Cuando se carece del mínimo sentido común ocurre lo que le ha sucedido a Pablo Casado, el cual ha acabado haciendo un discurso cercanísimo al austromarxismo. Tras escuchar de boca de Antonio Garamendi que si los indultos consiguen la calma en Cataluña –algo que está por ver vistas las declaraciones de los secesionistas ayer mismo- bienvenidos sean; tras escuchar a la iglesia católica, sección catalana, solicitar que esos indultos se lleven a efecto para el bien común; tras ver que no consigue ni siete firmas contra los indultos y él se acobardó en Colón; tras ver cómo el mundo se cae a sus pies ha tenido que salir por el único sitio que no se esperaba: cargando contra la patronal y la iglesia.
Así, el presidente pepero ha afirmado que “los únicos accionistas para el PP son los españoles. Solo (sic) nos debemos a ellos. Me dan igual presiones o amenazas: no me desviaré un milímetro en defensa de la ley y la soberanía nacional. Estoy en política para defender España, la Constitución e igualdad de todos los españoles”. Lo primero que hace es reconocer abiertamente aquello que Karl Marx denunció en el siglo XIX, que los gobiernos de las democracias representativas no eran más que los consejos de administración de la burguesía. Reconoce Casado que, para él, no caben más accionistas que los españoles y a ellos se deben. Lo que supone que el PP no se debe a los empresarios, ni a la sociedad civil, ni nada, sólo a los españoles. Si pueden contener las lágrimas con semejante boutade –porque son miles las citas donde el pepero se entrega en cuerpo y alma a los empresarios-, está revelando que los intereses empresariales están por encima que los de la ciudadanía. Una denuncia marxista desde tiempos inmemoriales.
No se queda sólo en esa denuncia del poder de la clase dominante sino que le añade el sentimiento nacionalista (con cierto populismo). Algo así como “Yo por mi España hago lo que haga falta”. Aquí es donde entran en juego los austromarxistas. En especial Otto Bauer que afirmó la necesidad de entroncar los postulados marxistas con el nacionalismo. De hecho la siguiente definición de nación del austríaco le encantaría a Casado: “La totalidad de los hombres unidos juntos a través de un destino común dentro de una comunidad de carácter” -muy rojiparda, por cierto, para los listos del marxismo que pululan por España-. Él, Casado, no sólo se enfrenta a las empresas para defender España sino que se apoya en ese sentimiento de destino común de una comunidad de carácter que defendían desde el austromarxismo. Y por ello renuncia a cualquier interferencia de la iglesia católica, como si fuese un rojazo.
Igual le dijeron al presidente pepero que tenía que estudiar la escuela austríaca (por Von Mises, Hayek y demás liberales de la ingeniería social), se equivocó y leyó a Bauer. Y como tampoco es que estudiase mucho en su juventud pues no le llegaron a rechinar los postulados de Bauer. O, esto es mucho más plausible, se ha tirado un farol demagógico poniéndose el disfraz de austromarxista (sin saberlo), consciente de que a la primera que le digan desde la clase dominante (burguesía) se bajará los pantalones y hará lo que le manden. De hecho eso es lo que vienen haciendo desde tiempos inmemoriales. Lo que quiere Casado es que le incluyan con todos los honores en la coalición dominante. Los españoles le importan un pimiento salvo en período electoral. Como esos españoles que dejaron morir sin vacunas de la hepatitis C. Como esos españoles que han dejado sin casa para entregarla a un fondo buitre de inversión. Sin embargo, los florentinos siempre ganan con el Zendal o con las autopistas de peaje rescatadas.