Si ustedes fuesen calvinistas de manera consciente, en muchos aspectos lo pueden ser inconscientemente, entenderían que la clase política en general está determinada por dios para ser representantes públicos. Lo que les albergaría dudas es el porqué de no concederles, además de ese destino humano, algo más de una neurona en el cerebro para actuar de forma racional y que esa neurona no se quede haciendo eco en solitario. Todo esto viene a cuentas de que, dando igual el color –aunque los de verde se llevan la palma y caben dudas de la existencia hasta de una neurona-, la clase política actual es especialista en crear problemas donde no los hay o en meter la pata en cuestiones tan evidentes que asombran. Esa metedura de pata es la que ha cometido el alcalde de la ciudad de Madrid José Luis Martínez Almeida.
Como todo el mundo sabe, porque lo ha reconocido en diversas ocasiones, es alcalde madrileño en confeso seguidor de la SAD Atlético de Madrid –se supone que cuando era club también-. Nada extraño pues, aunque no lo parezca, hay numerosos políticos de derechas que llevan el color rojiblanco –porque como decía el padre del Lolo el lion, el rojiblanco es un color no dos- en su alma. Así por citar algunos, el portavoz del PP en la Asamblea de Madrid Alfonso Serrano o el consejero de Transportes Ángel Garrido. Incluso es conocida la amistad del vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado, con Miguel Ángel Gil. Lo normal siempre y cuando, en los negocios, siempre gane el tito Floren.
Siendo seguidor del Atlético de Madrid el alcalde Almeida habrá sufrido en sus propias carnes la pena y el desgarro de ver como el templo rojiblanco del Vicente Calderón fue vendido y derruido por culpa de la deuda que nunca se acaba –al menos desde que están los Gil al mando, de forma ilegal cabe recordar-, por eso no se entiende que en el descampado que ha dejado el Templo Rojiblanco el alcalde haga la “gracia” de permitir que se llame Ribera del Calderón. O es muy macabro y tiene esa parafilia, o ha metido la pata hasta el fondo. Pero no meter la pata suya, que por físico es más pequeña, sino la de un tipo que mida 2,20 metros como poco –Tkachenko mismamente (aunque esto sólo lo entenderán los que ya van por la cuarentena o más)-. Esto es como cuando de pequeños algún crío o cría se llevaba un regalo y lo mostraba fardando a los demás chavales. Daban ganas de quitárselo o rompérselo en la cabeza por tener tan mala baba. Y encima invita a los criminales de la destrucción al evento.
¿A quién se le ha ocurrido nombrar así el lugar cuando el Calderón ya no existe por una operación mercantil de dudoso éxito? Seguro que a un madridista porque es mentar la madre muerta, como poco, a un rojiblanco. Tanto jugar con lo emotivo esta clase política actual para no darse cuenta de que si hay algo que molesta a los aficionados rojiblancos es haber perdido su casa para marchar al estadio del logo. Que allí estuviese el Calderón y hoy ya no esté no es motivo de melancolía sino de cabreo supino entre la afición. Esto sólo se le podría haber ocurrido a Florentino Pérez o sus literatos. Lo podrían haber llamado “Ribera de los melancólicos”, mucho más poético, o “Ribera del Manzanares”, más geográfico, o “Ribera de los ejércitos” por la gran cantidad de casas militares de los alrededores. Pero no, han tenido que meter el dedo en la llaga de los aficionados atléticos y citar al Calderón. Normal que las redes sociales le hayan puesto de vuelta y media al alcalde porque siendo rojiblanco debería haber sido consciente del atentado contra los sentimientos que ello produce. Ni una, es que no aciertan ni una.
Me parece una tonteria el artículo. Mezcla churras con merinas y con estatura del alcalde. De donde no hay….Yo estoy encantado que se llame Ribera del Calderon. Firmado: socio del Atleti en 1974