Aumentando el porcentaje de apoyos hasta situarse en el 15% y en franca pelea con Marine Le Pen por pasar a la segunda vuelta de las presidenciales francesas de 2022, Éric Zemmour está llamando la atención fuera de su país de origen. “¿Quién es Zemmour?” se preguntan las personas con algo de interés por la política más allá de la nacional. Así, de pronto, sin pensar mucho, se podría decir que es lo que Girauta, Bustos o Pérez Reverte querrían ser pero no se atreven. Mejor aún. Sería un Federico Jiménez Losantos, con toda la visceralidad posible que es capaz de sacar de ese diminuto cuerpo, presentándose a las elecciones. En realidad es algo más porque, a diferencia de los españoles, suele pensar bastante más y tiene un discurso estructurado. Que puede dar asco al buenismo, pero estructurado. No es producto del cabreo del día, es algo más y por ello está captando la atención de los medios dado el elevado número de apoyos que está consiguiendo en tan poco tiempo. De hecho, aunque se da por hecho, no ha confirmado oficialmente que se presentará.

Antiguo estudiante de la prestigiosa facultad parisina de SciencesPo, Ciencias Políticas en español, ha dedicado buena parte de su vida laboral a los medios de comunicación (de ahí que algunos le cataloguen de periodista, pero no) y de ahí viene el conocimiento que le tiene la población francesa. Calificado, por un envidioso como Daniel Lindenberg, como parte de los Nuevos Reaccionarios (donde cabían personas como Alain Finkielkraut –republicano- o Alain Badiou –comunista-) representa perfectamente la tradición bonapartista y reaccionaria de la política francesa. Él mismo se ha calificado de gaullista-bonapartista. Un discurso contra la postmodernidad y todas las consecuencias que tiene para el hombre (sí, no el ser humano, sino el hombre blanco heterosexual occidental), la familia, la nación y la cultura (donde se incluye el factor religión que es sumamente importante en su pensamiento). Aquí no hay rojipardismo, aunque se muestre anticapitalista en cierto sentido; aquí no hay neoliberalismo, aquí hay una muestra de una derecha conservadora sin ningún tipo de pelos en la lengua.

La alianza del feminismo y lo LGTB contra el hombre blanco heterosexual

Uno de los puntos de batallas de Zemmour ha sido la alianza entre el movimiento feminista y el LGTB que habría cambiado radicalmente el mundo. Un feminismo que, como dejó por escrito en su libro El primer sexo (Homo Legens), se habría convertido en rehén de los homosexuales. “Han ligado su suerte a la de sus enemigos” acaba diciendo. En el mismo panfleto se expresa lo que supone ese cambio de mentalidad: “Se sugiere la evidente superioridad de los ‘valores’ femeninos, la dulzura sobre la fuerza, el diálogo sobre la autoridad, la paz sobre la guerra, la escucha sobre el mandato, la tolerancia sobre la violencia, la precaución sobre el riesgo” (pág. 19). El hombre ha quedado feminizado tanto que se desliga de la dialéctica de Eros y Tánatos como fuerza motriz de la política. Le han castrado incluso de sus impulsos genético-animales. Lo que en España se llama charocracia.

Esto ha provocado, insiste Zemmour, un lenguaje eufemístico donde las guerras son intervenciones humanitarias, pero el dolor y el enfado por la muerte sigue presente. Al contrario que la Iglesia, que pretendía canalizar lo sexual, el feminismo, dice, se ha convertido en un nuevo puritanismo, una nueva generación de beatas (pág. 69). Lo de las “miradas impúdicas” de la ministra de Igualdad de España encaja perfectamente en la beatería denunciada por el francés. También tiene su parte de misoginia cuando afirma que “la tradición judeocristiana está basada en esta distinción esencial, hombres y mujeres separados, en funciones y roles” (pág. 38). Lo que le preocupa es la destrucción que se opera sobre la familia (se opuso con rotundidad a los matrimonios de homosexuales y lesbianas), no tanto por el divorcio (que tampoco le gusta mucho) como por la pérdida de núcleo de educación (“el lugar de las transmisión, de la herencia cultural y material”), comprensión del mandato y la generación de críos exigiendo derechos pero no asumiendo deberes. Vamos, niños malcriados. Tanto que cuando van creciendo se “rehúsan las responsabilidades que acompañan al poder, sólo quieren imponer su moral. Son sacerdotes” (pág. 125).

La deconstrucción del hombre como sujeto sexual y lo que deviene de ello (entronización del género fluido y la multitud de identidades) no sólo ha sido criticado por Zemmour sino por algunos otros intelectuales franceses (de esos que califican como reaccionarios), así François Bousquet en El puto san Foucault (Ediciones Insólitas) señala al filósofo francés como el intelectual que dio aura de veracidad a toda la teoría de género: “Todo el camelo en torno al género, habría tenido sumas dificultades en salir de los circuitos fundamentalistas LGTB” (pág. 115) sin la mano de Michel Foucault. La no existencia de sexo en sí sino sexualidades flotantes, inestables, indeterminadas que tanto critica Zemmour salen de ahí, de Foucault, Derrida, Deleuze, Guattari… Tanto como para haber afectado a los muy mucho revolucionarios trotskistas (los Anticapitalistas españoles, como pueden comprobar): “Hasta los trotskistas, antaño los puros y duros de la Revolución, descubren la ternura: ‘Amar es compartir. Hacer la revolución también. La revolución es lo contrario a la violencia, es un afectuoso compromiso’” (pág. 56).

