Había recelo en la curia y el pueblo conservador del catolicismo respecto al documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre la dignidad humana. El lado avanzado —como lo calificó en su momento José Jiménez Lozano, mucho mejor que progresista o liberal por mezclarse con ideología laicas— esperaba algunas cosas contra-doctrina. Al final, ni para unos, ni para otros como se había avisado la semana pasada. Un documento basado en la doctrina actual y que, como ha dicho el prefecto Victor Manuel Fernández: «Algunos serán fácilmente compartidos por distintos sectores de nuestras sociedades, otros no tanto. Sin embargo, todos nos parecen necesarios porque, en su conjunto, ayudan a reconocer la armonía y la riqueza del pensamiento sobre la dignidad que brota del Evangelio».

Dignitas infinita es un texto conforme a las enseñanzas de la Iglesia católica, el cual, pese a su origen religioso supone un enorme varapalo para la clase dominante mundial y la clase política española, en particular. Rápidamente los medios de comunicación progresistas —aquí si cabe hablar en estos términos— han salido a proferir análisis particularistas y enraizados en sus políticas de conversión de la ciudadanía. Como buenos aparatos ideológicos al servicio de la clase dominante, han señalado aquellos aspectos que están tratando de imponer como verdades inmanentes. Se han callado, porque seguramente ni han leído el texto, todo aquello que señala a la parte siniestra de la política. Mucho quejarse de las operaciones de cambio de sexo, pero silencio total sobre la indignidad de los vientres de alquiler, la guerra a la que quieren llevar u otras cuestiones no menores.

Por el lado diestro (liberalios y conservadores) algunos se han quejado de lo mismo que los progresistas —al fin y al cabo trabajan para la misma clase dominante— y otros se han callado todo aquello que tiene que ver con la dignidad de los migrantes, los vientres de alquiler, la violencia contra la mujer o la pobreza inherente al sistema. No pueden decir que el papa Francisco ha autorizado un texto progre, de la agenda 2030 o cualquiera de esas cuestiones que le imputan porque se ciñe, tras numerosas reuniones de expertos y teólogos cualificados, a la doctrina de la Iglesia católica. Ahí tienen las citas a los anteriores papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes decían lo mismo. Cada cual lleva su fariseísmo como puede.

El problema es el habitual respecto a la comunicación, jamás se expone el análisis completo. Siempre se acude a la anécdota y el chascarrillo. Los políticos, si es que se han enterado, carecen en muchos casos de la capacidad intelectual para entender un documento de tal calibre y, al final, se acude a la crítica fácil (moralismo, laicismo, cosas carcas de curas, etc.) o al silencio cuando se afirma farisaicamente que se es católico. Saben que aquí gusta de explicar o exponer los textos para que usted, cuando menos y sabiendo que hay alguien que lo transcribe y analiza someramente, pueda hacerse una idea de lo que allí se dice.

Al final se trata de un texto de antropología católica, publicado por la Iglesia católica, aunque para conocimiento de todo el mundo (no se puede dejar el apostolado y la catolicidad). Por tanto todas las cuestiones que se refieren a la participación de Dios, de la Trinidad de hecho, en la dignidad humana a los ateos, agnósticos o dejados les puede chocar, pero hay que entrar en el fundamento propio del documento para entender que se está ante un análisis, corto, del significado de la dignidad humana. Lo suficientemente valioso para que cada cual pueda aplicarlo a sus propios valores, moral o ética. No se puede impugnar por provenir de donde viene cuando cualquiera, incluso los que se autoconciben como intelectualoides, hace caso a la primera tontería que se lee en redes sociales o al primer indocumentado que tiene un canal en cualquiera de las plataformas.

Sabiendo que es un texto de antropología, ergo moral, católica hay que leerlo y valorar lo que de positivo puede tener para cada persona. Esto no lo harán los políticos españoles, incluyendo a los que se ponen el escapulario católico, porque no les interesa ya que quedan todos retratados. Todos. Unos por progres, otros por libertarios y otros por religiosos.

Introducción y posicionamiento

La introducción, como siempre ocurre con los textos vaticanos, fija la posición de salida del texto. En esta ocasión, en el punto 1, se dice: «Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón, fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos».

