Que la sociedad está cambiando a un ritmo que podría mantener perfectamente Usain Bolt es un hecho indiscutible. Sin embargo, esto no es algo propio solamente de estos últimos tiempos, sino que lleva ocurriendo desde el fin de la II Guerra Mundial. Antes del conflicto no podíamos imaginar en que menos de cuarenta años el hombre hubiera estado en la Luna (si es que ha estado), que tendríamos satélites en órbita, que enfermedades que antes de 1.939 eran mortales ahora pueden ser tratadas con sólo tomar una pastilla, que la mujer esté en posesión de derechos que la van acercando aunque demasiado poco a poco a la igualdad con el hombre, que los homosexuales no sean estigmatizados y que se puedan casar o que les esté permitido adoptar hijos o que estemos conectados con todo el mundo sin más requisitos que tener una buena conexión a internet.

A lo largo de los sesenta y un años que han pasado desde que los rusos entraran en Berlín o que los estadounidenses lanzaran las bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki hemos visto cómo la Humanidad ha evolucionado en todos los ámbitos proporcionalmente a lo que en otras épocas habría precisado de siglos. Hay dos aspectos en los que esa evolución se hace patente porque afectan directamente a la vida de los seres humanos: la economía y la política.

La socialdemocracia y el Estado del Bienestar tras la II Guerra Mundial

Las economías europeas quedaron destrozadas tras la Guerra Mundial. La posguerra hizo que fuera necesaria la intervención de los Estados para proveer a su población de los servicios necesarios para dar dignidad a sus vidas. Fue lo que se llamó “Estado del Bienestar”. En esta época una parte de los beneficios del capitalismo iba a las arcas del Estado en forma de impuestos y aquél, a su vez, lo invertía en servicios como la sanidad o la educación y en generar estrategias políticas que se tradujeran en empleos dignos que, a su vez, llevaran a los ciudadanos a consumir y, de este modo, aumentar los beneficios de las empresas, beneficios que volvían a repercutir en los presupuestos estatales, es decir, que existía el concepto de la redistribución de la riqueza y, en mayor o menor medida, se aplicaba.

Tras la II Guerra Mundial el Estado recaudaba con impuestos parte de los beneficios del capitalismo e invertir en sanidad, educación o estrategias para la creación de empleos dignos

 

Un historiador británico definió esta época como “la edad de oro del capitalismo”. En esta época fue muy importante la aportación de la socialdemocracia europea a la hora del mantenimiento de ese Estado del Bienestar. Los países democráticos, además, tenían un interés en que ese Estado del Bienestar se potenciara y se mantuviera por la existencia de los países de la órbita comunista. Los gobiernos debían ofrecer a sus ciudadanos las condiciones que evitaran que se interesaran o que se sintieran atraídos por lo que ocurría tras el muro de Berlín.

 

Contrapunto al comunismo

En esas tres décadas y media que van desde el final de la Guerra Mundial hasta la llegada al poder de dos personajes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher la socialdemocracia europea tuvo un papel fundamental en el desarrollo de ese Estado del Bienestar por una ideología en la que se busca la redistribución de la riqueza sin negar la validez del capitalismo como teoría económica y política. Fue fundamental su aportación porque, en primer lugar, era una ideología heredera del marxismo y del socialismo y, de este modo, servía de contrapunto al comunismo; en segundo lugar, tenía un concepto muy claro de los aspectos que eran fundamentales para garantizar a la ciudadanía el mantenimiento del Estado del Bienestar a través de políticas de redistribución de la riqueza que generaban los beneficios del capitalismo. Países como Alemania, Suecia y el Reino Unido, con sus respectivos partidos socialdemócratas, son un ejemplo claro de ello.

Thatcher y Reagan: el ataque al Estado del Bienestar

La llegada al poder en Estados Unidos y Gran Bretaña de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher comenzó a cambiar la situación. Sus políticas eran un atentado directo contra ese Estado del Bienestar que fue fundamental para el desarrollo europeo. La crisis del petróleo de 1.973 hizo que fueran muchos los que pusieran en duda el intervencionismo estatal en la economía que es fundamental para el mantenimiento de ese Estado del Bienestar ya que, según esas visiones críticas que provenían de economistas y políticos conservadores, que el Estado interviniera en las economías provocaba une estancamiento de las empresas y, por ende, una paralización del desarrollo porque, siempre según esas percepciones, los impuestos evitaban que ese dinero se invirtiera en estrategias de crecimiento empresarial.

