Pueden catalogarla de clase (aunque este término tiene una significación socioeconómica que lo desaconseja), de casta o de élite –cualquiera de esas tres categorías sirven al análisis-, de lo que no caben dudas es que en la sociedad española hay una clara desafección respecto a la dirigencia política en general. Los de un partido pensarán que los peores son los demás y viceversa, pero la población en general, esa que ha sido despolitizada por la ideología dominante mediante el uso de distintos aparatos ideológicos (educación, medios de comunicación…), piensa que no se merece la élite política que tiene España. Da igual que se mire a las gentes del “prucés” o a la baronía madrileña, siempre se piensa que podrían estar mejor ocupados los cargos, que cualquier tiempo pasado fue mejor a ese respecto. Existe la convicción de que con el paso del tiempo las personas que ostentan los cargos han ido a peor. Que no están los más válidos.

La renovación de las élites se ha producido en los mismos términos en que a comienzos del siglo XX lo analizasen Mosca, Pareto o Michels. Da igual quién o quiénes lleguen al poder, acaban constituyéndose en oligarquía. El problema es lo que tienen por debajo esas oligarquías partidistas, si es que tienen algo. Si existen fanáticos, como ahora se verá, la oligarquía duerme tranquila y hace a su gusto; si existen militantes no dejan de intentar constituirse como oligarquía pero andan con mucho más cuidado. No piensen que existe una desconexión entre las partes que conforman un partido político. Lo de arriba es claro ejemplo, por mucho que cambien las normas a su gusto, de lo que conforma un partido político. Si no hay ideología y debate, la cúpula tiende a carecer de fuertes principios y a vivir alegremente la política. En sentido contrario, si existe un debate ideológico que potencia el debate, la cúpula acaba expulsando a los desideologizados o a los mediocres.

Como ustedes pueden pensar en buen lógica, cualquier dirigencia política desea que no haya debate, que nadie se mueva de la raya marcada por la cúpula, que nadie piense, que sean los afiliados estén lo menos ideologizados posible, que nadie moleste en suma. También es cierto que eso acaba matando a los partidos y los convierten en meras agencias de colocación aumentando la gravedad de la desafección. En Francia, paradigma para muchas cuestiones, los partidos en sí han acabado desapareciendo para transformarse en plataformas personalistas. Algo así, bajo una estructura partidista, está sucediendo en España. Por eso las cúpulas, da igual el partido, quieren fanáticos y no militantes. Lo peliagudo del asunto es que, en términos sociopolíticos, esto acaba provocando escisiones en el sistema por el que acaban colándose los monstruos autoritarios.

Los fanáticos son el prototipo más deseado por las cúpulas políticas. Son afiliados, o no, que jamás discrepan de la cúpula de su partido. Da igual que el dirigente máximo se  autoconceda un sueldo de cien mil euros, dirán que de algo tiene que vivir. Da igual que se pisoteen los principios éticos que la dirigencia se había autoimpuesto, siempre dirán que hay que evolucionar. Da igual que se diga que se prohíben los despidos cuando en realidad lo que se hace es encarecerlos, los fanáticos jurarán ante dios mismo que sí se han prohibido por mucho que se les enseñe el BOE. Los fanáticos siempre harán y pensarán como les dicen desde la cúpula que tienen que pensar, actuar –especialmente en redes sociales, se llamen sugus u olmillos-. Con el añadido de que la gran mayoría de fanáticos no quieren un cargo. Para eso hay otra categoría que suele tender a ser chaquetera, carecer de escrúpulos e ideología. En todo partido político estos seres suelen sobrevivir a los cambios en la cúpula. Igual en los partidos de derechas se notan menos pues cuentan con el apoyo de la gran mayoría de la prensa, pero también existen y en grandes cantidades. Sólo hay que ver todos los bots y trolls de Vox o el PP que hay en las redes sociales. Ideología ninguna en sí, pero repetir como cacatúas todo lo que dicen desde la jefatura. Da igual que no se entienda el tema, los y las de arriba tienen razón. Es por culpa de este tipo de personas desideologizadas, aunque tengan una cosmovisión de derechas o de izquierdas, pepera o socialdemócrata, podemita o voxera, que la desafección aumenta.

