La semana pasada los dirigentes de los principales partidos españoles hablaron de un tema que no levantó ningún comentario, más allá de una pregunta, con toda la mala leche del mundo, de Iván Espinosa de los Monteros. Tanto el presidente del Gobierno como el presidente del PP-Galicia hablaron de naciones, de patrias, de una posibilidad y de una acción conjunta de las identidades colectivas. Un debate que entronca con ese signo de los tiempos o el espíritu de época (el Zeitgeist hegeliano) que viene desplazando a los ejes habituales entre izquierda y derecha o conservación y progreso. Cuestión distinta es que sean apropiadas esas visiones.
Alberto Núñez Feijóo, en una conferencia en el Círculo de Economía en Barcelona afirmó que pensaba traer estabilidad para que “la nacionalidad catalana recupere su liderazgo en España”. Los mismos que salieron a criticar al secretario general del PSOE por hablar de nación de naciones o plurinacionalidad han alabado el dislate del gallego. Como se puede comprobar no les preocupa el tema de la nacionalidad sino quién lo diga. Incluso han llegado a decir que era recuperar la vía Fraga, en tanto en cuanto Manuel Fraga había sido ponente de la Constitución y en la misma pone nacionalidad (que Fraga se enfadase –y decir eso de Fraga es mucho decir- no cuenta).
¿Qué nacionalidad?
Decía el pensador británico John Stuart Mill (Consideraciones sobre el gobierno representativo) que la existencia de varias nacionalidades en un mismo país era positivo por el pluralismo que introducía. Bien es cierto que lo decía frente al asimilacionismo francés del Estado-nación burgués, frente a ciertas posturas similares que se venían produciendo por las revoluciones nacionales en toda Europa y con un ojo en el Imperialismo de corte liberal. El caso es que son nacionalidades pensadas en términos culturales. La idiosincrasia cultural, en muchos casos basada en una lengua diferente a la principal u oficial, ha sido habitual en Europa hasta la llegada de los nacionalistas.
Sí, las naciones o las nacionalidades en términos políticos llegaron con los nacionalistas, no pre-existían. Cualquier que haya estudiado los nacionalismo con algo de solvencia y profundidad sabe esto. La nación italiana fue construida, como lo fue la francesa, la alemana o las minoritarias que desde finales del siglo XIX han ido apareciendo. Lo que pone los pelos como escarpias a quienes defienden la patria española (constituida con nacionalidades o sin ellas) es que Feijóo no hace referencia a una nacionalidad en términos culturales. Entendiendo que lo cultural suele tener su influencia en lo político, como lo tiene lo espiritual, mediante el proceso de reproducción social. Feijóo es claro al hablar de una nacionalidad política… como ha hecho él de Galicia.
Feijóo añade leña al separatismo
Cuando habla de recuperar el liderazgo de la nacionalidad catalana en España, o bien no sabe de qué habla (dúdenlo), o bien sabe perfectamente que su deseo es que el pensamiento burgués catalán vuelva a tener presencia en el establishment español. Lo sigue teniendo, aunque algo alicaído, pero lo que pide Feijóo es que vuelva el catalanismo que apoyaba al PP de José María Aznar… a cambio de llevarse la saca llena para casa (como sucedió con el pacto del Majestic). El problema es que ese tipo de acuerdos (como el de José Luis Rodríguez Zapatero con el estatuto de autonomía) son los han llevado al secesionismo. Son los que han llevado a una España de taifas. ¿Hay alguna diferencia en las políticas lingüísticas de Feijóo, Ximo Puig o Carles Puigdemont?
Normal que Espinosa de los Monteros le diese caña con eso, lo raro es que todos los medios de derechas hayan callado cuando, día a día, niegan hasta la existencia de diferencias culturales. Está tan metido en lo identitario-globalista el presidente del PP que no se percata de lo que habla. Desde su propia visión el galleguismo es lo mismo que el catalanismo y con decir que se está bien en España es válido. Aunque se persiga a quienes quieren recibir las clases en español o se impida la movilidad laboral. La existencia de nacionalidades en España es obvia y está protegida por la constitución, ahora bien han servido para crear una España de taifas políticas y sociales. Con algunas políticas más cercanas al nazismo que a la democracia liberal.