La llegada de Margaret Thatcher al poder en 1.979 fue un golpe a quienes defendían la permanencia de las esencias fundamentales del Estado del Bienestar. Se aplicaron reformas que reducían las partidas dedicadas a fines sociales y se iniciaron privatizaciones de servicios públicos que derivaron en una reducción de salarios y de derechos de los ciudadanos, gracias a la desregularización del mercado del trabajo. Muchos recordarán los conflictos laborales que se generaron a causa de la reacción de la clase trabajadora porque, aunque desde un punto de vista macroeconómico, Gran Bretaña salió de la crisis económica pero los niveles de desigualdad y los índices de desempleo se incrementaron de un modo exponencial. Un año después, Ronald Reagan, un actor mediocre de ideología ultraconservadora, llegó a la Casa Blanca y aplicó medidas de reducción de impuestos que beneficiaron a las clases más poderosas pero que no repercutieron en las clases medias ni en las más desfavorecidas.

Durante estos ataques al Estado del Bienestar, la socialdemocracia entró en una dinámica de alternancia en el poder con los partidos conservadores de sus respectivos países, sobre todo por la visión según la cual la economía de mercado no es incompatible con el socialismo siempre que los Estados tengan la capacidad de mantener la protección social de sus ciudadanos. Personajes como Willy Brandt u Olof Palme fueron las principales figuras políticas que encabezaban esa visión.

1989: caen el muro y los cimientos de la socialdemocracia

Como ya se ha comentado anteriormente la caída del muro de Berlín fue el punto de inflexión para entender lo que ha ocurrido en nuestro mundo y las consecuencias económicas y sociales que estamos viviendo en la actualidad. La ausencia de un contrapeso político y la democratización de los países del Este provocaron que desde el punto de vista económico se volviera a intentar implantar las teorías neoliberales y liberalizar totalmente los mercados, es decir, intentar eliminar la intervención de los Estados en la economía. Por tanto, la eliminación del Estado del Bienestar.

A medida que los años han ido pasando las políticas neoliberales apoyadas por los gobiernos conservadores en las principales economías europeas fueron ganando peso hasta llegar a la situación actual de libertad absoluta en los mercados financieros que incide directamente en las políticas de los Estados. El propio sistema capitalista ha pasado de basar sus beneficios en la productividad a hacerlo en la especulación en esos mercados, ha pasado de buscar el bien colectivo que provenía de la retroalimentación provocada por la sociedad de consumo a la búsqueda del beneficio individual que, evidentemente, repercute directamente en las fortunas de unos pocos y que, por tanto, genera elevadas tasas de desigualdad.

La socialdemocracia europea ha demostrado ser incapaz de frenar la ofensiva neoliberal

Ante estas modificaciones del statu quo mundial la socialdemocracia europea ha demostrado ser incapaz de frenar la ofensiva neoliberal y ha hecho patente su fracaso como teoría política y como opción real para solucionar los problemas de los ciudadanos, sobre todo después de una crisis como la que estamos viviendo en la actualidad y que fue provocada precisamente por los mercados financieros. Como ya hemos apuntado en líneas anteriores, uno de los puntos fuertes de la socialdemocracia estaba en su capacidad de generar políticas y estrategias para la redistribución equitativa de la riqueza a través del mantenimiento del Estado del Bienestar. Sin embargo, desde el año 2.007 con el estallido de la crisis global los partidos socialdemócratas en el norte y centro de Europa y los partidos socialistas en el sur del continente han sido incapaces de generar ilusión en sus respectos países y, lo que es peor, lo que intentaron introducir para evitar las consecuencias de dicha crisis fue tomado por sus pueblos como una concesión imperdonable a las élites empresariales, económicas y financieras. Este hecho, apoyado además por la confluencia con los conservadores neoliberales en instituciones como el Parlamento Europeo, donde votaron juntos un 73% de las medidas presentadas, está haciendo que la socialdemocracia europea esté perdiendo los apoyos que tuvo en el pasado y los ciudadanos estén yéndose hacia otras opciones, en algunos casos impensables.

