Lo más entretenido del Sínodo de la Sinodalidad está sucediendo fuera de las paredes de la Sala san Pablo VI del Vaticano donde se reúnen los padres y madres sinodales. Dentro, entre la limitación de información impuesta desde el obispado romano y que el texto final parece ser que ya está cocinado en Santa Marta (vivienda papal), no pasa gran cosa. Debates y ruedas de prensa insustanciales en términos informativos y teológicos. Fuera es donde se encuentra el verdadero debate con la poca información que se acaba filtrando. Unos, otros y aquellos, según les va la vaina católica particular, están propiciando un debate muy interesante sobre la sinodalidad significado, modificación doctrinal y avance o retroceso de la Iglesia católica.
La Agencia Fides, del Vaticano, ha sacado sus datos sobre fieles en el mundo donde viene a decir que bajan en Europa y EEUU y suben (poco en algún caso) en el resto del mundo. Menos católicos en los países de la occidentalidad y más católicos en el resto del mundo. Sin embargo, la cantidad de profesiones de fe encaminadas a hacerse sacerdote están como estaban, mal. Unos datos que salen justo en el momento en que el papa Francisco I está empeñado en la sinodalidad como mecanismo de extensión de la Palabra sin hacer proselitismo, esto lo remarca cada vez que puede. Llevar a Cristo a todo el mundo de una nueva forma que nada tiene que ver con elementos tecnológicos sino personales.
En estas se ha filtrado que padres y madres sinodales han visitado las Catacumbas de Sebastián, Calixto y Domitila donde se les entregó un texto, del que nada se ha dicho a la prensa, donde se encontraba el famoso Pacto de las Catacumbas. ¿Qué es este pacto? El 16 de noviembre de 1965 unos cuarenta obispos, mayoritariamente latinoamericanos, mientras se celebraba el Concilio Vaticano II establecieron un pacto de forma de vida y de camino eclesiástico donde primaba la sencillez, la pobreza y una pastoral dedicada principalmente a los pobres y las clases trabajadoras que estaban siendo despojadas de todo. En algún sentido se tiende a verlo como un principio de la Teología de la Liberación o la Teología del Pueblo (esta es la que prefiere Francisco como muestra la sinodalidad). Los trece puntos (por Jesús y los discípulos por si no se han percatado) los pueden leer al final del artículo y es el texto que han entregado a un grupo de sinodales.
El segundo pacto de las Catacumbas se produjo mientras se producía el Sínodo de la Amazonia el 20 de octubre de 2019 en la misma catacumba de Domitila. Cambiaba, respecto al primero, que además del cuidado de los pobres pero no interviniendo, como solicitaba aquel, tan directamente en la sociedad sino acudiendo al Reino de Dios mediante el cuidado de la casa común, la Tierra. Un pacto con tintes ecologistas que hace rechinar los dientes a los negacionistas y carcas pese a que Benedicto XVI y san Juan Pablo II ya pidieron tener cuidado con lo que se estaba haciendo en términos ecológicos pues Dios, en el Génesis, había pedido cuidar la Tierra y no solo transformarla. Lo que el romano pontífice ha dejado por escrito en Laudate si y Laudate deum.
Ahora llegaría un tercer pacto de las catacumbas con la Sinodalidad. No se firmará documento alguno en las catacumbas (que se sepa de momento) pero sí se pretende cambiar el funcionamiento eclesial de arriba abajo. ¿Qué quiere Francisco con este tercer pacto? Acabar con el clericalismo. Esto es, acabar con esa dinámica donde el sacerdote, el obispo o el cardenal se sitúan como jefazos de lo católico y hacen y deshacen a su gusto. Una forma bastarda, entienden en el Vaticano, donde las estructuras son más importantes que las personas, el mensaje y la misión. También supone evitar que los laicos se dejen llevar y entreguen a la jerarquía eclesiástica todo lo referente al funcionamiento de la Iglesia respecto a la evangelización, el trabajo eclesiástico y ¿la doctrina? Se pone entre paréntesis lo doctrinal porque pese a los dubia no queda claro si los laicos, preparados o no, podrán acomodar la doctrina de la Iglesia.
La acepción de clericalismo como clérigos metiéndose en los asuntos políticos parece que no entra en este anticlericalismo francisquista. Ahí le tienen hablando sobre las elecciones argentinas y nada dice cuando en otros lares los sacerdotes de toda condición se posicionan. O cuando pide a los gobernantes que hagan esto o aquello. O cuando desprecia la visita a España porque… patatas. La sinodalidad no debe temer meterse en política siempre y cuando sea en beneficio del pueblo.
¿Qué pueblo? Más allá de los desheredados de la Tierra, esos a los que se refiere (según interpretación propia) el Evangelio, el pueblo es esa cosa poliédrica a la que la Iglesia debe adaptarse. O lo que se dice, una mundanización de la Iglesia para permearse de pueblo con sus significantes vacíos, sus cadenas de significantes y demás hojarasca populista de corte latinoamericano. Un pueblo que parece no ser europeo. Ahí nada más que deben haber pecadores que se consumirán en el fuego del infierno. O eso parece de las acciones de su pontificado. Por ello Francisco acepta lo queer, la ideología de género (que nada tiene que ver con el feminismo), el diaconado femenino (que dejar a la mujer llegar solo a diácona parece mucho más machista), la ruptura del celibato y tantas cosas que hagan que la Iglesia deje de ser misterio y sacra.
Nadie desconoce que la Iglesia debe avanzar, así lo refirió en numerosas ocasiones Joseph Ratzinger en sus textos, pero el peligro de mundanización, de adaptarse tanto al entorno que acabe por destruir lo que es la Iglesia está ahí. La comunión para los divorciados; la mayor participación de la mujer en la Iglesia; el anticlericalismo; la mayor implicación de los obispos y su rebaño; etc. son cuestiones que son lógicas dentro del camino marcado durante dos milenios. Lo que parece pretender Francisco es otra cosa. Y se dice “parece” porque nunca se sabe si es que sí o no porque otra cosa no, pero la claridad no es precisamente una virtud de este pontífice. Ni el análisis de la situación y la historia del apostolado.
Adenda. El pacto de las catacumbas.
Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros, en una iniciativa en que cada uno de nosotros quisiera evitar la excepcionalidad y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos de episcopado; contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:
1) Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.
3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria, etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.
4) Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos administradores que pastores y apóstoles.
5) Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre.
6) En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (ej: banquetes ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).
7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social.
8) Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.
9) Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de “beneficencia” en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes.
10) Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
11) Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física cultural y moral ―dos tercios de la humanidad― nos comprometemos a:
-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.
12) Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:
-nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser acogedores;
-nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.
13) Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a nuestros diocesanos nuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles.