Lo paradójico de estos tiempos etéreos es que lo que ayer parecía iba a cambiar el mundo, hoy se olvidado y adquiere tintes de pasado muy lejano. Esto lo deberían saber en la clase política porque así se entendería la incapacidad de sentir un mínimo de ridículo en sus apariciones públicas. Igual esto es confiar demasiado en la capacidad analítica de una clase cada vez menos representativa del común. Igual es que son simples y carecen de sentido del ridículo. Algo así es lo que le sucede al presidente del Gobierno.
Hace dos semanas, aproximadamente, tenía al país en vilo por una carta, mal redactada, en la que ponía en duda su continuidad porque, según su opinión, había noticias falsas sobre su esposa y su familia. A eso siguió una reunión de focas, a la espera de su pescado, en Ferraz. La vergüenza del populismo, la demagogia y el tribunerismo más abyecto se hizo patente hasta en afiliados socialistas. Luego decidió quedarse —en realidad nunca pretendió irse sino recibir cariñito y poner en fila a la prensa que tiene bajo sus subvenciones— y comenzó una campaña contra las mentiras que duró lo que duró, tres o cuatro días más. No había calculado que había puente en Madrid y las Cruces en buena parte de España. O lo que es lo mismo, nadie le iba a hacer caso.
Esta misma semana, salvo algún ente todavía flipado por su amo y señor, ya nadie se acuerda de las supuestas campañas de bulos. Han seguido saliendo informaciones sobre su esposa y los tejemanejes de su hermano —parece, y solo parece hasta que haya pruebas, que lo de residir en Portugal y así no tributar donde trabaja vendría de un plan diseñado en la sede central de la Agencia Tributaria— y ni se ha acudido a los tribunales, ni se le ha escuchado mayor queja. Una campaña sentimentalista que se va por el desagüe. Pedro Sánchez, como es así (pongan el calificativo que más les guste), ni se habrá enterado de que no le ha servido de nada.
El inflado CIS le dio muy buenos resultados justo cuando esta la pantomima sentimentalista en el candelero, hoy está por ver qué dirían las encuestas. Porque eso no fue algo para inflar el voto de Salvador Illa en Cataluña, todo el mundo sabe que ese voto está secuestrado, sino para él mismo, para sus cosas. Además de no tener que escuchar a ningún dirigente regional quejarse por las listas al parlamento europeo (donde ha colocado a sus fieles en detrimento de personas más cualificadas), pensaba que ese apoyo aguantaría hasta las elecciones europeas. Eso debía ser optimismo o ingenuidad porque, a día de hoy, toda la pantomina se ha evaporado. Y lo ha hecho, no tanto porque este o aquel medio no insista en ello, sino porque las falsedades es lo que tienen, un tiempo muy corto en la era de lo etéreo.
Sánchez carece de cualquier tipo de apoyo en algo sólido, salvo el maquillaje que se pone; todo en él es momentáneo, de usar y tirar, sin fundamento, ni sustancia. Por ello debe recurrir a la pantomima. El problema es que ya solo le quedan los fieles y palmeros. Gustosamente recibe la prokynesis de su cohorte de bocabajos, pero entre el común existe un sentimiento de haber sido engañados nuevamente. De haber sido utilizados para una añagaza del señor de los moscosos para sus propias necesidades y no en favor del bien común. Lo de la democratización de la justicia, al no presentar ningún plan concreto, solo frases que se evaporan al cielo (donde decía Zapatero que contaría nubes), es filfa para los oídos más curtidos y nada para los legos.
Hoy la campaña de la carta y el sufrimiento se ha evaporado. ¿Lo sabía Sánchez o es incapaz hasta de pensar en ello? ¿Cuál será la siguiente fantasmada que tendrá preparada? ¿Dónde está que ya no se le ve? ¿Tendrá la valentía suficiente para más entrevistas en medios no afines o subvencionados para explicar lo de Cataluña?