Causas de la crisis socialdemócrata

¿Por qué la tendencia política que ha sido el sostén de la democracia europea y del Estado del Bienestar ha caído en esta decadencia y en la insignificancia? Hay varias razones. La principal es la incomprensión de las consecuencias que el nuevo statu quo del capitalismo ha traído a la sociedad civil y, por tanto, la ausencia total de proyectos con los que seguir siendo la garantía del mantenimiento del Estado del Bienestar. En una crisis económica como la actual y de la que, a pesar de la propaganda de los cómplices de quienes la provocaron, aún no hemos salido, la socialdemocracia ha sido incapaz de adoptar medidas adecuadas que protegieran a las clases trabajadoras de rentas bajas y medias que han sido las más perjudicadas mientras que las élites que causaron la gran recesión han sido las más beneficiadas. Ya hemos dicho en líneas anteriores que el capitalismo original estaba basado en la producción y que sus beneficios provenían precisamente de los índices productivos. Ante esta realidad la socialdemocracia aportó su capacidad para generar políticas que redistribuyeran de una manera más o menos justa esos beneficios, dependiendo del país. No obstante, en el nuevo escenario especulativo del régimen capitalista en el que se prima por encima de todo el beneficio individual a través de la gestión de los beneficios en los mercados internacionales, la socialdemocracia se ha quedado sin herramientas para continuar con el reparto justo y global de la riqueza y, sobre todo, no ha aportado ninguna solución que satisfaga las necesidades de la ciudadanía ante el ataque sin piedad que están realizando desde la política los partidos conservadores de ideología neoliberal contra el edificio del Estado del Bienestar.

La socialdemocracia no ha aportado solución ante el ataque al Estado del Bienestar de los partidos conservadores de ideología neoliberal

Otra de las razones más importantes por las que la socialdemocracia está en peligro de extinción es la falta de soluciones, no ya para redistribuir los beneficios del capitalismo, sino para generar estrategias de producción de riqueza que cree nuevos puestos de trabajo para revitalizar las estructuras económicas de los Estados y, de este modo, continuar manteniendo el Estado del Bienestar.

Esta falta de soluciones ha provocado que uno de los pilares sobre los que se sostenían los partidos socialdemócratas o socialistas le haya dado la espalda en los últimos tiempos: la clase obrera, tanto de rentas medias como de rentas bajas. Los trabajadores se han sentido traicionados por la falta de soluciones aportadas por los partidos que antes eran sus más importantes defensores. Esta falta de apoyo por parte de la población que debería ser su base es interpretada por los diferentes partidos socialdemócratas o socialistas con una falta de autocrítica y con una ceguera impropia de quien ha demostrado durante casi un siglo tener una gran capacidad de análisis.

Dicen que la causa de la falta de apoyo por parte de las clases trabajadoras, tanto de rentas medias como de rentas bajas, es una consecuencia de los éxitos en materia social de los diferentes gobiernos socialdemócratas que han dado una estabilidad y un bienestar a los ciudadanos que los ha transformado en perfectos conservadores. Este análisis es de una vacuidad de proporciones gigantescas y de una autocomplacencia innecesaria. Se olvidan de que la clase media es una invención de las élites dirigentes para evitar, precisamente, que los trabajadores se rebelen contra sus medidas. Sin embargo, se ha pretendido crear una nueva clase social que no es otra cosa que extraer de la clase obrera a aquellos que tienen unas rentas medias.

Otra de las causas de que la socialdemocracia esté en crisis es precisamente su indefinición ideológica, su traición a unos ideales que deberían ser innegociables o su peligroso acercamiento a los postulados liberales o conservadores. Los años en el poder los ha ido separando de la ciudadanía, en algunos casos con barreras infranqueables, como lo ocurrido en Reino Unido durante los gobiernos de Toni Blair o Gordon Brown con su tercera vía a la que muchos politólogos han denominado “social-liberalismo” o lo que está sucediendo en la actualidad en Francia con el tándem Hollande-Valls con el invento del “socialismo pragmático”. Este alejamiento de la ciudadanía a la que deberían proteger porque son la base sobre la que habría de sostenerse el proyecto socialdemócrata/socialista viene provocado principalmente por los años que han permanecido en el poder.