Tras recordar el 75º Aniversario de la declaración de Derechos Humanos pone al papa Wojtyla a hablar —en esta ocasión durante la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana en Puebla en 1979—: «Esta dignidad es conculcada, a nivel individual, cuando no son debidamente tenidos en cuenta valores como la libertad, el derecho a profesar la religión, la integridad física y psíquica, el derecho a los bienes esenciales, a la vida. Es conculcada, a nivel social y político, cuando el hombre no puede ejercer su derecho de participación o es sujeto a injustas e ilegítimas coacciones, o sometido a torturas físicas o psíquicas, etc.».

Tampoco el papa Ratzinger se quedó atrás, como recuerdan en el punto 5: «La economía y las finanzas no existen sólo para sí mismas; son sólo un instrumento, un medio. Su finalidad es únicamente la persona humana y su realización plena en la dignidad. Este es el único capital que conviene salvar».

Una vez fijada la definición y la historicidad (también citan el Concilio Vaticano II) del concepto y el tema que tratan, se pasa a algunas explicaciones más filosóficas y teológicas que, empero, sirven para generar un marco general de carácter antropológico donde se asiente la cuestión doctrinal. Así se pasa a establecer cuatro tipos de dignidad: ontológica, moral, social y existencial. En el punto 7: «La dignidad ontológica que corresponde a la persona como tal por el mero hecho de existir y haber sido querida, creada y amada por Dios […] La dignidad moral se refiere, como se acaba de considerar, al ejercicio de la libertad por parte de la criatura humana. La historia nos atestigua que el ejercicio de la libertad contra la ley del amor revelada por el Evangelio puede alcanzar cotas incalculables de mal infligido a los otros. Cuando esto sucede, nos encontramos ante personas que parecen haber perdido todo rastro de humanidad, todo rastro de dignidad».

En el punto 8 hablan de los otros dos tipos de dignidades: «Con dignidad social nos referimos a las condiciones en las que vive una persona». En la pobreza extrema, por ejemplo, cuando se carece del mínimo para vivir. Por dignidad existencial hacen referencia a «por ejemplo, al caso de una persona que, aun no faltándole, aparentemente, nada de esencial para vivir, por diversas razones, le resulta difícil vivir con paz, con alegría y con esperanza. En otras situaciones es la presencia de enfermedades graves, de contextos familiares violentos, de ciertas adicciones patológicas y de otros malestares los que llevan a alguien a experimentar su propia condición de vida como “indigna” frente a la percepción de aquella dignidad ontológica que nunca puede ser oscurecida».

La libertad y las relaciones humanas

La libertad es el fundamento principal de la dignidad humana. Una libertad entendida en términos mucho más amplios que los que suele hacerse. Una libertad que es también responsabilidad como se expone en el punto 22: «Aunque cada ser humano posee una dignidad inalienable e intrínseca desde el principio de su existencia como don irrevocable, depende de su decisión libre y responsable expresarla y manifestarla en plenitud o empañarla. […] Esto significa que también el ser humano debe esforzarse por vivir a la altura de su dignidad». El mal y la indignidad, por tanto, surgen de ese libre albedrío.

Indica, como muchos pensadores actuales, que la dignidad no puede ser un concepto vacío (en el sentido populista): «A veces también se abusa del concepto de dignidad humana para justificar una multiplicación arbitraria de nuevos derechos, muchos de los cuales suelen ser contrarios a los definidos originalmente y no pocas veces se ponen en contradicción con el derecho fundamental a la vida, como si hubiera que garantizar la capacidad de expresar y realizar cada preferencia individual o deseo subjetivo. La dignidad se identifica entonces con una libertad aislada e individualista, que pretende imponer como “derechos”, garantizados y financiados por la comunidad, ciertos deseos y preferencias que son subjetivas. Pero la dignidad humana no puede basarse en estándares meramente individuales ni identificarse únicamente con el bienestar psicofísico del individuo. Al contrario, la defensa de la dignidad del ser humano se fundamenta en las exigencias constitutivas de la naturaleza humana, que no dependen ni de la arbitrariedad individual ni del reconocimiento social».

