El escándalo del cartel de la Semana Santa sevillana no es más que un nuevo ladrillo de esa re-construcción (¿ilegal?) que se viene produciendo en los últimos tiempos. La vuelta del nacionalcatolicismo con matices cada vez más preconciliares o tridentinos —por aquello de situarse, incluso, más atrás del Concilio Vaticano I. En la curia romana existe cierta preocupación con los casi vacíos seminarios españoles (lo mismo que en otros países), pero más se asustan por lo tradicionalistas que están saliendo los nuevos presbíteros. En realidad hay de todo, como en Botica, pero es cierto que hay un número bastante amplio de curas a los que el Concilio Vaticano II les parece flojo.

Decía Benedicto XVI, respecto a la misa tradicional (monseñor Munilla es de la misma opinión), que lo que había sido sacro durante miles de años no podía ser defenestrado así como así. No estuvieron equivocados anteriormente pese a que la misa en las lenguas vernáculas había supuesto un avance. Otra cosa es que algunos se lancen a inventar saliéndose de madre, por ello Francisco I ya ha enviado una advertencia esta misma semana. Esto mismo que se decía sobre la misa tradicional parece haber sido asumido para otras cuestiones tridentinas. Esas mismas cuestiones que los padres conciliares dijeron que les habían llevado a una pérdida constante de fieles, parecen revivir en estos tiempos postmodernos. Pareciese que contra la deconstrucción del mundo se buscase en lo tridentino y el neotomismo la solución a los males.

La verdad es que acusar de blasfemo el cartel sevillano porque el Cristo asemeja a un homosexual (ahí Juan Manuel de Prada ha salido hablando del rafaelismo estético) tiene olor a antiguo. Puede no gustar, puede incluso verse algo gay en todo ello, pero blasfemar lo que se dice blasfemar no se ha blasfemado. Que miren el significado de blasfemia y entenderán por qué. Y de paso el Levítico y el segundo mandamiento —un mandamiento que a decir de Benedicto XVI había quedado muy restringido por aquello de la imaginería católica y su no idolatría. Pero esto con ser gracioso y haber enfadado a muchas más personas que los capillitas no es más que un aspecto anecdótico. Mucho peor es el rosario de Ferraz y lo que allí se dice, o pedir acciones civiles contra el pintor del cartel sevillano. Es lo que hace años el sociólogo Peter Berger calificaba de reconquista tradicionalista. Una irracionalidad que lucha contra otra irracionalidad. Una contracultura de la cancelación en realidad —pese a que muchos de estos contraculturales se quejan de la cancelación de los otros.

¿Qué es el nacionalcatolicismo? Es la imbricación del poder estatal con la moral católica para que ésta determine la legislación y, por ende, haga de ingeniería social. Como se temía el cardenal Newman, esto podía acabar en una entrega de la Iglesia al Estado. Así sucedió en España y en otros lares. Es volver a un período de la Cristiandad ya muy sobrepasado y que nada tiene que ver con los signos de los tiempos. También existe, y en esto hay que señalar muy mucho al PP y en parte a Vox, un neogalicanismo (concepto ideado por Jürgen Moltman) el cual supone utilizar a la Iglesia o el cristianismo en un rol folclórico o simbólico.

Todo ello no implica que el catolicismo deba quedar en lo meramente privado. No. Tanto si se mira desde el althusserianismo (aparato ideológico) como desde la libertad de la Iglesia (Newman o el CVII), la Iglesia tiene el derecho y el poder para hacerse escuchar y actuar dentro de la sociedad civil en favor de su Verdad. Pero rezar un rosario (por poner un ejemplo actual) contra un dirigente político no es lo que la doctrina indica sino que es algo neotomista, con suerte si se encaja con fórceps en La monarquía. Ya Juan Pablo II advirtió, algo que se observa perfectamente en la encíclica Fides et ratio, que no había que quedarse en la escolástica sino que había que tener un diálogo productivo con la filosofía (el pensamiento en general) pues, en muchas ocasiones, el pensador llegaba a Verdad pero necesitaba de la Fe para poder vislumbrarla en toda su magnitud.

Este tradicionalismo radical (por cierto prohibido ya en el siglo XIX), esta vuelta a Trento es lo contrario a lo doctrinal. Dejó bien claro el Concilio Vaticano II que había que evangelizar mediante el acontecimiento que divide la Historia. El encuentro con Cristo, por tomar unas palabras muy del gusto de Luigi Giussani, debía comunicarse con afecto, con dulzura, con amistad (pues al fin y al cabo el nuevo mandamiento es amar al otro), llegando incluso a dar la vida por el otro. Esto es bien contrario a este neotradicionalismo nacionalcatólico que se dedica a señalar pecadores, a anatematizar y a perseguir a aquellos que no opinan de igual forma, incluso dentro de la propia Iglesia. Ahí tienen a los Abogados Cristianos (perdiendo juicios todos los días). Unas acciones neoinquisitoriales que nada tienen que ver con el mensaje evangelizador del Concilio Vaticano II, o las encíclicas papales de Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco I.

Desde luego no hay una única forma de entender, personalmente en especial, la relación con la fe. Pero la doctrina es la que es. ¿Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra? Cierto que existe una cierta mundanidad que se abre paso entre las fronteras vaticanas (ahí tienen a la llamada mafia de san Gallo), pero al igual que la teología de la liberación americana (por diferenciarla de la europea que fue otra cosa) era un error doctrinal por hacer de Cristo un guerrillero casi, ya que la salvación viene por otro camino, es un error utilizar a la Iglesia para hacer caer a un Gobierno por cuestiones totalmente alejadas de lo doctrinal o del Evangelio. Cuando Benedicto XVI comenzó a recibir ciertas críticas del lado más conservador, le contó al matemático Piergiorgio Odifreddi que no eran los lefebvrianos sino incluso peores. Esos peores parecen ser el modelo de esta vuelta al pasado.

Ahora que hay algunos intentando generar una teología política, aunque parece muy inclinada hacia cierto lado, no estaría de más recordar lo que se ha dicho durante estas últimas cinco o seis décadas. Incluso lo que pasó con la Action Française. Todo esto no supone que el católico no deba implicarse en política, que debe y puede; ni que la Iglesia quede encerrada en lo privado-privativo; ni que deba callarse frente a aquello que es contrario a su doctrina; pero lo que no puede ser es que se inventen un camino doctrinal o recuperen algo que en tiempos supuso un fracaso en el largo plazo. El período de la unión Estado-Iglesia supuso poner a la segunda en manos del primero (solo hay que leer un poco de historia). La nueva cristiandad, si es que acaba llegando, debe venir por otros caminos. Principalmente por el anuncio de la revelación. No son tiempos de torquemadas, ni de nacionalcatoliscismos. Pero ¿no han visto que eso ha sido un fracaso?

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