La sociedad espectacular, en concreto, su forma “política espectáculo” es una parte más de los mecanismos de dominación. En este caso concreto gracias a la alienación que acaba ejerciendo sobre todas las personas. Mientras entretienen con “temas espectaculares” los asuntos primordiales acaban pasando desapercibidos. Enredan con cuestiones de guerra cultural –en la cual hay que fajarse, pero sin perder de vista la materialidad-, con cuestiones menores, con chismes, con dimes y diretes o con titulares estrambóticos que a los dos o tres días están olvidados para pasar a otra “cuestión espectacular”. Se trata de tener el ambiente caldeado para que no se vea que detrás de las bambalinas, donde se cuece lo real, no hay tanto juego sino mucho acuerdo sobre lo fundamental. Hay que espectacularizar el debate político para que pase desapercibido el mantenimiento del sistema o para vender “sus libros”.
Ángel Gabilondo, por personalidad y por convicción intelectual, no es partidario de ese tipo de política espectáculo que sirve a intereses distintos que a los de la comunidad. Hegeliano como es –no se sabe por qué le ven como un irredento kantiano cuando sus principales estudios los hizo sobre Hegel-, observa las contradicciones reales, las que van unidas al Espíritu de los tiempos y de ahí saca sus síntesis. Entiende que estar enfrascado en batallas espectaculares que no sirven para vencer en la guerra es fútil. Prefiere, desde la moderación personal, avanzar paso a paso hacia la consecución de los objetivos principales. Igual sí debería tener un poco más de sangre en las venas o implicarse un poco más en cuestiones de comunicación –algo en lo que ha avanzado bastante en los últimos tiempos porque antaño parecía un monje recluido-. Lo que no se puede negar es que, entre el ruido, acaba ofreciendo otra imagen. Incluso una imagen que es pura antítesis de lo espectacular. Por ello desde Ferraz se ha decidido situar como co-portavoz a José Cepeda, un personaje más “bravío”. Una vuelta al doppelgänger del hombre de Estado y el sosias batallador. Un González-Guerra que está en la mitología por doquier.
Se le pide ahora que presente una moción de censura porque el gobierno de IDA hace aguas por todas partes. Cualquier gobierno, organización o junta de vecinos que dirija IDA hará siempre aguas. Es inmanente a su persona. Más si está acompañada por Ignacio Aguado, el mayor cuñado del reino. Pero de ahí a plantear una moción de censura que se sabe fracasada de antemano ¿para qué? Gabilondo, y por ende el PSOE de Madrid, no ganarían la moción de censura que es el objeto principal. Ustedes dirán en otras ocasiones se presentaron y no se ganaron… ¡Ya! De todas las presentadas en España que acabaron con derrota tan sólo aquella de Felipe González tuvo una utilidad real. Pudo plantear un programa de modernización muy regeneracionista ante una sociedad ávida de cambios reales. Las demás no sólo fracasaron, sino que hundieron a sus dirigentes. Antonio Hernández Mancha pasó a ser símbolo de derrota sin paliativos y Pablo Iglesias va descontando escaños en cada elección que pasa. Buenísimos ejemplos de lo que no hay que hacer.
Siempre hay que mirar el contexto y el actual, con toda la prensa a favor de obra y sin haber conseguido el apoyo de Ciudadanos, es contrario a una moción. Que le gusta a los “intelectuales” mediáticos. ¡Normal! Ellas y ellos viven de la carnaza espectacular y necesitan alimento. En cuanto se perdiese dirían que Gabilondo es un fracaso o directamente pasarán al siguiente tema espectacular. ¿Habrá servido de algo? Racionalmente no. Ni para hacer ver que Gabilondo podría ser mejor presidente. Algo que, por cierto, pensaban la mayoría de madrileñas y madrileños que le hicieron ganar las elecciones. Las cuales se perdieron por las batallas histéricas de los puros y los impuros, de los de la cadena de equivalencias y la verdad absoluta. Gabilondo ganó y no hubo capacidad de acuerdo dando paso al trifachito madrileño. Esto último, es curioso, es olvidado por todos esos grandes intelectuales. Esos todólogos mediáticos –y mediatizados- que siempre tienen la razón, la verdad y la sabiduría. Tanta como para decir a las feministas qué es ser feminista, a los socialistas qué es el socialismo, a los comunistas qué es el comunismo y a los demás la única forma de ser lo que sean.
Normal que Antonio Maestre, gran todólogo y sabio de las más puras esencias de cualquier materia que se trate –aunque luego no sepa explicar qué es la dominación simbólica de Pierre Bourdieu pese a tener una columna que se llama “Todo está en Bourdieu”- acabe viendo la destrucción del PSOE en Madrid por culpa de Gabilondo –al que califica de “Don Tancredo”-. Normal porque en su mentalidad la bronca, la algarabía, lo espectacular es la fórmula para acabar con IDA. A tres años vista de unas posibles elecciones, una moción de censura que no se gana, por muy buen discurso que hiciese el candidato, a los tres meses estaría completamente olvidado. Contando, además, que la misma moción –sin participación de Ciudadanos, cabe recordar- serviría para reforzar a la coalición de gobierno (“¡Estamos más fuertes” dirían), para legitimar su discurso (“Los socialcomunistas no aceptan la democracia”) y para lanzarse contra el presidente Pedro Sánchez como persona con carácter autoritario. Una estrategia digna de análisis sesudos para la posteridad.
Que Gabilondo debería ser más mediático, sí. Que la dirigencia del PSOE de Madrid sería mejorable, sí. Que los diputados y diputadas del PSOE de Madrid en la Asamblea aparentar estar acomodadas, sí –años se lleva oyendo con sorna “en la oposición se vive muy bien”-. Que el resto de la oposición ni existe, ni es capaz de penetrar en los medios, también. Pero que presentar una moción de censura sea la solución, no. O la ganas –por mayoría o por discurso-, o mejor te la guardas para mejor ocasión. Los deseos de cierto sector de la “intelectualidad progre”, más allá del ansia de espectacularidad que les de nutrientes, igual van encaminados a laminar al PSOE de Madrid, en términos generales, y de Gabilondo, en particulares. Igual llevan sin aceptar que no son los preferidos por la sociedad madrileña, pese a portar “la llama de la verdad absoluta”, unos cuantos años y bajando. O simplemente hablan por hablar, saltando de un tema a otro para que el caché no baje. Porque pensar, lo que se dice pensar, parece que no lo hacen. Matar a Gabilondo a tres años de elecciones en una moción de censura parece diseñado en la calle Génova…, o en algún pueblo de la sierra madrileña.