Según van pasando un mayor tiempo en el poder las medidas que van tomando más favorecen a las élites a las que deberían controlar para cubrir las necesidades reales de los ciudadanos de a pie. La explicación de este comportamiento viene porque la ciudadanía no dispone de la posibilidad de acceder a los gobernantes como sí que la tienen esas élites económicas o empresariales. Esto les aleja de la realidad. Ejemplos tenemos muchos, pero pongamos uno que los lectores entenderán. Durante las dos etapas en que el Partido Socialista Obrero Español ha gobernado el paso de las legislaturas hacía que los paquetes de política social aprobado nada más acceder al poder quedaran ocultos tras la toma de decisiones más propias de un partido conservador que de uno socialista. Lo mismo ha ocurrido en el resto de Europa.

Los trabajadores se han sentido traicionados por la falta de soluciones aportadas por los partidos que antes eran sus más importantes defensores.

Las consecuencias de la inoperancia ante la crisis de la socialdemócrata

Hasta ahora hemos visto alguna de las causas que están llevando a la socialdemocracia a su desaparición en favor de otras opciones políticas. La crisis económica ha generado tanta desigualdad que la sociedad se ha vuelto a polarizar desde un punto de vista político y ante esa polarización los partidos socialdemócratas del centro y del norte de Europa y los socialistas del sur no hacen más que perder relevancia. Como hemos apuntado anteriormente, los partidos socialdemócratas tuvieron su mayor éxito durante el periodo que va desde el final de la II Guerra Mundial hasta la llegada al poder de Reagan y Thatcher porque suponían una opción progresista cuya ideología podía ser aprovechada como contrapeso del comunismo soviético tras la renuncia de la Internacional Socialista del marxismo y la aceptación de la convivencia del ideal socialista con el capitalismo.

El recrudecimiento del liberalismo impuesto por el norteamericano y la británica, el relajamiento ideológico buscando el voto de las clases trabajadoras de rentas medias siguiendo la creencia de que la llave de la puerta del poder está en ese invento del centro, el apoyo del grupo socialista en el Parlamento Europeo al grupo popular o al grupo liberal, el gobernar en coalición con partidos conservadores, y, sobre todo, la incapacidad demostrada para afrontar la crisis sin atentar contra la ciudadanía ha hecho que ésta vaya abandonando poco a poco a los partidos socialistas/socialdemócratas. En algunos países, como el caso de Grecia, el PASOK ha desaparecido del mapa en favor de la confluencia de izquierdas Syriza.

La desigualdad generada por la crisis económica ha polarizado totalmente la situación de los países, sobre todo en el sur de Europa. Los ciudadanos ven en los partidos socialdemócratas una parte más del frente neoliberal y han perdido la credibilidad necesaria para que aquéllos lo vean como una opción válida para resolver sus problemas. Esta polarización es una de las consecuencias más importantes de esta crisis de la socialdemocracia. Los pueblos parece que no quieren grises, o blanco o negro, porque en los extremos es donde ven las soluciones. Si a este abandono de las opciones tradicionales de la izquierda le sumamos los discursos de quienes se están beneficiando de ello, en los que escuchamos precisamente lo que queremos oír, entenderemos un poco más lo que está ocurriendo en Europa. Sin embargo, no en todos los lugares el comportamiento de las bases que antes apoyaban a los socialdemócratas/socialistas es el mismo.

En el sur de Europa han surgido multitud de movimientos, plataformas o partidos que nacieron de la indignación de las gentes ante las consecuencias de la crisis y de la falta de respuestas que la clase política daba a sus problemas, además de la sumisión de ciertos gobiernos a las condiciones que se les ponía desde instituciones supranacionales que no habían sido votadas democráticamente. Era el tiempo de las intervenciones por parte de la Unión Europea a países como Grecia, Portugal o Irlanda. En España coincidió con el incremento del desempleo derivado de la explosión de la burbuja inmobiliaria creada por el Partido Popular y de la falta de reflejos del Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero para paliar los efectos de la crisis con políticas eficaces.

