Cualquier asesor con dos dedos de frente jamás propondría, no vaya a ser que lo acepten, seis debates electorales. Las posibilidades de meter la pata hasta el fondo se multiplican, especialmente cuando el debate no se controla. ¿Quiere esto decir que Pedro Sánchez carece de asesores con dos dedos de frente? Sí, porque ni estratégica ni políticamente gana algo con la propuesta. ¿Cree en serio, quien haya pensado tal estupidez, que beneficia a su asesorado en algo tal propuesta? Seguramente lo haya pensado porque la propuesta, en términos racionales, es una verdadera metedura de pata. Válida para calificar al adversario como un gallina frente al machote propio.
Más allá de esas catalogaciones más propias de abusadores profesionales de primero de bachillerato o de colegio mayor, hay un análisis cercano a la realidad que no han debido valorar, tan sólo se han quedado con el infantilismo de abusón y no han valorado las posibilidades reales. Para ello hay que analizar bien la situación, sin las estridencias del sanchismo militante y sin las arengas peperas. ¿Qué pasaría de aceptar el PP el reto? ¿Qué cualidades tienen los candidatos para atreverse a plantear seis debates en seis semanas? ¿Por qué Sánchez cree que es una buena opción para derrotar mediáticamente al presidente pepero? ¿Con qué reglas se debatiría y a quién beneficiaría más?
Supongamos que Alberto Núñez Feijóo hubiese aceptado la propuesta. El primer debate, sin dudas, habría tenido bastante atención, tanto por la ciudadanía como por la prensa. Dependiendo del resultado, ya saben derrota de uno u otro o empate a nada, el segundo también atraería a un buen número de personas. ¿Los cuatro siguientes tendrían aceptación? Utilizando un casticismo, ¡ni de coña! Incluso iría a peor según pasasen las semanas, pudiéndose dar el caso de que el último debate lo estuviesen viendo los fieles y los periodistas de guardia. Los debates electorales tienen tirón si son pocos y dinámicos. ¿Qué dinamismo se puede dar a seis debates?
En realidad, la propuesta de los seis debates perjudicaría más al presidente del Gobierno que al jefe de la Oposición. A este último, cualquier error, por nimio que fuese, le dañaría menos que los que pudiese tener el presidente, pues a éste se le adjudica un mayor conocimiento por su cargo.
Es de suponer cada debate tendría una serie de temas muy acotados. El primero, economía. El segundo, administración pública. El tercero, relaciones internacionales. El cuatro, corsetería. El quinto, vacaciones de verano para mí, disfrutando en la arena junto a ti. Y el sexto, el sexo de los ángeles en la tradición escolástica. Rellenar dos horas de programa en modo monotemático ahuyenta a cualquiera que no sea un fanático y, precisamente, al fanático no hay que convencerle.
¿Tienen claro os asesores de Sánchez que vencería de calle? La realidad, hasta la fecha, es que el actual presidente del Gobierno no ha ganado un debate electoral en la vida. Que sí, que da muy bien en televisión, pero cualquier teleñeco tiene más vida que él en un debate. No solo es una persona sosa, sino que cuando no tiene tiempo extra no destaca frente a cualquiera. Es una persona que, en cuanto sale de su zona de confort (los discursos aprendidos para tres semanas), llega a balbucear y a manifestar con su cuerpo la incomodidad.
No es lo mismo hablar a un grupo escogido de militantes (como en la última campaña), que frente a otro candidato con las mismas reglas de tiempo. Si recuerdan, salvo que les ciegue la pasión, en las primarias del PSOE (las dos en que participó) tanto Pérez Tapias, como Madina (otro sosito), como Susana Díaz o Patxi López le barrieron. Al carecer de cultura (o intelectualidad) no tiene caminos por los que poder sortear los peligros dialécticos. Feijóo tampoco es que sea Séneca, pero tiene el desparpajo gallego suficiente para hacer gracia y salir bien librado. Le pasaba a Rajoy en bastantes ocasiones. Claro que, teniendo el mismo tiempo, Feijóo estaría casi a la par con Sánchez y podría jugar a minimizar riesgos.
Porque Sánchez asumiría el riesgo por su carácter. Saldría con una enorme cantidad de números para apabullar a Feijóo, pero los números se los lleva el viento y al pepero le valdría con decir que esas cantidades lo único que reflejan es la entrega del PSOE al secesionismo catalán o cualquier otra cuestión ética o que se considere de principios. Todavía no han asumido en Moncloa que, por muy buenos números que presenten, hay líneas que no se deben traspasar y Sánchez las ha traspasado todas. Con el feminismo (violadores con rebajas de condenas, mujeres con penes y barba en baños femeninos…); con los españoles (quienes se sienten españoles) negociando con los etarras hasta dejarles presentar una ley gubernamental y bajándose los pantalones con los catalanes; con los autónomos (vean los índices de negocio de las CCAA y verán lo que han caído); con los socialistas pactando con esa izquierda brilli-brilli que nada tiene que ver con la IU pre-Garzón; y así hasta hacer de la política un asunto schmittiano de amigos-enemigos, donde el otro debe morir.
Frente a esto, basta con recordarle sus propias palabras, estaría desnudo. Pero en su equipo de asesores piensan que Sánchez es un machote que barrería a Feijóo en los seis debates pues no sabe el gallego nada de nada. No hay más personaje carismático que Sánchez (no saben ni lo que es el carisma); no hay mejor orador que Sánchez; no hay tipo más guapo que Sánchez; no hay tipo más inteligente que Sánchez… Todas las barrabasadas que dicen los sanchistas fanáticos se las han creído en el equipo de asesores. Un debate electoral no es la ruina del Comité Federal que el presidente ha llenado de palmeros y lamesuelas y que solo es una reunión ad majorem gloriam dei. En un debate electoral puede pasar cualquier cosa y amargarte la existencia electoral, más si vas de chulito por la vida (le pasó a Felipe González en el primer debate frente a Aznar).
Es gracioso ver a toda esa tropa de sugus (así llaman dentro del PSOE a sus fanáticos) acusando a Feijóo de gallina, de “cagao”, de asustadizo cuando cualquiera en su sano juicio rechazaría seis debates electorales seguidos. Hacer un Bartleby (“preferiría no hacerlo”) en este caso es racional. Y no vale mentir con aquello de Feijóo no quiere debatir. No, no quiere debatir en esas condiciones de locos o de machotes. Porque el ego de Sánchez es tan grande, su prepotencia tan enorme, que piensa que vencería en los seis y el pueblo le aclamaría como al más grande de los líderes del mundo. Y la realidad es que, ante seis debates, todas las papeletas para darse un guantazo serían del “listo”. Que proponga dos debates y si ahí Feijóo se raja, entonces se podrá decir que es un cobarde.
La mayoría de españoles prefieren que no haya ni debates. Estando en plena canícula y período vacacional mejor dedicarse a otros menesteres que ver a dos personajes con tan poco que decir. Que igual hasta aumenta la abstención. Mejor dejar las cosas como están, con las facciones activadas y con algunas ganas de votar en muchas personas. No vaya a ser que…