Al fin se conoce que Begoña Gómez ha sido declarada como “investigada” por tráfico de influencias y corrupción en los negocios. Los rumores eran persistentes pero no se disponía de las pruebas para poder publicarlo como noticia. Ahora ya se sabe, como sabía Pedro Sánchez antes de montar el drama del fango y los cinco días de descanso, que sí, que el juez ve indicios de delito. Esto no quiere decir que vaya a ser juzgada, condenada o absuelta, sino que las pruebas con las que cuenta el juez instructor vislumbran que la señora del presidente del Gobierno podría haber utilizado su posición para obtener beneficios para amigos (personales es obvio que sí a futuro aunque entra dentro de cierta subjetividad).
Va a ser complicado que la condenen. Para ello, porque en el derecho penal se exigen pruebas evidentes, alguien tendrá que “cantar la Traviata”. O lo que es lo mismo, si algún funcionario público ha sido presionado para conceder los contratos a unos y no a otros tendrá que decirlo; o si un empresario afirmase que las cartas de recomendación o las visitas a Moncloa han sido gestionadas por Gómez, podría darse el caso de acabar en juicio y condena. Mientras tanto no hay nada que hacer porque, de momento, todo son pruebas circunstanciales.
Empero quien sí sale tocado de todo esto es Sánchez. Se ha conocido que supo de la “imputación” de su esposa antes del melodrama de me voy/me quedo; se ha sabido que ha presionado a la fiscalía; se ha sabido que lo de la máquina del fango ha sido una cortina de humo más de la factoría Lloros Sánchez; y más cosas que se van a ir sabiendo. Nadie esperaba que el presidente del Gobierno tuviese dignidad —su esposa y él están en esto compinchados para sacar todo lo que puedan, ahora y a futuro—, que reconociese que igual no ha estado bien, pero melodramas no. Intentar polarizar a la sociedad, tampoco.
Como se dijo hace unos días, Sánchez es EL SER AMORAL perfecto, pero los españoles no tienen culpa de ello. Lo que ha hecho su esposa es inmoral. Carece de toda ética. Y lo peor es que ha querido postrar —y lo ha conseguido a la luz de todas las focas aplaudidoras que han salido— al PSOE a sus deseos más inmorales, a la defensa de una señora cuyo vínculo con la socialdemocracia es ser la “esposa de” (nadie ha podido verificar que es afiliada, ni se la ha visto votar en cuestiones internas, aunque bien que le gusta fardar en primera línea). En ese “o conmigo o contra mí” ha arrastrado al PSOE a la vergüenza supina de ver cómo las acciones de una señora acaban perjudicando al partido. Le da igual porque todo lo que vaya más allá del “yo” le es indiferente.
Ya han salido algunos paniaguados a decir que si José Luis Martínez Almeida está implicado en titulares llenos de lodo, pero la realidad es que los únicos implicados en esto son ella y él, como los amantes de Teruel. En política, aunque al señor Sánchez le parezca mentira, los comportamientos tienen gran importancia, en algunos casos más que los logros en sí, y el suyo como el de su esposa son indefendibles. Evidentemente seguirán aplaudiendo todos esos sugus y focas que ha logrado reunir en torno a su persona (dentro y fuera del partido), pero la realidad, los hechos, es que carecen de toda ética mínima. Porque todo esto está vinculado a lo ético, no a lo penal realmente.