Organizaciones como Podemos, el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, el Bloco portugués de Catarina Martins o la Syriza de Alexis Tsipras han ganado apoyos sobre todo de los antiguos votantes socialdemócratas y, sobre todo, de las nuevas generaciones que se incorporan al censo con derecho al sufragio y que no ven en los partidos de la socialdemocracia la solución a sus problemas. Estos partidos, a los que algunos llaman populistas o radicales, van más allá en sus propuestas de lo que irían esos partidos con mayor tradición y experiencia política. Tal vez habría que tener en cuenta algo que los estudiosos y analistas dejan de lado: mucho de lo que defienden esas nuevas organizaciones, muchas de sus propuestas, estuvieron dentro de los programas de los socialdemócratas/socialistas y la traición a esos principios ha llevado a la ciudadanía a decidirse por apoyar a lo nuevo porque ya saben cómo va a funcionar lo que conocen. También hay que decir que otras muchas propuestas/proyectos de estas nuevas organizaciones son puro humo porque son irrealizables dentro del marco socioeconómico y político actual y porque quieren transmitir el mensaje que el pueblo decepcionado quiere oír. De ahí que se les llame populistas.

Sin embargo, lo más grave es lo que está ocurriendo en el centro, el norte y el este de Europa. En estos países la crisis de la socialdemocracia no está derivando en el crecimiento de fuerzas política a su izquierda sino en la extrema derecha. Este hecho es muy peligroso porque la historia nos ha demostrado cómo estas opciones suelen gestionar los Estados cuando llegan al poder. Países como Francia, Austria, Holanda, Hungría o Polonia, por citar algunos tienen sobre sus cabezas la espada de Damocles de los partidos de ideología fascista que defienden valores totalmente antitéticos a los democráticos por mucho que en sus discursos defiendan otra cosa. Como ya ocurrió en la década de los años treinta del siglo XX tras una grave crisis económica, estos partidos se visten con la piel de cordera para lanzar un mensaje a los ciudadanos en los que ofrecen todo aquello que han perdido a causa de la crisis: empleo, seguridad, orden, etc.

Y entre esos mensajes que son bien recibidos por colectivos que en otras condiciones hubieran sido votantes de las opciones representadas por los partidos socialdemócratas, incluyen su adoctrinamiento contra la inmigración, contra los refugiados, contra el propio sistema democrático o contra las instituciones europeas y a favor de un nacionalismo exacerbado que lleva implícito un autoritarismo dictatorial. La falta de respuestas de la socialdemocracia es la gasolina que alimenta el motor de la ultraderecha ya que los ciudadanos se han visto desamparados por quienes deberían defender y garantizarles la defensas de sus intereses reales. Lo hemos visto en las elecciones americanas con la victoria de Donald Trump. Aunque el Partido Demócrata no representa lo mismo que la socialdemocracia, que los norteamericanos hayan decidido apoyar a un ultra como Trump como reacción al stablishment.

La falta de respuestas de la socialdemocracia es la gasolina que alimenta el motor de la ultraderecha

La socialdemocracia europea y el socialismo en el sur de Europa deben ser fieles a sus principios para poder sobrevivir y, además, debe profundizar en la aplicación de los valores máximos que marca su ideología. Si no lo hacen de este modo esta crisis que está sufriendo se convertirá en su certificado de defunción porque la política mundial va camino de someterse definitivamente a los dictados de las élites económicas y empresariales. Y no es sólo un problema de indefinición o traición ideológica, sino que el verdadero inconveniente es su falta de soluciones ante este ataque contra todo lo que tiene relación con la protección de los más débiles y vulnerables desde los Estados, tal y como defienden los defensores de las teorías neoliberales.

La socialdemocracia y el socialismo han de pensar en buscar modelos o estrategias que no sólo se centren el redistribuir de un modo más justo la riqueza o los beneficios del capitalismo, como han hecho hasta ahora, sino que estén más pensados en encontrar el modo de generar riqueza que garantice el mantenimiento del Estado del Bienestar.

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