Tiene la extraña habilidad el papa Francisco de enfadar a todo el mundo cuando habla. Unos días a unos, otros días a otros, lo que conlleva, al final del camino, hacer caso omiso a lo largo del tiempo de lo que dice. El Pontificado nunca ha tenido, desde que se decidió que el obispo de Roma era algo más que un primus inter pares, una plena aceptación, pero con sus más y sus menos fue pasando el tiempo como una voz a tener en cuenta. Bien fuese por alianzas de poder, bien fuese por ser la voz de los que claman en el desierto, siempre generó respuesta, a favor o en contra, esa voz romana. Hoy lo máximo es algún exabrupto de alguien perdido en las redes sociales. La regla es la completa indiferencia.
Todo ello seguramente esté vinculado a su jesuitismo. Más allá del desprecio que sentía por los jesuitas, Miguel de Unamuno ya explicó que su ser es estar todo el día batallando, sin importar tomar partido por un bando u otro. Así los jesuitas son el perfecto ejemplo de paradoja. Pueden defender la pobreza mientras fundan una famosa escuela de negocios donde dan cabida a lo más granado de las gentes de Neguri. Pueden abrazar el conservadurismo extremo a la par que son los próceres de la Teología de la liberación de corte marxista. Están con dios y el diablo a la vez, a decir de sus críticos. Normal que el pontífice romano acabe enfadando a todos pues no se sabe bien qué quiere decir si hoy niega lo que ayer era casi doctrina. Le ha pasado con las parejas del mismo sexo y le pasa con los dirigentes de diversos países, porque los jesuitas sí han sido firmes en algo, estar donde esté el poder de hoy o mañana.
El agonismo y el poder son las dos claves del pensamiento jesuita y a ello ponen todo el empeño, y el papa Francisco no iba a ser menos. Pide a los millonarios que den un poco de su dinero siguiendo el evangelio para ayudar a los más necesitados; se lanza a la crítica del indigenismo poniendo como ejemplo a Isabel la Católica y enfada a progres y libertarios a la vez. Dependiendo del lugar geográfico que toque: conservadores españoles alegres, argentinos enfadados (no quieren que les recuerden sus aniquilaciones à la estadounidense); progres españoles enfadados por mentar a la reina Trastámara, progres argentinos alegres por el indigenismo woke.
Como todos los jesuitas están a la moda del momento. Verán a jesuitas defender el identitarismo conservador europeo con tal fervor que parecen hijos de Marcel Lefebvre; y a otros compañeros, como el mismo papa, exponer toda esa monserga vacía pero animada por la clase dominante que se ha resumido en el concepto de wokismo. Al final ese quedar bien, ese intentar ser el niño en el bautizo, la mujer en la boda y el muerto en el cementerio (porque los mártires jesuitas son los más mártires), acaba por generar rechazo generalizado. Y siendo el pontífice romano lo único que conlleva es que nadie le acabe haciendo caso en los lugares donde el cristiano es parte del acervo cultural. El jesuitismo de Francisco empieza a ser hasta molesto.