Señala al individualismo de todos los tipos en el punto 26: «La dignidad de la persona humana, a la luz del carácter relacional de la persona, ayuda también a superar la perspectiva reductiva de una libertad autorreferencial e individualista, que pretende crear los propios valores prescindiendo de las normas objetivas del bien y de la relación con los demás seres vivos». No cabe, para el catolicismo, ese ser humano aislado en su casa pensando y actuando per se sin referencia lo que le rodea: «Cada vez más, de hecho, se corre el riesgo de restringir la dignidad humana a la capacidad de decidir discrecionalmente sobre uno mismo y sobre su propio destino, independientemente del de los demás, sin tener en cuenta la pertenencia a la comunidad humana».

El peligro de la libertad como relativismo también tiene su cabida en el punto 30: «Lo mismo ocurre si la libertad se imagina como independiente de cualquier referencia que no sea ella misma y se percibe como una amenaza cualquier relación con una verdad precedente. Como consecuencia, también fracasará el respeto por la libertad y la dignidad de los demás. Así lo explicó el Papa Benedicto XVI: “una voluntad que se cree radicalmente incapaz de buscar la verdad y el bien no tiene razones objetivas y motivos para obrar, sino aquellos que provienen de sus intereses momentáneos y pasajeros; no tiene una ‘identidad’ que custodiar y construir a través de las opciones verdaderamente libres y conscientes. No puede, pues, reclamar el respeto por parte de otras ‘voluntades’, que también están desconectadas de su ser más profundo, y que pueden hacer prevalecer otras ‘razones’ o incluso ninguna ‘razón’. La ilusión de encontrar en el relativismo moral la clave para una pacífica convivencia, es en realidad el origen de la división y negación de la dignidad de los seres humanos».

Por si alguno cree que la libertad no está condicionada, el punto 31…: «Además, no sería realista afirmar una libertad abstracta, libre de cualquier condicionamiento, contexto o límite. Por el contrario, “el recto ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas condiciones de orden económico, social, jurídico, político y cultural”, que a menudo no se cumplen. En este sentido, podemos decir que unos son más ‘libres’ que otros».

Algunas violaciones graves de la dignidad humana

Este es el apartado al que se han aferrado los aparatos ideológicos para hacer sus “crónicas y análisis” del documento vaticano. Como ya se advirtió anteriormente, si se elimina la profundidad de toda la introducción se pierde de vista el fundamento de lo que se consideran graves violaciones de la dignidad humana. Sin ese poso antropológico, que seguramente muchos de ustedes comparten, lo siguiente queda fuera de cuadro, como si fuesen ocurrencias de la curia. Y no es que no hayan tenido ocurrencias a lo largo de los siglos, pero no es el caso.

La pobreza como un drama en el punto 36: «Benedicto XVI ya reconoció, de hecho, que “la riqueza mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo ‘el escándalo de las disparidades hirientes’». Carecer de lo mínimo vital al lado de grandes riquezas y una cultura consumista es un verdadero drama humano.

Sobre la guerra vuelven a retomar lo ya expresado por los anteriores pontífices, no cabe moralmente algo así como una guerra justa (que nada tiene que ver con defenderse de una agresión al propio territorio, como sucede en Ucrania). Respecto al trabajo de los emigrantes y su vida en sus destinos (punto 40): «Una vez llegados a los países que deberían poder recibirlos, «no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. […] Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Su acogida es una forma importante y significativa de defender «la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión».

Contra la trata de personas es clara la posición: «la Iglesia y la humanidad no deben abandonar la lucha contra fenómenos como el «comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias». Los abusos sexuales también son tratados, sin esconderse y poniéndose por delante en los graves casos que se han producido en el seno de la Iglesia, pero recordando que también existen fuera.

