Hay un dicho español que afirma: «Es mejor estar callado y parecer tonto que abrir la boca y disipar dudas». Hasta el momento, después de haber publicado la Declaración Fiducia Supplicans respecto a bendiciones de parejas en situación irregular, tanto el cardenal Víctor Manuel “Tucho” Fernández como el pontífice Francisco I no han hecho más que hablar y hablar generando más confusión de la existente. Cuando debían haber callado han hablado de más generando no solo más malestar sino una imagen de estupidez personal que no corresponde con el rango de ambos personajes.
Intentar aliviar la bendición de parejas homosexuales, lesbianas o de divorciados de las críticas se ha producido por un camino equivocado. Si es algo que nada tiene de ritual y que debe durar unos segundos ya no hace falta dar más explicaciones. El sensus fidei de cada obispo y cada presbítero ya hará el resto del camino. Habrá quienes se negarán totalmente y otros que lo harán. Como intento de acercar a más personas a la Iglesia o haberse dejado penetrar por el lobby gay hasta el corazón del vaticano, da igual realmente. Lo que molesta es que no solo se califica a quienes se niegan porque lo ven contrario a la doctrina de grupúsculos ideológicos (el grupúsculo más bien parece una mayoría), sino que las explicaciones del pontífice hacen recordar el dicho español, disipa las dudas.
La última en una entrevista en el semanario Credere afirma: «Nadie se escandaliza si doy mi bendición a un empresario que quizás explota a la gente: y esto es un pecado gravísimo. Mientras se escandaliza si se la doy a un homosexual… ¡Esto es hipocresía! El corazón del documento es la hospitalidad». Si uno lee la declaración sin las diferentes apostillas parece que llega decir algo que puede tener cierto sentido («Nadie se escandaliza si doy mi bendición a un empresario que quizás explota a la gente, mientras se escandaliza si se la doy a un homosexual»), que es lo que han hecho la mayoría de medios de comunicación. Pero cuando se lee completa comienzan las dudas. Es cierto que esto va encaminado a quedar bien con el progresismo inilustrado, pero en esta cuestión est Petrus.
Lo primero de todo él podría bendecir a un empresario cualquiera sin saber si es un explotador o no. Como puede bendecir a una persona cualquiera sin saber si es gay o lesbiana. En ese sentido, sin conocer, la bendición nadie la pone en duda más si prometen renegar del pecado y reconducir su vida. Y si es una bendición de esas que va lanzando mientras está en el papamóvil pues imaginen. Ahora bien, si se tiene conocimiento del pecado y el pecador se niega a renunciar a él persistiendo en el mismo, no queda obligado a la bendición. De hecho, aun en la confesión, la absolución debe venir acompañada de constricción.
Si el papa bendijese a alguien que se sabe es pecador y no va a dejar de pecar sería escandaloso. Siempre. En todo momento. Como lo son las bendiciones que ofrece a toda esa banda de políticos que ya se sabe cómo son. Pero esto que plantean Tucho Fernández y Francisco no es bendecir a una persona que igual ni se saben sus preferencias sexuales sino bendecir a una pareja que está cometiendo un pecado y lo va a seguir haciendo (cabe recordar que la sodomía es pecado en el catolicismo). ¿Qué valor tiene la bendición? Y lo que es peor llama hipócritas a otros haciendo la de hipocresía virtud él mismo.
La misericordia, la caridad, el amor por el otro o la hospitalidad no se niega en el mundo católico a nadie (o no se debería negar), pero de lo que habla no es hospitalidad es otra cosa. Un presbítero puede acompañar a un homosexual, a un divorciado vuelto a casar, a una lesbiana; puede comprenderles y darles consuelo moral; pero no puede bendecir lo que es el pecado en sí o simbólicamente. Bendecirá a la persona sabiendo que lleva el pecado dentro pero hasta ahí. Incluso al empresario le dirá que no debe explotar a las personas y que recapacite, pero la libertad de Dios es tal que permite que siga haciendo lo que quiera.