La inmigración y sus problemas

Derivado del pensamiento sesentayochesco está el problema de la inmigración. Se queja amargamente, en esto comparte discurso con la Agrupación Nacional (Rassemblement National) lepenista, de los problemas que la diversidad, producto del universalismo utópico de los pijos progres de mayo del 68, genera en las sociedades occidentales. El antirracismo salvaje ha acabado forjando, dice Zemmour, sociedades en las que cada cual sigue sus costumbres, sus raíces, su ley religiosa. Así los problemas de determinados barrios islamizados vendrían por culpa de ese tratamiento de la diversidad: “Todos los instrumentos de asimilación que permitieron la integración de generaciones de inmigrantes provenientes de toda Europa fueron rechazados en nombre del respeto a las culturas y el prestigio de la diversidad”. Consecuencia que denuncia Zemmour, hay banlieues en donde impera la sharia, donde el macho islámico impone su fuerza a la mujer (sin que nada digan las feministas). Pero lo peor, afirma el francés, es que se está sacrificando a los pueblos europeos “en el altar del mestizaje generalizado”. El peligro del Islam es uno de sus leitmotiv clásicos.

La alianza entre los pijos progres y el capitalismo neoliberal genera este problema que afecta a toda Europa dice Zemmour. La falta de nacimientos, algo lógico porque nadie se atreve a tener más hijos ante la escasez y la incertidumbre del capitalismo, se está cubriendo con la importación de mano de obra barata, como demuestran las mafias de neoesclavos que lanzan al Mediterráneo, con un nuevo ejército de reserva –dice siguiendo a Marx al que da la razón en muchos de sus artículos- que no sólo baja los salarios de las clases populares sino que, al no haber mecanismos de asimilación y si mucha diversidad, está provocando problemas de seguridad y pobreza. De hecho, tras las famosas manifestaciones de protesta de los inmigrantes que asolaron Francia no hace mucho, Zemmour se mofaba de los “antifascistas de boquilla” franceses porque en esas protestan habían podido comprobar el fascismo en estado puro y bien que lo habían apoyado. El totalitarismo del Islam. La diferencia del candidatable no es que diga lo que dicen muchas personas de derecha a izquierda (a algunos los califican de rojipardos), Alain de Benoist lo ha explicado en numerosas ocasiones, sino que lo dice a las bravas. Si les parece que Santiago Abascal es brusco hablando, al lado de Zemmour es una hermanita de la caridad.

Capitalismo, neoliberalismo, patria y demás temas

Zemmour, paradójicamente, se muestra como un furibundo anticapitalista y ha dejado auténticas perlas en sus artículos y programas televisivos, también frente al capitalismo y el neoliberalismo, que como denunciara Bousquet, no es más que el pensamiento único de las gentes del sistema (de izquierda a derecha). El capitalismo estaría destruyendo todo el pasado que le molesta (las raíces, la tradición, la cultura arraigada), pero, avisa, también acabará derruyendo las propias columnas que le sustentan. Señala a las élites francesas de mandarines y políticos por querer americanizar y protestantizar al pueblo francés, algo que no ha llegado a suceder completamente y que él quiere impedir. Les critica que hablen tanto de República cuando lo que realmente están haciendo es hacer desparecer a Francia, “para ellos el patriotismo comienza y termina con el sistema político que resulte acorde con su opinión del momento” (¿no les suena a lo que hacen por aquí todos los partidos que dicen que es en beneficio de España o del pueblo?). La democracia ha devenido, entonces, en “el poder del juez, en el nombre del derecho, para las minorías”.

“No hay nada natural, todo es social. No hay nada biológico, todo es cultural” es otra de sus quejas constantes (les sonará bastante a las feministas españolas). Frente a los vientres de alquiler ha sido muy duro: “Una madre es una mujer que quiere a un hijo. El parto es superfluo. La técnica proveerá”; o “El camino está libre para la eugenesia más cruda y más rentable, los niños en catálogo como los muebles de Ikea”. Cuando se autocalifica de gaullista es porque ha dejado escrito que Charles De Gaulle ha sido “la última encarnación de la nación antes de la disolución de la nación, el último hombre antes de los adolescentes afeminados”.

Muchas de las críticas que ha lanzado Zemmour están en muchos otros intelectuales, no son privativas de él solo, sino que hay una cierta razón de pensamiento en Francia muy crítica con lo que está pasando en estas sociedades postmodernas. No agrupan todo lo que dice Zemmour, ni Le Pen se atreve con algunas cuestiones, pero se pueden ver críticas similares de Francia en De Benoist, Bousquet, Regis Debray, Finkielkraut, Jean-Claude Michéa, Chantal Delsol, Philippe Muray, Christophe Guilluy y tantos otros. También por Europa se escuchan voces similares como el italiano Diego Fusaro o los españoles Dalmacio Negro (imprescindible su Lo que Europa debe al cristianismo, Unión Editorial) o Ignacio Gómez de Liaño (Recuperar la democracia o Democracia. Islam. Nacionalismo); en EEUU un católico como R. R. Reno también ha lamentado partes del discurso de Zemmour. Eso sí, ninguno con la lengua viperina del candidatable francés del que han dicho en las últimas horas que representa la “ignominia política” (Barbara Lefebvre en Marianne) o que es un “soberanista y bonapartista despreciable” (Corriere de la sera). Asqueados los medios franceses por la irrupción de Zemmour, como sucede con la prensa del espectáculo, que podría sumar un 30% junto al lepenismo en una segunda vuelta, ninguno se ha preguntado por qué tiene esa atracción un misógino, xenófobo, patriota, bonapartista y reaccionario. Igual el problema no es Zemmour en sí, sino lo que ocurre en las sociedades occidentales.

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