Las violencias contra las mujeres es tratado con toda la crudeza que los negacionistas, algunos se perciben como católicos, y muchos políticos niegan (punto 44): «Las violencias contra las mujeres es un escándalo global, cada vez más reconocido. Aunque de palabra se reconoce la igual dignidad de la mujer, en algunos países las desigualdades entre mujeres y varones son muy graves e incluso en los países más desarrollados y democráticos la realidad social concreta atestigua que a menudo no se reconoce a la mujer la misma dignidad que al varón». Punto 45: «Ya san Juan Pablo II reconocía que “aún queda mucho por hacer para que el ser mujer y madre no comporte una discriminación. Es urgente alcanzar en todas partes la efectiva igualdad de los derechos de la persona y por tanto igualdad de salario respecto a igualdad de trabajo, tutela de la trabajadora-madre, justas promociones en la carrera, igualdad de los esposos en el derecho de familia, reconocimiento de todo lo que va unido a los derechos y deberes del ciudadano en un régimen democrático”. Las desigualdades en estos aspectos son distintas formas de violencia». Y punto 46: «Es este horizonte de violencia contra las mujeres, no se condenará nunca de forma suficiente el fenómeno del feminicidio».

Sobre el aborto es muy conocida la posición de la Iglesia pues trata al no-nato con la misma dignidad que cualquier nacido. Desde la concepción a la muerte la dignidad es completa. Sin embargo, nunca se había posicionado tan claramente contra los vientres de alquiler o maternidad subrogada: «La Iglesia, también, se posiciona en contra de la práctica de la maternidad subrogada, mediante la cual el niño, inmensamente digno, se convierte en un mero objeto. “Un hijo es siempre un don y nunca el objeto de un contrato. Por ello, hago un llamamiento para que la Comunidad internacional se comprometa a prohibir universalmente esta práctica”» (punto 48).

En el punto 50: «La práctica de la maternidad subrogada viola, al mismo tiempo, la dignidad de la propia mujer que o se ve obligada a ello o decide libremente someterse. Esto se contrapone, totalmente, con la dignidad fundamental de todo ser humano y su derecho a ser reconocido siempre por sí mismo y nunca como instrumento para otra cosa».

La eutanasia y el descarte de las personas con discapacidades son tratados en su fundamentación clásica. En un caso se apuesta por los cuidados paliativos y el responder por esa persona: «Ciertamente, la dignidad del enfermo, en condiciones críticas o terminales, exige que todos realicen los esfuerzos adecuados y necesarios para aliviar su sufrimiento mediante unos cuidados paliativos apropiados y evitando cualquier encarnizamiento terapéutico o intervención desproporcionada»; en el otro se persigue que no sean seres descartados: «La cuestión de la imperfección humana tiene también claras implicaciones desde el punto de vista sociocultural, ya que, en algunas culturas, las personas con discapacidad sufren a veces marginación, cuando no opresión, al ser tratadas como auténticos “descartados”. En realidad, todo ser humano, sea cual sea su condición de vulnerabilidad, recibe su dignidad por el hecho mismo de ser querido y amado por Dios. Por estas razones, debe fomentarse en la medida de lo posible la inclusión y la participación activa en la vida social y eclesial de todos aquellos que, de alguna manera, están marcados por la fragilidad o la discapacidad».

Y se llega al punto que ha provocado más escozores en cierta parte de los aparatos ideológicos: la ideología de género. Cabe hacer un puntualización importante, al contrario que hacen ciertos medios (aparatos) de comunicación con tendencia diestra, la Iglesia católica comprende mucho mejor lo que es la ideología de género. Ni lo mezclan con el feminismo (o con el “verdadero” feminismo) como hacen incluso medios que se dicen católicos, ni lo aceptan como algo evidente, como hacen los medios y políticos del otro lado.

Posicionamiento principal para que no les hagan decir lo que no dicen (punto 55): «La Iglesia desea, ante todo, reiterar que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar “todo signo de discriminación injusta”, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia. Por ello, hay que denunciar como contrario a la dignidad humana que en algunos lugares se encarcele, torture e incluso prive del bien de la vida, a no pocas personas, únicamente por su orientación sexual». Recuerden que cuando algunos criticaron Fiducias supplicans se advirtió que se condena el pecado, no al pecador. Aunque los que quieren destruir lo que queda de la Iglesia insisten en mentir al respecto.

