Mientras muchos apologetas de la maldición de la cultura de la cancelación tan sólo miran hacia el ámbito progresista, desde posiciones conservadoras se sigue una dinámica similar. No contraria o dialéctica con la supuestamente progresista (cabría hablar más bien de postmodernista), sino profundamente afirmativa de los propios valores y, por ende, la cancelación de las contrarias.

Los evangélicos estadounidenses (y de otros pelajes que se extienden por el mundo) siempre han sido muy de cancelar al otro. Estuvieron en la persecución macartista, estuvieron en los intentos de prohibiciones de películas, series y libros durante los años 1980s y 1990s. Y han estado detrás de numerosas teorías de la conspiración. Los propios liberales actuales también pretenden cancelar ciertas posiciones, aunque más que cancelación lo que se pretende es la negación del otro. Cuando hablan de colectivismos, de ideologías (de los otros, nunca de la propia) o de la unicidad de la democracia liberal están cancelando directa o indirectamente otras visiones sobre la realidad o la verdad.

Ahora resulta que la “única” democracia del Oriente Próximo, Israel, se suma a los intentos de cancelación de los otros, de los demás, de aquellos que no les gustan. Los diputados del United Torah Judaism, miembros de la coalición gubernamental, han llevado a la Knéset (parlamento) una proposición de ley para impedir que los cristianos, especialmente los cat