Fuente: Atlético de Madrid/Ángel Gutiérrez

¡Ni Bilbao, ni leches! ¡Esto ya es intolerable! ¡No se puede aguantar esta burla! Parte de la afición, pese a la tristeza, se da ánimos afirmando que no es momento de lamentarse porque hay que jugar la vuelta de la semifinal en Bilbao. Pues no, no es así. Se pase o no se pase a la final, la realidad es que es inaguantable este dejarse ir continuado cuando se juega fuera de casa. También ha sucedido en casa en algún partido pero es constante cuando se juega lejos del Metropolitano.

El mayor problema es de actitud. Salen al campo como quien va a una discoteca a ver qué pasa. Normalmente, no pasa nada, te has dejado un dinero en copas que ni has disfrutado y te te argumentas que no era el día de conocer a ese hombre o mujer que te gusta. La realidad es que te has quedado apoyado con el codo en la barra toda la noche o has bailado escondida en un rincón con una amiga. Te ha faltado actitud. Lo mismo le sucede al Atleti, sale sin ganas, juega sin ganas y se vuelve a casa sin los puntos. Partidos infumables en los que dan ganas de arrancarse lo ojos.

Cuando un jugador del equipo contrario avanza entre seis jugadores, en cualquier equipo se entiende que acabará siendo trabado o que les quitarán la pelota, en el Atlético de Madrid es obvio que llegará hasta el área y rematará. Y eso no es por falta de físico, aunque algo de eso también hay —el peor estado físico de unos jugadores en décadas—, sino de actitud. Cuando un defensa falla por falta de concentración no es carencia de calidad, sino carencia de actitud. Eso ocurre partido a partido. Y tiene culpa quien está en el banquillo.

Hay jugadores que se pasan el partido tocándose las narices y que acaban siendo titulares cada partido. Si a eso se le suma que en algún caso a la carencia de actitud se suma la carencia de aptitudes para un jugador de élite. Normal que fuera de casa no se gane ni al peor colista de los últimos tiempos. El Cholo Simeone es culpable de no sacar lo que tienen dentro y de no intentar hacer algún cambio de sistema o de jugadores. Aquella máxima de que quien trabaja acaba haciéndose con un hueco empieza a no ser creíble pues algunos jugadores son constantemente señalados, si es que no están lesionados, que esa es otra.

Y todo esto ocurre porque a Miguel Ángel Gil le viene bien que se pase de fase de grupos en Champions, se clasifiquen para la máxima competición cada año y en Copa se haga lo que se pueda. No hay ningún tipo de exigencia frente a lo que es el Atlético de Madrid. El equipo debe salir a competir en todos los torneos en que participe. No hay exigencia de ganar títulos todos los años porque se enfrentan, principalmente, contra el equipo que sobrepasa el doscientos millones el límite salarial (con el consentimiento de Javier Tebas) fichando a diestra y siniestra, y con un equipo que adultera la competición y le triplica el presupuesto. Competir es no tirar la liga en enero sino en mayo. A dos o tres partidos de distancia, no a quince puntos.

A Gil, como muestra Enrique Cerezo cada vez que habla —de sus palabras es normal que el aficionado medio piense que va como va—, le basta con lo otro y los jugadores, que son todos muy perros, hacen justo lo mínimo para cumplir expediente. Mientras tanto a tocarse los cataplines para pegar el tirón en el último momento. A Simeone y Gil les va bien así. Y a buena parte de la afición también porque se viene de donde se viene. Pero el Atleti no es esto, es, como decía Luis Aragonés, “ganar, ganar y ganar”. Luego puede venir Álvarez Margüenda y arruinarte; o una serie de lesiones; o tener menos dinero para fichar jugadores clave, pero competir lo mismo con el Barça que con el Almería. Y en esto tienen mucha culpa los que dirigen el cotarro. ¿Hasta cuándo habrá que aguantar esto?

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