¿Recuerdan aquello de los pájaros tirándose a las escopetas? Pues algo parecido lleva haciendo la clase política europea. Directa o indirectamente han calentado el ambiente. Ahora se asustan y piden moderación. Tras el intento de magnicidio del primer ministro eslovaco, Robert Fico, algunos en España se han acongojado, no vaya a ser que algún loco acabe por pegarles dos tiros a ellos. Mientras esas cosas solo parecen suceder en países lejanos y “tercermundistas”, cuando se acerca el peligro se asustan. Porque malmeter y provocan lo hacen todos pero parece que eso de perder la vida ya no es tan gracioso.

Teresa Ribera, la ministra de las cosas verdes, ergo la portavoz de los amos del cortijo, se ha lamentado en una conferencia de esa agresividad contra la clase política: «Hay que hacer algo para reducir este tipo de situaciones clarísimamente. Ningún partido constitucionalista, demócrata, debería estar alentando la violencia. Se empieza por la violencia verbal y se acaban cruzando por el camino situaciones enormemente peligrosas». No se sabe si esto lo ha comentado antes con su compañero en el Consejo de Mininistros, Óscar Puente. O con los periodistas con los que estaba reunida que tardaron dos minutos en criminalizar a primer ministro herido, deshumanizándole por tener una visión del mundo distinta a la neoliberal (versión progre). Porque en esto el culpable es siempre el otro, pero la reacción es siempre la autoprotección de la clase política.

Tanto los hunos como los hotros llevan, desde hace tiempo, recurriendo a la violencia en todas sus variantes. En algún caso la más sibilina como la simbólica, otras la más evidente, la verbal, pero violencias todas. Y todo ello porque, en realidad, el núcleo fundamental de sus proyectos son lo mismo. Cuando las diferencias son las comas y “los puntos y seguido” y no los “puntos y aparte” solo cabe recurrir a elementos ajenos al buen convivir, la elegancia y el respeto a la dignidad de la persona. Calificar cualquier noticia u opinión contraria a lo que uno cree como “máquina de fango” es violencia.

Quien esto escribe ha visto con sus propios ojos cómo uno de los mininistros, uno que aspira a suceder al bello de la Moncloa, uno que utiliza gafas, aplaudía y alentaba en un congresillo regional del PSOE madrileño los ataques a los defensores de las posturas no sanchistas. Allí iban las masas incultas a agredir verbalmente a quienes osaban poner en cuestión el programa de su amado dirigente. De hecho quien dirige el CIS también fue partícipe de ello. Por suerte para ellos no pasó a mayores, pero alguno tuvo que salirse del lugar de celebración temiendo por su integridad. Y ¿qué decir de esas agresiones a feministas no sanchistas, ni podemitas en ciertas manifestaciones? En todo esto no había fascistas, ni ultraderecha.

Miguel Ángel Rodríguez está disfrutando como cochino en lodazal porque todos han aceptado jugar en el barro desde hace mucho tiempo. Como disfrutan Puente o algunos exaltados añoradores del franquismo. Cuando no se sabe y puede construir un discurso coherente, cuando la inteligencia no es lo que más brilla, cuando el pueblo y el bien común no está en el centro de la política, se acaba en el lodazal. No es porque unos digan y los otros respondan sino por evidentes carencias ideológicas, éticas y culturales. Es algo que le sucede hasta aquellos que técnicamente parecen más hábiles. Cualquier alumno de los planes de 1974 en ciencias sociales y humanidades destrozaría a esta clase política mientras se toman unas cervezas y un pincho de tortilla en la cafetería de la facultad. No hacen más que mostrar expertos en aquellas cuestiones que son las que interesan a los amos del cortijo, no los que tienen auctoritas y sapientia real.

Ahora, como le han pegado unos tiros a un político, se asustan y dicen que hay que rebajar y moderar el discurso. Será hasta que les interese captar votos.

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