Desde los medios de comunicación, que hay que insistir son el principal aparato ideológico en el Estado, se lleva insistiendo en que las peleas dentro de los partidos son negativas en términos electorales. Que los partidos deben ser monolíticos. A la vez, paradójicamente, se quejan de que son estructuras rígidas y monolíticas. No es verdad. No hay un solo estudio empírico que demuestre con datos eso. La intuición dice, bien al contrario, que si hay un debate ideológico (entre libertarios y conservadores en el PP o entre socialdemócratas y socialistas en el PSOE) los partidos se ven reforzados en los apoyos pues las personas pueden proyectarse en esas o aquellas personas de una posición u otra. Siempre y cuando el debate sea ideológico claro. Si es por cargos, el famoso “quítate tú para ponerme yo” –que nada tiene que ver con la famosa canción de la Fania All Stars-, sí es negativo. A las personas no les gustan esas batallas descarnadas de hambrientos por un cargo. Eso penaliza y mucho. Pero como habrán comprobado ambas peleas no se parecen en nada.

Esa presunción, nunca probada, es la que esgrimen desde las distintas élites para cerrar el partido, destruir la democracia interna –la mayor incongruencia de las democracias liberales de partidos es que dentro de los instrumentos de salvaguarda de la libertad no exista libertad-, para acabar con cualquier tipo de debate, al que catalogan como disidencia. Las sedes, aquellos partidos que las tienen, permanecen cerradas a cal y canto. Las asambleas jamás se celebran. No se informa de los acuerdos tomados. No se permiten charlas o debates. Al que pide/exige que se cumplan los estatutos le abren expediente disciplinario. Y así se podrían contar casos y casos de cúpulas que detestan cualquier tipo de militancia. Porque el/la militante está comprometido con el partido, no con las personas que estén al mando. El/la militante tiene ideología y pensamiento críticos, algo que espanta a palmeros (en busca de cargo) y dirigencia. La/el militante quiere participar, hacer agitprop de verdad, tiene conciencia de clase (clase dominante/trabajadora), siempre mira las contradicciones de las acciones de gobierno (pudiendo criticar o no)… Esto es lo que evitan las distintas cúpulas.

Una cosa es la tendencia a la individualización y personalización de las campañas, algo a lo que obliga la estructura mediática y comunicativa (desde hace ya muchos años), y otra bien distinta es la desamortización ideológica y militante de los partidos. Ahora mismo son imposibles debates como el del abandono del marxismo en el PSOE o del leninismo en el PCE, entre otras cuestiones, porque nadie sabe qué ideología tienen esos partidos. Tienen sentimientos buenistas que confrontan con los sentimientos liberal-conservadores de la derecha. Unos defienden lo público (pero privatizan de igual forma que la derecha) y otros defienden lo privado (salvo cuando hay pérdidas que se paga con lo público). Unos defienden postmodernismos generados en las universidades del imperio estadounidense y otros las acciones generadas en los centros de poder de ese mismo imperio. Hay diferencias sin lugar a dudas pero la izquierda ha perdido el impulso transformador del sistema (vía reformista, vía revolucionaria), mientras que la derecha, más conscientes de la lucha de clases, va arañando día a día posiciones para cumplir con su utopía capitalista, dejando hacer en todo aquello que fomenta el individualismo liberal y que defiende la izquierda.

Ante una clara carencia de ideología por parte de las cúpulas de los partidos (tal vez en Vox con algunas cuestiones reaccionarias son los que más se acercan a tener una ideología que no sea la dominante), se prefieren a los fanáticos antes que a los militantes. Algo que en la derecha se pueden permitir pues cuentan con la estructura de poder en su favor, pero que en la izquierda es la muerte. ¡Ah! Pero las cúpulas están tranquilas porque nadie les contradice, nadie les señala las contradicciones, nadie descubre sus engaños… hasta que no quede ni partido. Ahí tienen a Ciudadanos, verdadera secta de fanáticos, camino a la desaparición. Si las agrupaciones, los círculos, las sedes o las células desparecen acaban desapareciendo los partidos como tales. El problema viene cuando cae electoralmente un partido por equivocaciones o por desgaste de gobierno…, si tiene algo de estructura puede vivir su travesía del desierto, si carece de ella es la muerte total. Y esos fanáticos acaban nutriendo a los monstruos. Así pasó en otras épocas, algunas cercanas como ha sucedido en Francia y quieren hacer en España.

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