El 13 de agosto de 1993 se fundó la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes, más conocido como Sindicato del Crimen (según Juan Luis Cebrián). Allí estaban: Pedro J. Ramírez, José Luis Balbín, Manuel Martín Ferrand, Antonio Burgos, Antonio Herrero, José Luis Gutiérrez, Julio Cerón, José María García, Federico Jiménez Losantos, Camilo José Cela, Antonio Gala, Francisco Umbral, José Luis Martín Prieto, Antonio García-Trevijano, Raúl del Pozo y Julián Lago. La pretensión real era acabar con Felipe González y aupar a la presidencia del Gobierno a José María Aznar. Un clavo más en La Conspiración que desvelaría con valentía Luis María Anson, copartícipe de aquello y que se revolvió, como hiciera Luis del Olmo (aunque por otros motivos), porque querían llevarse por delante hasta a Juan Carlos I (había hasta un autoproclamado presidente de la III República, García-Trevijano).

Se utilizaron las cloacas del Estado, se gastó dinero a espuertas con jueces y fiscales, se mintió y se puso el sistema al borde del colapso. España estaba a punto, paradójicamente, de quebrar por la corrupción socialista (llegaron a listar 107 casos de los cuales solo 22 fueron reales), por la utilización del Estado en favor del César, por la mala gestión económica y por la entrega a catalanes y vascos (ya saben “Pujol, enano, habla castellano”). Se pidió al Ejército y al monarca que interviniesen para quitar a González de su cargo, que lo ocupase otro socialista aunque realmente querían elecciones hasta que ganase Aznar, y hasta se movieron en la Unión Europea para ver si hacían algo, cuando menos quitarle los fondos para que colapsase todo. Y claro, el Sindicato del Crimen no tenía ningún poder, pese a controlar los principales medios, y El país estaba entregado a la causa mintiendo cada día. Además, se hicieron pintadas en las agrupaciones del PSOE y se acosó a sus cargos públicos.

¿Les suena?

¡Vaya que les suena! Algunos de aquellos componentes del Sindicato siguen en la brecha. Los que fallecieron o se jubilaron, han sido sustituidos por sus meritorios de entonces. No piensen que los Rubido, los Alsina, los Herrera y demás surgen porque sí. Ya estaban en aquellos tiempos haciendo sus pinitos, con Miguel Ángel Rodríguez tras las bambalinas, ayer y hoy. Algunos como Eduardo Inda ya aparecían en televisión inventando noticias porque no se pasa de servir los cafés en la redacción a jefe así como así. La novedad en estos tiempos es que se han sumado venezolanos, de esos que se fueron “pobres” porque tenían la pasta en Aruba, y personas con una neurona que hace eco en su cavidad cerebral. También ha cambiado en canal transmisor.

El nuevo Sindicato del Crimen sigue con la misma técnica: dividir al país entre buenos y demonios, crear un contexto psicológico que perturbe a quienes apoyen al Gobierno; y retorcer todas las noticias y los datos para que todo parezca que se va a ir a la mierda. Como sucedía en tiempos de González, la situación actual no es perfecta, no es buena, incluso. Pero tampoco es el tremendismo que vienen afirmando desde columnas de periódico, radios y televisiones. España no se va a romper. Ni se va a acabar con el Estado de derecho. El PSOE no va a asaltar la Justicia, en primer lugar, porque no puede y, en segundo, porque son bastante más listos los jueces españoles de lo que se piensan en la prensa o en el Gobierno.

Sánchez, a diferencia de González, es un ser amoral. Un tipo obsesionado con el poder y su figura. Un político que hace de la división y la bronca la ola perfecta sobre la que surfear. Cuando en los años 1990s se hicieron pintadas y se acosó a los políticos socialistas, el PSOE se calló, miró hacia otro lado y dejó actuar a la policía y los jueces en los casos que se fueron de la mano. No hizo victimismo alguno y aquello duró dos días. Sánchez sí necesita ese victimismo y lo están alimentando los del Sindicato actual. Este mismo fin de semana llegará el gran acto de adoración a la víctima. Ya saben “¡Sánchez, Sánchez, Sánchez!”. Paradójico que a González le llamasen dictador (cuando su PSOE era un vergel de libertad y discrepancias) y a Sánchez no, cuando es todo lo contrario.

También existe, como antaño, un intento de modificar el sistema que se focaliza en Sánchez y su cuchipandi de adoradores pero que está alentado por los del otro lado. Porque Felipe de Borbón no parece que les guste demasiado. No se sabe si por no ser mujeriego, no llevarse la pasta a Suiza o no hacer chistes. Ya saben esas cosas que hacen gracia a algunas rarezas de la derecha. Parafraseando a Marx cabría decir que contra González fue una tragedia y contra Sánchez es una farsa.

No hay que negar que muchos de los acuerdos firmados por el Calígula de la Moncloa atentan contra la mayoría de españoles, pero todavía no se han plasmado. En el momento en que se planteen es cuando habrá que atizar con todo. Entre otras cosas porque las personas de la calle no entienden el batiburrillo. Una por una es mucho mejor y sin tremendismos. Ahora toca señalarle como mentiroso compulsivo e inmoral, mañana ya se verá. Que luego pasa lo que pasa y viene la triste victoria.

Mientras tanto la mayoría debería no hacerles demasiado caso, ni a unos, ni a otros, como ya se advirtió.

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