A cualquier persona le ha sucedido que mientras estaba caminando, trabajando o en cualquier otra labor ha tenido unos fuertes retortijones en el bajo vientre. Esa sensación de necesitar ir al baño con urgencia y, por desgracia, no tenerlo cerca. Aguantar durante un corto o largo lapso de tiempo esa sensación creciente de irse a hacer todo encima. Sudores fríos por aguantar. Llegar a un aseo y sin más soltar una pequeña (o grande) ventosidad nada más. Pensando que venía lo más grande, al final era todo un simple pedete.
Lo mismo sucede con el papa Francisco I. Siempre se anuncia como un retortijón enorme en el seno de la Iglesia católica y al final es un simple pedete. Una mísera ventosidad sin consecuencias. El Sínodo de la Sinodalidad comenzó como ese retortijón que puede tener un final cruento y sucio. El Sínodo alemán proponía bendecir las parejas del mismo sexo, el sacerdocio femenino y el fin del celibato. En otros lares seguían la misma senda y añadían elementos de la, ya olvidada por el transcurso de la Historia, Teología de la Liberación o su hijo intelectual la Teología del Pueblo. Una democratización institucional que disuelva la jerarquía de la Iglesia en una suma de parlamentos pseudodemocráticos donde cualquiera pueda opinar y cambiar, con conocimiento o sin él, de la doctrina. Una completa mundanización de la Iglesia.
Los sectores conservadores hablaban del apocalipsis, los sectores progres de la completa renovación, la realidad es testaruda y ha ido por otro lado. Ni unos, ni otros se han visto representados por las conclusiones de esta primera Asamblea Sinodal. Todos hablan de lo bien que camina la sinodalidad pero en su fuero interno están amargados. Algo que les sucede desde hace años por lo que igual deberían hacérselo mirar por profesionales. En España esto no ha cuajado entre otras cosas porque el primer período sinodal pasó sin pena, ni gloria. La mayoría de parroquias y diócesis hicieron lo de siempre, reunirse “yo, yo y yo mismo” y a pasar el expediente. A la prensa en general, incluidos medios autocalificados como católicos, esto les da lo mismo. Si no hay violaciones, bronca o escándalos, el resto no existe.
Todo parecía mucho más y se ha quedado en pedete, como todo el pontificado de Francisco. Lo más destacable del documento sinodal, que ahora deberá discutirse durante un año en las diócesis de todo el mundo, es la posibilidad de recuperar el diaconado femenino. Algo que en el primer milenio de la Iglesia fue normal y que decayó por desinterés de las propias mujeres. Luego ya se establecería que fuese solo masculino pero recuperar esa figura tampoco es algo que genere rechazo total. Al fin y al cabo un diácono es un ayudante consagrado del sacerdote y hasta puede estar casado.
El resto del documento contiene la recuperación de la Doctrina Social de la Iglesia; el deber de respetar la dignidad de todas las personas (da igual su condición, incluyendo la sexual); modificar el lenguaje para hacerse más accesibles a los fieles (utilizar menos teologinazos en la Eucaristía); una mayor preocupación por los pobres del mundo, los cuales no lo son por una cuestión meramente material sino que incluye la pobreza del ser y de la acción de ese ser humano; mayor participación de las mujeres en la estructura de la Iglesia; combatir con mayor dureza y rapidez el tema de los abusos sexuales (debe ser por eso que Francisco ha dejado de proteger al jesuita Rupnik); y poco más. Al fin y al cabo, una media actualización del Concilio Vaticano II sin salirse del carril doctrinal.
¿Para qué ha servido todo? Pues no se sabe bien. Podría haberlo hecho Francisco por ser el romano pontífice sin movilizar a miles de personas. Tiene la potestad para ello. Al final puede que todo haya sido una mera campaña de publicidad que ha acabado por enfadar a unos y otros. El wokismo católico está desencantado; el conservadurismo respira algo aliviado pero mira con desdén al papa. Los fieles, si se han enterado de algo, están como al principio. ¿Es un toque de atención al clericalismo? Puede ser, pero esa apertura a los fieles que se pretende tiene que ir acompañada de una reflexión madura y veraz del mundo en el que se está. No acudir al subjetivismo o el idealismo e intentar aplicarlo con fórceps.
Cuando Juan XIII convocó el último concilio, lo hizo bajo una circunstancias que eran obvias a clero, teólogos y fieles. Hoy, empero, lo que abunda es la oscuridad, el no tener claro nada. Para que funcione el plan del papa se necesitaría un período de estudio mayor, de formación de los fieles, de fomento de la participación del clero de a pie, muchas cosas antes de dar ese paso de cambiar las cosas para que la Iglesia sea más de todos los fieles. No es mala idea. No es nueva. Pero los tiempos de Dios son diferentes a los de los seres humanos. No se debe olvidar eso nunca. Al final parece que todo va a ser ese gas molesto pero inofensivo.