La nueva clase política que se sitúa en los cargos de mando y representación en España es, cuando menos, peculiar. No sólo se muestran prepotentes haciendo exhibición de títulos y facultades personales –autoadjudicadas en muchas ocasiones-, sino que a ello suman una capacidad destructiva ligada al cierto adanismo que no se ha visto desde tiempos lejanos. No todos los dirigentes políticos son destructivos, en sí la mayoría sí son adanistas, pero en su mayoría lo son, con también se muestran así sus propias bases de apoyo. El PP y el PSOE, por haber sido los pilares del sistema constitucional de estos más de cuarenta años de democracia, se muestran menos destructivos con lo existente que los demás, pero asoman la patita cual lobo en algunas ocasiones. Nihilistas en sumo grado, los nuevos dirigentes políticos quieren destruir todo, pero ¿para construir qué?
El ansia destructiva de la nueva generación de la clase política sin dudas va ligada al adanismo que muestran en sus discursos. La gran mayoría son lo mejor que ha habido en los últimos tiempos, no sólo por titulitis (aunque se haya conseguido de forma extraña), sino porque van a llevar a España a su verdadera esencia, a su verdadero espíritu, al lugar que le corresponde –unos por historia, otros por vocación, aquellos por teleología-. Ahí tienen el caso de Pablo Iglesias, el nuevo mesías de la izquierda porque antes que él jamás hubo nadie que se acercase a su capacidad y prestancia. Ahí tienen a Pablo Casado como verdadero constructor del liberalismo en España y, por ende, máximo defensor de la libertad de todos los tiempos. O lo que dicen muchos seguidores de Pedro Sánchez al que califican como mejor presidente socialista de todos los tiempos –cuando en dos años y poco más que lleva, ni ha tenido tiempo de llegar a hacer ni una milésima parte de lo que hizo Felipe González (por muy mal que caiga ahora éste)-. O ¿qué decir de Santiago Abascal como nuevo portador del espíritu español? Todos se presentan como los verdaderos, como los primeros en hacer las cosas como mandan los distintos cánones, por no hablar de independentistas de uno u otro lar.
Ahora bien, ese adanismo ¿qué conlleva? Ese creer que se ha inventado la izquierda –cuando tan sólo se siguen clichés izquierdistas-, ese pensar que ahora sí hay una derecha verdadera, todas las fanfarronadas dialécticas de unos y otros (unos más y otros menos) ¿qué trae de nuevo? Porque saber que se quiere destruir lo que nos ha traído hasta aquí es señalado claramente, en especial, por los populismos de izquierda y derecha. La III República imaginaria y del arriquitaun donde el maná caerá del cielo y no habrá desigualdades (aunque se quiera hacer desaparecer a las mujeres), ni pobreza, ni nada salvo el culto a amado líder, se sitúa en el mismo plano de la nueva España centralizada donde los nacionalismos desaparecerán como por arte de magia. Se sabe que quieren destruir el sistema actual porque ellos han comido del árbol de la ciencia y han adquirido esa certeza sobre el futuro, pero ninguno explica con detalle cómo serían esos nuevos mundos que dicen conocer antes que los demás.
El adanismo del PSOE tan sólo sirve para quitarse de encima la carga del pasado –no se sabe por qué y alguna “portavoza” no lo ha explicado-, pero son conscientes de que el terreno de juego es el mismo que el actual. En el PP dicen que este sistema es el mejor pero sus propias acciones muestran que aspiran a dejar el esqueleto sistémico mientras se destruye todo el resto del cuerpo vía privatización (ahí están experimentando en Madrid y Andalucía). Pero los populismos quieren acabar con lo dado sin explicar qué es lo que vendrá. Sobre el período de la transición se puede ser crítico, se pueden poner muchos peros, aunque el pragmatismo sirvió para mantener una poliarquía liberal que nunca había tenido España. ¿Hay que reformar aquellos aspectos del sistema que se han mostrado como incapaces o están viciados (véase el poder judicial)? Sí pero de ahí a destruir todo y no ofrecer una alternativa real hay un largo trecho.
Esa ansia de tierra quemada tras la victoria –aunque las encuestas muestran que no llegará a producirse- al final acaba marcando la agenda y la práctica política de ambas posiciones. Lo que se traduce en numerosas contradicciones (como las que tienen los populistas en el gobierno) y en salidas de pata de banco (como las que ofrecen los derechistas), aunque al final acaban achantándose unos y otros. Esa tierra prometida no se explicita; no dicen cómo será ese futuro que presentan como utópico, pero cada día aparenta ser distópico; no salen de vaguedades y soflamas que realmente no explican cómo serían sus sistemas políticos. Y no lo hacen, ni lo harán, porque se les podría desmontar perfectamente sus argumentos. Algo por lo que no piensan pasar pues son conscientes (o no) de que en un debate serio, argumentado (como es propio de períodos destituyentes-constituyentes), con aportaciones reales con datos y no ensoñaciones, quedarían con las posaderas al aire. El problema es que arrastran a los demás, al menos así ha sido hasta el momento, a su terreno y a todos los partidos les da por hacer demagogia a futuro con visos de destrucción de lo dado, cuando la mayoría de los españoles aceptarían de buen grado transformaciones, cambios, pero sin pasarse. Al final demuestran que quieren destruir todo pero sin construir algo. Es la destrucción para caer en la nada…