Es muy doloroso para la mente el escuchar o leer a los comisarios políticos del progresismo o del pseudoliberalismo (por diferenciarlo del liberalismo clásico) señalar constantemente a propios y extraños como traidores, rojipardos, fascistas, populistas, comunistas (¿cuántos comunistas quedan en Occidente?) con la sana intención de convertir a esas personas en lo que Giorgio Agamben calificó de homo sacer. O lo que es lo mismo una persona que carece de validez social y a la que se puede matar, simbólicamente al menos, pero no desde lo institucional. De ahí lo imprescindibles que son los comisarios políticos que pululan en medios de comunicación y redes sociales.
Antes la izquierda y la derecha, el socialismo y el liberalismo clásicos, contendían en pos de la verdad. Para los liberales significaba la búsqueda de la libertad negativa (sin interferencias de ningún tipo salvo para seguridad), el libre mercado (esto lo defienden todos en la actualidad) y la sociedad compuesta de átomos individuales que se organizaban gracias a una especie de mano invisible (o la inteligencia de la razón). La izquierda socialista buscaba la libertad positiva (libertad para ser), una economía intervenida y la defensa de la sociedad sin clases y sin Estado. Evidentemente había más cuestiones, pero básicamente esas eran las visiones de la verdad que pugnaban. Surgieron visiones alternativas o pervivían algunas (conservadurismo o tradicionalismo), unas que llevaban al totalitarismo, otras que llevaban a la completa disolución social. Luego vinieron respuestas nacionalistas, libertarias, progres, etc., las cuales ya no buscaban la verdad sino el significado.
En esta época, postmoderna o postmaterialista, lo que prima no es conocer o buscar la verdad sino ganar el significado. ¿Qué quiere decir esto? Como señalaba sin esconderse en un ensayo Juan Carlos Monedero, significa que hay que ganar la batalla por el significado de las palabras (eso que se cataloga de batalla cultural) y el lenguaje. No importa la historia que lleve detrás un concepto como socialismo, por ejemplo, hay que ganar la batalla del significado actual, con toda su carga simbólica, borrando lo anterior y en pugna con otras concepciones. Al final el socialismo, el liberalismo, el feminismo… soy yo. Es lo que quien gane en ese momento diga que es. Normal que aparezca alguien como Antonio Maestre bramando contra Ana Iris Simón sin profundizar en el discurso en sí sino para calificarla de rojiparda porque él tiene el supuesto saber de lo que significa ser de izquierdas. En realidad Maestre no hace el camino analítico necesario, ver esos prejuicios que alientan el discurso de Simón y recorrerlos hasta su inicio histórico y poder conocerlos y así desmontar lo que de falaz pueda tener. No lo hace porque los propios prejuicios de comisario político se lo impiden. Sólo quiere ganar el significado, sin importar el concepto y su historia (¡a la mierda el materialismo histórico!).
¿Por qué la lucha contra la nostalgia?
Esa batalla por los adjetivos y los sustantivos choca frontalmente, salvo para los adoradores de las distintas tribus y los diferentes comisarios políticos, con la realidad social. Las sociedades o comunidades siempre han tenido como nexo de unión elementos pre-políticos, tradiciones, solidaridades de vecindad, no se han generado en el aire, ni por la influencia de un Superhombre que dictó las normas de convivencia y el desarrollo político. Eso luego se justificó por medios divinos o legales, pero la comunidad era previa a. Así, y esto lo han estudiado los marxistas hasta la extenuación, la clase social trabajadora era previa a la toma de conciencia, como una nacionalidad lo era antes de conformarse en Estado-nación. Cuestión distinta es que algunas de estas cuestiones se hayan pervertido con el transcurso de los años o siglos, pero primigeniamente era así y eso acaba quedando en arquetipos, en el inconsciente colectivo, en cuentos, en poemas, en novelas, etcétera.
Ahora, en los tiempos de la pelea por el significado y no por la verdad, cualquier lazo social pre-político, tradicional, autónomo o espontáneo es visto con sospecha en todos los frentes. Por la derecha se habla del fin de las clases para introducir nuevas palabras y significaciones, y por la izquierda se señalan los elementos tradicionales. En general se señala todo aquello que tenga historia… y memoria. La memoria es lo peor que puede existir para los comisarios políticos de una y otra parte, salvo la que ellos elijan para atizarse en la contienda. Así se sigue hablando de peligro comunista, o peligro marxista, cuando no quedan ni siete (marxistas tres); o de peligro fascista o franquista, cuando salvo cuatro nadie apuesta por un sistema así. Si aparece un tradicionalista como Juan Manuel de Prada, le dicen fascista. Si aparece… en la izquierda casi no hay intelectuales fuera del wokismo porque se pasa hambre, pero si apareciese un pensador contrario al sistema le tacharían de marxista peligroso.
Y ello porque tanto a derecha como a izquierda se señalan posiciones que tienen historia y una realidad material. Es raro ver en la izquierda una queja contra los ejércitos industriales de reserva, pues son tachados de xenófobos por los comisarios políticos woke o progres. Por mucho que se aporten datos y verdades, no puede ganar ese significado. En la derecha son penados aquellos que dicen que las sociedades existen y tienen solidaridades que hay que mantener como la sanidad, la educación o los mayores, comunitaristas o tradicionalistas que son tachados de infiltrados o anticuados. Y si se habla de catolicismo llega el Armagedón y es el fin de la existencia si se habla de políticas de asimilación, ahí salen todos los multiculturalistas con cuchillos en las manos a dejar el cuerpo peor que el de César en el senado romano.
La nostalgia que puede traer a colación, algunas veces con poca fortuna, Simón, pero que no es extraña en muchos análisis en redes sociales y periódicos (si se tiene la suerte de escribir en un medio contrario a la propia posición es más sencillo evitar al comisario), no es más que la pervivencia del materialismo, de lo tradicional (que hoy llega a abarcar hasta posiciones socialistas en muchas ocasiones), de lo que es el cemento de la unión social, comunitaria o de partido. En 1978 los españoles, en su mayoría, decidieron hacer borrón y cuenta nueva y comenzar a generar historia común dejando la anterior para los historiadores. Las tradiciones sociales pervivían y cambiaban poco a poco, y las políticas se esperaban construir. Ahora todo el mundo quiere destruir esa memoria democrática, no para construir algo mejor en sí, sino para disolver los últimos lazos de unión que hay en España, como sociedad, como comunidad. Sin memoria no hay institución que perviva. Así se puede llegar al Estado libertario o cualquier otra forma de dictadura, incluida la del Capital. Si no hay memoria, el significado es disputable, sea la mujer, sea la nación, sea la comunidad, sea cualquier tradición.