El señorío, el dar la mano y demás zarandajas inventadas por la prensa nacionalmadridista no han sido jamás parte de la esencia del ese su club. Trapicheos en la Federación aparte (ahí están casi empatados con los Negreira’s boys), la realidad es que nunca han sabido perder, ni ganar. En lo último por prepotencia, en lo primero porque son más macarras que todos los defensas que hayan podido pasar por Estudiantes de la Plata a lo largo de su historia. Bilardo aprendió de ellos, lo que ocurre es que supo elevarlo a arte al no contar con la red de protección del equipo madrileño.

Hace pocas semanas se ha publicado un libro sobre la historia del Racing de Madrid (José Manuel Ruiz Blas, El último gol apache, Debate) en el cual se narran las batallas entre este equipo y el Madrid CF. Ahí ya se atisba lo pendencieros y chulos que eran desde sus inicios. Luego han tenido macarras vestidos de blanco con la suerte de contar con la protección de la prensa y los órganos federativos. Pero desde que está Florentino Pérez al frente de la institución el macarrismo se ha elevado a la potencia infinita, llegando, incluso, a la sección de baloncesto. La afición siempre fue macarra y cobarde. Como aquel tipo que lanzó una moneda a Mike Davis en un clásico. El problema es que le pilló y se subió a la grada a devolvérsela, no se sabe si por algún conducto escondido del cuerpo.

La única afición de Europa que ha roto una portería en su propio estadio, se sabe cuál es. Jamás se les ha tenido en cuenta y sí que hablan del héroe de la portería pues a un trabajador se le ocurrió ir a la ciudad deportiva a por otra. El macarrismo se oculta bajo una especie de leyenda épica, como si la portería se hubiese venido abajo por sí misma. Jugadores pendencieros como Gregorio Benito o José Antonio Camacho son elevados a la dignidad de caballeros del honor, mientras que otros son tachados de criminales para ocultar las macarradas de los propios. Algo como lo que sucede hoy en día con Vinicius, quien puede llamar hijo de puta a un árbitro, pegar a un contrario y nadie se escandaliza por ello. Es más, es un mártir.

Ya es mala suerte que un jugador esté en el suelo mientras Pepe le patea. Tito Vilanova fue un atrevido al meter el ojo en el dedo de Mourinho (ese dedo que guía al madridista, como pusieron en una pancarta en el Bernabéu). Yabusele tan sólo quería bailar con el chaval del Partizan de Belgrado, si se cayó y se rompió algo es culpa del jugador del equipo serbio. No entienden lo no binario, dirán los nacionalmadridistas. Y ese Valverde que se encuentra con Baena en un parking y tiene la mala suerte de caer en su puño caminando hacia atrás. Claro que teniendo de presidente a un tipo que piensa que los aficionados son gilipollas (dicho por él mismo), normal que el macarrismo sea la esencia del equipo.

Esto que ve cada hijo de vecina, sin embargo, no existe en el nacionalmadridismo, sector prensa. Son los demás lo que siempre provocan. Ante cualquier altercado donde el macarrismo madridista aparece siempre existe un pero. Ese pero es que “algo le habrá dicho”; “le provocan mucho”; “le hacen muchas faltas”; o el actual agarre al negreirismo. Ellos son puros y sólo reaccionan a las provocaciones. Por eso Baúl se puso a insultar desde la grada a los jugadores del Partizan. Pero no porque Llull le diese una leche a un jugador negro (¿aquí no hay racismo Ancelotti?), sino porque en la grada estaba Savic, que como todo el mundo sabe es nazi… por ser del Atleti.

Y como entre el aficionado nacionalmadridista hay demasiado analfabeto funcional, esos que leen, escuchan y ven pero no entienden nada, pues les sale gratis ser los que en las últimas décadas han provocado más broncas, más altercados en el campo y más insultos fuera del mismo (por no contar los atracos). Curiosamente les pasa siempre que van perdiendo o les están pintando la cara. Entre la prensa y los analfabetillos llevan 130 de macarrismo. De hecho deberían cambiar el nombre a Real Macarras de Madrid.

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