escribiente melvilliano se limitaba a decir “Preferiría no hacerlo”, Casado debería decir “No sé quién soy, pero estoy en la media de dos personas seguro”. ¿Se imaginan a Felipe González diciendo que es la media de Leguina y Rodríguez de la Borbolla? O ¿a Aznar diciendo que es la media entre Bush y Blair?
El problema es que da por hecho Casado que todos los españoles conocen a la perfección quién es Alberto Núñez Feijóo. Pueden pensar que es un tipo moderado que gana elecciones por mayoría absoluta, pero hasta ahí. El 90% de los españoles no saben ni cómo gestiona, ni cómo le van las cosas a Galicia. Con Isabel Díaz sí tienen más con que comparar y, tras insultar a los no madrileños en diversas ocasiones, seguramente la imagen no sea buena. Así que la personalidad política del presidente del PP está entre una loca y un desconocido, según los clichés que se extienden por España. No parece una muy buena carta de presentación, desde luego. Pero como Casado carece del mínimo de inteligencia para darse cuenta de ese error cuando habla ad hominem, no puede desarrollar argumentos lógicos que sustenten una imagen positiva de su persona. Una personalidad que no es que sea bien acogida por los españoles, tal y como se refleja en las valoraciones de dirigentes políticos de las distintas encuestas.
Como pasa con buena parte de la clase política actual, para Casado el principio de contradicción parece no existir. Esto es, que decir una cosa y su contraria, sosteniéndolas como verdades absolutas, no solo es falaz sino que es imposible. Así hoy está en contra de cambiar el CGPJ y mañana acusa al gobierno de no querer hacerlo. Incluso en una misma entrevista es capaz de defender la soberanía estatal y la apertura total de fronteras. O decir defender a los agricultores españoles y a la vez los vetos de exportación a ciertos países –que son los que realizan las importaciones de los agricultores españoles-. Ahora habla de libertad y diez minutos después pide cárcel por delitos de opinión.
Todo esto es, en parte, producto de una época populista y demagógica sí, pero también demuestra su falta de personalidad al no salirse del guión e intentar ser él mismo. Carece de personalidad tanto como para lanzar a Teodoro García Egea a discutir los datos estadísticos del FMI con una portada de ABC. No es de extrañar que los votantes de derechas estén en constante duda pues un día es moderado y al otro ultramontano. Al carecer de personalidad pasan estas cosas y como la poca personalidad que tiene es la del graciosete que quiere ser amigo de todos, pero que se huele que es un trepa, ocurre que proyecta la imagen de una persona poco de fiar. Y tiene suerte que se está en tiempo pandémico, porque de estarlo tendría problemas mediáticos y partidistas. En realidad le están esperando con la guadaña aunque él no lo sepa.