El análisis de lo que es la ideología es casi perfecto (puntos 57, 58 y 59): «Querer disponer de sí mismo, como prescribe la teoría de género, sin tener en cuenta esta verdad fundamental de la vida humana como don, no significa otra cosa que ceder a la vieja tentación de que el ser humano se convierta en Dios y entre en competencia con el verdadero Dios del amor que nos revela el Evangelio. […] Un segundo aspecto sobre la teoría de género es que pretende negar la mayor diferencia posible entre los seres vivos: la diferencia sexual. Esta diferencia constitutiva no sólo es la mayor imaginable, sino también la más bella y la más poderosa. […] Por tanto, resulta inaceptable que “algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar”. Debe rechazarse todo intento de ocultar la referencia a la evidente diferencia sexual entre hombres y mujeres: “no podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar”. Sólo cuando cada persona humana puede reconocer y aceptar esta diferencia en reciprocidad es capaz de descubrirse plenamente a sí misma, su dignidad y su identidad».

El siguiente punto es sobre el cambio de sexo, que es lo que todos los aparatos ideológicos están destacando, la posición es la siguiente: «La dignidad del cuerpo no puede considerarse inferior a la de la persona como tal. En este sentido, hay que recordar que el cuerpo humano participa de la dignidad de la persona, ya que está dotado de significados personales, especialmente en su condición sexual. Es en el cuerpo, de hecho, donde cada persona se reconoce generada por los demás, y es a través de su cuerpo que el varón y la mujer pueden establecer una relación de amor capaz de generar a otras personas».

Y como punto final algo que es palpable en el día a día de muchas personas, la violencia digital (puntos 61 y 62): «El avance de las tecnologías digitales, aunque ofrece muchas posibilidades para promover la dignidad humana, tiende cada vez más a crear un mundo en el que crecen la explotación, la exclusión y la violencia, que pueden llegar a atentar contra la dignidad de la persona humana. Basta pensar en lo fácil que es, a través de estos medios, poner en peligro la buena reputación de cualquier persona con noticias falsas y calumnias. […] Nuevas formas de violencia se difunden mediante los social media, por ejemplo el ciberacoso; la web también es un canal de difusión de la pornografía y de explotación de las personas para fines sexuales o mediante el juego de azar”. […] Desde esta perspectiva, si la tecnología ha de estar al servicio de la dignidad humana y no perjudicarla, y si ha de promover la paz en lugar de la violencia, la comunidad humana debe ser proactiva a la hora de abordar estas tendencias respetando la dignidad humana y promover el bien».

¿Qué políticos y medios de comunicación españoles firmarían abajo?

Por no entrar en el debate de los académicos, que hay cada tipo raro que asusta, deberían pensar cuántos de los políticos españoles firmarían debajo del texto. Los que se consideran muy progres y preocupados por el ser humano —y los animales, tema que también se trata no bajo la dignidad sino la bondad— seguramente encontrarían excusas para el 50% o más del texto. Hablarían de laicismo y expulsión de los religioso del espacio público, como suelen hacer —aunque eso no es laicismo sino anticlericalismo… contra lo católico porque otras religiones sí la respetan— y arcaísmo propio de ensotanados de otros tiempos. Casi todos apoyan los vientres de alquiler, la legalización de la prostitución, la trata de seres humanos (de forma escorada) y la filosofía queer.

En el otro lado, se vería el fariseísmo de aquellos que se dicen católicos. Poner al individuo en relación de fraternidad con el otro, con algo comunitario es algo que les provoca sarpullidos. Y ¿qué es eso de aceptar extranjeros, salvo que sirva para rebajar los salarios de los nacionales? ¿Los pobres? Unos vagos. El capitalismo no se toca y se pone por delante de la criatura de Dios y lo que haga falta. Al final son tan globalistas como los demás, pero se esconden tras máscaras para que les voten los verdaderos creyentes. Y qué decir de los medios católicos… firman solamente lo del aborto y la eutanasia. El resto huele a azufre rojo.

Con la mayoría de datos, ustedes pueden sacar sus propias conclusiones o conectarse con el texto directamente. Esta es la posición, resumida, de la Iglesia católica. ¿Qué porcentaje firmaría usted? Es importante, no tanto el porcentaje, como el aspecto moral en un tiempo donde lo moral es un producto más del mercadeo social y político. Se agradece que todavía hay una institución que mantiene una postura coherente con su tradición. El resto… son menos libres de lo que creen y desearían, y más relativistas de lo que están dispuestos a aceptar.

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