La patria europea de Sánchez
Durante el debate y la votación de la posible constitución de la Unión Europea ya surgió el tema de la patria europea, la soberanía, la ciudadanía y demás cuestiones adyacentes. Jürgen Habermas –con su teoría de la acción comunicativa bajo el brazo- fue de los más firmes defensores de la Constitución (rechazada en los países), llegando a afirmar que daba igual que no existiese una patria en sí pues ya había una opinión pública europea que ayudaría a conformar la otra. Sigue Pedro Sánchez esa estela de los burócratas bruselenses de confiar en una patria europea que carece de cualquier tipo de conexión con la realidad de la ciudadanía.
Cuando el presidente del Gobierno español, siguiendo la estela identitaria de Feijóo, afirma que “Europa es nuestra nueva patria y hay que reivindicar el patriotismo europeo. Es una identidad nueva y complementaria a otras como la española y la catalana” no se distancia del globalismo identitario del gallego. En el caso particular de Sánchez su identitarismo es disolvente (de ahí que equipare la nación española a la catalana) en un globalismo que necesita de identidades difusas. En el caso de Feijóo es un recurso contra el resto de españoles pero que no tiene problemas en su disolución global. No hay en ambos casos una disyuntiva identidad-globalismo, sino que son dos vías para llegar al mismo fin.
Somos lo que somos
Decir que la patria europea es una “nueva identidad” es una boutade propia de quien carece de cultura suficiente. Todos los europeos son conscientes de serlo. La cultura europea, con todas sus derivas diversas, está conformada en buena medida por la interconexión de lo greco-latino más el añadido imprescindible del cristianismo. Somos lo que somos desde hace bastantes siglos, lo que no quiere decir que se considere a Europa, y mucho menos a la Unión Europea, como una patria. No existe una identidad patriótica europea, sino estar bajo el paraguas de una cultura compartida en algunos aspectos además de una ubicación territorial.
La creación de la Unión Europea tenía tres propósitos principales. Uno, la apertura económica con la sana intención de interconectar las economías particulares de tal forma que, dos, se evitasen las guerras internas. Porque en Europa se han matado unos pueblos contra otros desde hace centurias. Da igual por causas religiosas, económicas, imperialistas o nacionalistas. Y tres proteger al occidente europeo de la URSS. Sobre eso es complicado construir una patria pues los intereses económicos pueden más que los sociales y políticos. Cuando se calificaba a ciertos países de PIGS no se hacía patria. Cuando se obligan a ciertas estructuras económicas (como lo agro) a tragar con competencias desleales y sanciones a compradores, no se hace patria.
Un globalista en Moncloa
El presidente Sánchez es un globalista convencido, como casi todos los economistas de universidad privada, e intenta justificar ese deseo propio (y de las élites mundiales) mediante algún tipo de unión supraestatal. En la fuerte lucha entre identitarios y globalistas, que es el quid del zeitgeist actual y que algunos tratan de ocultar mediante calificaciones de populismos, postfascismos o paracomunismos a todo lo que no sea global, Sánchez se ha posicionado en el lado del establishment mundial. No es ni bueno, ni malo, es su posición como lo es del PP (da igual el dirigente), como lo es en parte de Vox o de Podemos. Pero sí supone una lucha para la disolución de la estructura cultural de cada pueblo.
Lo español ya no es bueno si confronta con lo globalista. Lo mismo que ocurre con lo italiano o lo francés. ¿Qué aspectos culturales quedan? Los que sirven al bazar turístico global. Las series de los críos, todas estadounidenses. Los programas de entretenimiento, todos copiados de lo anglo y con el luteranismo por detrás. Música (si es que se puede calificar de música) enlatada y prefabricada. El fútbol (de clubes) no debe tener fronteras, ni debe haber identidades en ello. Y para que no haya problemas hay cada año una guerra futbolística (Champions). Y así hasta llegar a lo más constitutivo del ser humano: las raíces y las tradiciones propias. Las cuales son atacadas constantemente por los guardianes de lo global. Ahora buscan una patria europea imposible porque no queda casi nada de aquello que fundó Europa.